sábado, 29 de noviembre de 2014

Letra 396, 30 de noviembre de 2014

ENFERMEDAD
Karl Barth, Instantes
Santander, Sal Terrae, 2005, p. 74.

“Señor, aquel al que quieres está enfermo” (Juan 11.3)

La enfermedad es un aspecto de la sublevación del caos contra la creación de Dios, una manifestación del diablo y de los demonios. Es impotente frente a Dios, porque sólo es real, violenta y peligrosa en cuanto elemento de lo negado por él. La enfermedad es un signo de la perdición, frente a la cual no hay salvación alguna salvo en la compasión de Dios en Jesucristo. Sin Dios o contra Dios, no hay en este asunto nada que hacer. Quien lo sabe respondería con infidelidad a la fidelidad de Dios si, frente a la enfermedad, pretendiera cruzarse de brazos. Frente a la enfermedad, lo mismo que frente a todo ese reino de lo siniestro, ha de querer precisamente lo que Dios quiso desde siempre: unido a Dios, ha de decirle no. Capitular frente a ella no puede ser nunca obediencia a Dios. Una gotita de resolución en la resistencia contra ese reino, y por tanto contra la enfermedad, es mejor que todo un océano de supuesta humildad cristiana.
¿Qué más cabe añadir? Sólo esto: lo que conocemos como enfermedad tiene también, profundamente oculta, una figura en la que no sólo se refleja el poder del diablo, sino también la cordial buena intención de Dios. Lo importante no es entonces la capitulación ante la enfermedad, sino precisamente la capitulación ante Dios, que también es el Señor de la  enfermedad y sigue siendo benévolo con el ser humano cuando le hace enfermar. Lo importante no es, pues, abandonar la lucha contra la enfermedad, sino precisamente que esa lucha incluya la paciencia.

______________________________

LAS REGLAS DE LA ORACIÓN (VII)
Juan Calvino
Institución de la Religión Cristiana, Libro III, capítulo XX

La oración debe ser pública y privada
Aunque esta oración ininterrumpida ha de entenderse principalmente de cada persona particular, no obstante también en cierta manera se refiere a las oraciones públicas de la Iglesia, aunque no pueden ser continuas y han de hacerse de acuerdo con el orden dispuesto por el consentimiento común de la Iglesia. De aquí viene que haya ordenadas ciertas horas, las cuales en cuanto a Dios son indiferentes, pero al hombre le es necesario servirse de ellas, a fin de tener en cuenta la comodidad general, y que como dice el Apóstol, todo se haga decentemente y con orden (I Co 14.40). Pero esto no impide que cada Iglesia se estimule a una mayor frecuencia en el ejercicio de la oración, singularmente cuando se vea oprimida por alguna particular necesidad.
En cuanto a la perseverancia, que tiene gran parentesco con la continuidad, al fin tendremos ocasión de hablar de ella.

¡Nada de redundancias!
Pero esto no sirve en absoluto para mantener la supersticiosa y prolongada repetición de palabras en la oración, que Cristo nos prohibió (Mt 6.7). Él, en efecto, no nos prohíbe que insistamos en la oración por mucho tiempo, una y otra vez y con gran afecto; lo que nos enseña es que no confiemos en que obligamos a Dios a concedernos lo que le pedimos, importunándolo con una excesiva locuacidad, como si El pudiese cambiar y dejarse convencer con nuestras razones, cual si fuese un hombre. Bien sabemos que los hipócritas, que no se dan cuenta que tratan con Dios, despliegan gran pompa y se conducen llamativamente cuando oran, no de otra manera que si celebrasen un triunfo. Como aquel fariseo que daba gracias a Dios porque no era como los otros; éste sin duda alguna se ensalzaba ante los hombres, como si por medio de la oración quisiera ganar fama de santidad (Lc 18.11-12).
De aquí la repetición de palabras que actualmente por la misma causa reina en el papado; los unos pasan el tiempo repitiendo en vano una misma oración, recitando avemaría tras avemaría, o un padrenuestro tras otro; otros hojeando día y noche sus libros de coro y sus breviarios, venden sus largas oraciones al pueblo.1 Puesto que esta palabrería no sirve más que para burlarse de Dios, como si fuese un niño de pecho, no es de extrañar que Jesucristo cierre la puerta para que no tenga lugar en su Iglesia, donde no se debe oír cosa que no esté hecha con seriedad y nazca de lo íntimo del corazón.

a) Cualidades de la oración privada. Existe un segundo abuso muy semejante a éste, que también condena Jesucristo; a saber, que los hipócritas para mayor ostentación procuran ser vistos por muchos y prefieren más ir a orar a la plaza pública, que consentir que sus oraciones no sean alabadas por todo el mundo. Mas como el fin de la oración es —según lo hemos expuesto antes— que nuestro espíritu se eleve hasta Dios para bendecirlo y pedirle socorro, se puede por ello comprender que lo principal de la oración radica en el corazón y en el espíritu; o. mejor dicho, que la oración propiamente no es otra cosa que este afecto interno del corazón que se manifiesta delante de Dios, quien escudriña los corazones.
Ésa es la causa de que nuestro celestial Doctor, Cristo, queriendo establecer una ley perfecta de oración mandó que entremos en nuestro aposento y allí, cerrada la puerta, oremos al Padre que está en secreto, para que nuestro Padre que ve en lo secreto, nos recompense (Mt 6.6). Porque después de prohibirnos imitar a los hipócritas, que con ambiciosa pretensión de orar pretenden lograr crédito entre los hombres, añade lo que debemos hacer; a saber, entrar en nuestro aposento y allí, con la puerta cerrada, orar. Palabras con las que, a mi parecer, nos enseñó que hemos de buscar un lugar apartado que nos ayude a entrar en nuestro corazón, prometiéndonos que estos afectos de nuestro corazón serán bendecidos por Dios, de quien nuestros cuerpos deben ser templos. Pues Él no quiere negar que no sea lícito orar en ningún otro sitio que en nuestros aposentos; sino solamente enseñarnos que la oración es una cosa secreta, que radica principalmente en el corazón y el espíritu, y que requiere sosiego y que echemos afuera todos los afectos y cuidados que tenemos. No sin razón el mismo Señor, queriendo entregarse a la oración, se retiraba del tumulto de los hombres a un lugar apartado (Mt 14.23; Lc 5.16); pero esto lo hacía ante todo para advertirnos con su ejemplo que no menospreciemos esas ayudas con las cuales nuestro espíritu, de suyo tan frágil, se eleve más fácilmente para orar más de veras. Sin embargo, así como Él no se abstenía de orar en medio de grandes multitudes, si la ocasión se ofrecía, igualmente nosotros no sintamos dificultad en elevar nuestras manos al cielo en cualquier lugar que sea, siempre que fuere menester. También hemos de estar convencidos de que todo el que rehúsa orar en la congregación de los fieles no sabe lo que es orar a solas, o en un lugar apartado, o en su casa. Por el contrario, el que no hace caso de orar a solas, por mucho que frecuente las congregaciones públicas, sepa que sus oraciones son vanas y frívolas. Y la causa es, porque da más valor a la opinión de los hombres, que al juicio secreto de Dios.

b) Necesidad de las oraciones públicas. Sin embargo, para que las oraciones públicas de la Iglesia no fuesen menospreciadas, Dios las ha adornado de títulos excelsos, sobre todo al llamar a su templo “casa de oración” (Is. 56.7). Pues con esto nos enseña que la oración es el elemento principal del culto y servicio con que quiere ser honrado; y que a fin de que los fieles de común acuerdo se ejercitasen en este culto, Él les había edificado el templo, que había de servirles a modo de bandera, bajo la cual se acogieran. Y además se añadió una preciosa promesa: “Tuya es la alabanza en Sión, oh Dios, y a ti se pagarán los votos” (Sal.65.1); palabras con las que el profeta nos advierte que nunca son vanas las oraciones de la Iglesia, porque Dios siempre da a su pueblo motivo para alabarle con alegría. Ahora bien, aunque las sombras de la Ley han cesado y tenido fin, no obstante, como Dios ha querido mantenernos con esta ceremonia en la unidad de la fe, no hay duda que también se refiere a nosotros esta promesa que por lo demás Cristo mismo ha ratificado por su boca y san Pablo afirma que tendrá perpetuamente fuerza y valor.

_____________________________________

CASO AYOTZINAPA DEBE LLEVAR A UNA REVOLUCIÓN DE CONCIENCIAS; ¿CÓMO CANALIZAR EL DESCONTENTO?: MESA MVS
aristeguinoticias.com, 3 de noviembre de 2014

Luego de varias semanas de marchas en Lo ocurrido en Iguala, donde agredieron y desaparecieron a estudiantes de Ayotzinapa, ¿va a llevar a una revolución en México? Ojalá sí, pero no una revolución armada, violenta, sino una revolución de las conciencias, dijo la politóloga Denise Dresser.
En la mesa política de MVS, señaló que sería lamentable que lo que ha ocurrido forme parte del anecdotario de la tragedia del país o parte del paisaje de nuestra “normalidad anormal”.
Los hechos recientes deben cambiar la forma de gobernar y la relación con quienes pagan a quienes gobiernan, enfatizó. Ahora se debe demandar que toda la información sobre el caso Iguala, sea informado. Además de demandar que los niveles distintos de gobierno, digan qué van a hacer para lidiar con la crisis en Guerrero y en el resto del país, subrayó.
Contra quienes nos han dicho que lo nuestro es sufrir la violencia cotidiana, Dresser sostuvo que ya es hora de adoptar ideas transformativas, para que el gobierno rinda cuentas, que los culpables sean sancionados y todo esto sirva como catalizador “para cambiar la forma en la que llevamos padeciendo al gobierno de México desde hace demasiado tiempo”.
Dresser remarcó que hoy por hoy los estudiantes son quienes nos están dando lecciones a todos, en la construcción de una ciudadanía.
Y rechazó “seguir subcontratando el destino del país a los partidos”, entre ellos Morena.
Denise recordó que el cambio es lento, pero empieza con ciudadanos indignados, aglutinados en una idea que parece imposible -como era imposible que el aborto fuera despenalizado, que los homosexuales se casaran, que cayera el muro de Berlín, que votaran las mujeres.
La doctora confió en que encontraremos la forma, como lo están encontrando los estudiantes, de cambiar a México; pero indicó que esto “no es una carrera rápida, es un maratón”.
“Hay que seguir creyendo en México, en el patriotismo, en la justicia social, en lo que mira más allá de esos hombres cínicos y fríos en los Pinos y en Iguala”, afirmó.
Para eso están las “limpias decisiones de tantos mexicanos”, los que saltan paralizando el ruido mediocre de las calles, las voces que pelean contra el miedo, la impunidad, el abuso, el río de fatigas”.
No nos dejemos llevar por el río de fatigas, pidió. Construyamos una balsa común, fuera de las instituciones y de partidos, agregó.

Lorenzo Meyer criticó a la “retahíla de publicaciones extranjeras” que no se daban cuenta de lo que ocurría en México, sino que celebraban que “se estaba moviendo” y “se le iba a salvar”. Ahora es Iguala y Tlatlaya “la gota que derrama el vaso“, pero debajo hay miles de casos que se fueron acumulando, remarcó.
En las calles la “energía va a seguir”, refirió sobre las protestas. “Todas son muestras de energía”, continuó. “Pero, ¿cómo se va a conducir para que no se disipe?”, preguntó y encendió el debate. Meyer sostuvo que los 3 principales partidos del país son inútiles, unas sanguijuelas que no le sirven a la sociedad.
El historiador también desestimó a los poderes fácticos y a la Iglesia como posibles cauces de la energía social, de una sociedad que “tiene muchos agravios”. “¿Cómo hacer que eso (la sociedad) se enfrente al PRI de Atlacomulco, a los poderes fácticos y los enfrente con éxito? Eso es lo que yo no veo por dónde ir, los agravios los tenemos desde hace tiempo, ¿cómo canalizamos eso?”, preguntó.
Meyer llamó a no ser demagógicos, y decir simplemente no nos dejemos, no permitamos que nos pisoteen.  “No veo en México la vía institucional que hay que seguir, aunque fuera una solo”, aseguró. “Hay que ser un poco más complejos en el razonamiento porque nos estamos enfrentando a una maquinaria con muchísimos años en el poder que en realidad nunca se fue… cínicos en extremo”, apuntó. Y preguntó dónde estaban estudiantes cuando se puso el énfasis en el petróleo (la reforma energética), por lo que consideró que “había razones poderosísimas para que salieran” a manifestarse.
Meyer mencionó que “la sociedad se moviliza por sectores, por momentos”; ante ello, “¿cómo lo vamos a canalizar? es lo que yo me pregunto”. Afirmó que Morena podría estar en el centro de las protestas actuales, por ser un partido nuevo, pero no lo está. Enfatizó que hay un peligro de cansancio si las protestas no conducen a algo específico y rápido; “se diluyen, a eso le están apostando”. “Más que en la bondad de nuestra queja, es cómo le hacemos para que no vuelva a pasar lo que pasó”, enfatizó.
A su vez, Sergio Aguayo coincidió en que las protesta no logran cuajar en un movimiento nacional. El académico refirió que Morena no está tomando esta oportunidad de encabezar protestas porque, al igual que los otros partidos, no están dispuestos a representarnos. Abundó que Morena no acaba de dar el paso para encabezar protestas “porque siguen seducidos por las jerarquías por obtener el cargo”. El razonamiento del partido de los lopezobradoristas, apuntó, es que primero tienen que estar en el poder para lograr los cambios.
Por lo pronto, la gente deseosa de los cambios carece de quién los represente. Y se vuelve un círculo vicioso en el que la energía no tiene la salida suficiente, “porque partidos y organizaciones nacionales no lo quieren hacer porque tienen miedo de la ciudadanía”. Aguayo celebró que las universidades están dando el paso y están organizando a los ciudadanos, como en el caso de las protestas contra la desaparición de estudiantes de Ayotzinapa. Y sostuvo que la situación ya es absolutamente intolerable, pero las protestas deben encontrar un cauce, o si no, languidecerán.

www.youtube.com/watch?v=kFfZjOtSWws


Actividades

OREMOS POR LOS PLANES Y PROYECTOS PARA 2015 QUE SE CALENDARIZARON EL DOMINGO PASADO

***

CULTO DE ORACIÓN Y ESTUDIO
Martes 2 de diciembre, 19 hrs.
Modera: A.I. Rubén Núñez Castro

Llamamiento: Miqueas 7.8-14
Oración de ofrecimiento
Himnos: “Grande gozo hay en mi alma hoy” (383)
             “De Cristo el amor cuán precioso” (315)
Momentos de oración
Lectura bíblica: Mateo 27.1-10
Tema: El cumplimiento de las profecías (II)
Himno: “Pueblo cristiano…” (611, 1ª y 3ª estrofas)
Ofertorio
Bendición pastoral

EL CUMPLIMIENTO DE LAS PROFECÍAS
Louis Monloubou

6. En Qumrán, el Maestro de justicia recibió el don de descubrir este sentido oculto de las Escrituras; se le dio la revelación de ese sentido oculto de la palabra profética en donde la comunidad puede descubrir su propia historia. Los comentarios de Isaías, Miqueas, Nahum, Habacuc muestran cómo las palabras de esos profetas se cumplen en la vida que lleva la comunidad de las orillas del mar Muerto.

7. De la misma manera, la iglesia primitiva descubre en la vida de Jesús la realización de las Escrituras, el cumplimiento de la palabra de los profetas. Un testimonio de ello es la regla tan antigua de fe a la que se refiere Pablo en I Co 15.3-5: la muerte de Cristo, su sepultura, su resurrección se han producido “según las Escrituras”.

8. Según sus genios particulares, los evangelistas expresan de diversas maneras esa conformidad que descubren entre Jesús y las Escrituras. Mateo se interesa por una realización que ve muy cercana a la literalidad del texto profético (1.23, 2.6, 15, 18). Y para resaltar mejor esta conformidad cultiva el género midrásico, según el cual las realidades nuevas se describen con las mismas frases que habían servido para anunciarlas. La entrada de Jesús en Jerusalén recoge las mismas palabras que había utilizado Zacarías para anunciar la entrada en Sión del mesías “humilde cabalgando un asno una asna de borrica” (Zac 9.9, Mt 21.4-5). […] ¿Cómo señalar mejor que coinciden las profecías y el cumplimiento? Lc tiene un sentido más sutil de la demostración. Para él no existe verdadera “inteligencia de las Escrituras” sino en aquellos a quienes Jesús “abrió el espíritu” a su comprensión, él es quien “interpreta lo que se refiere a él en todas las Escrituras comenzando por Moisés y los profetas” […

9 En su deseo de contemplar en Jesús el cumplimiento de las profecías los cristianos destacan ciertos pasajes de los profetas en los que parece evidente este cumplimiento. […]

10 En conclusión: “Las profecías no son de tal naturaleza que  pueda decirse de ellas que son absolutamente convincentes. Pero tampoco son de tal naturaleza que pueda decirse que es irracional creer en ellas. Por eso hay en ellas evidencia y oscuridad, para iluminar a unos y oscurecer a otros Pero su evidencia es tal que supera o iguala por lo menos la evidencia de lo contrario” (Blas Pascal, Pensamientos, 564).
______________________________________
PRÓXIMAS ACTIVIDADES

LA ORACIÓN DE MARÍA Y SIMEÓN


2 – 2º Domingo de Adviento/ Consistorio

La oración de los santos/as y la justicia de Dios, L. Cervantes-O.

30 de noviembre, 2014

Apenas recibió el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos.
Apocalipsis 5.8, La Palabra (Hispanoamérica)

¿Cuál es la relación que existe entre las oraciones de los creyentes y la respuesta divina para manifestar y aplicar la justicia en el mundo? En el Apocalipsis este cuestionamiento se plantea a partir del simbolismo de la acumulación de las plegarias como perfume en copas de oro, que posteriormente serán vaciadas sobre el mundo para precipitar las acciones radicales de Dios para establecer su justicia y llevar a juicio a los culpables, todo ello desde la visión particular que le dio su nombre al libro final de la Biblia. La mentalidad, pero sobre todo, la esperanza apocalíptica consistió en creer y esperar que, ante la insistencia de sus fieles, Dios tendría que responder con demostraciones visibles contundentes para acabar con el predominio del mal.

Las oraciones de los santos son como carbones encendidos sobre los que se depositan los granos de incienso, haciendo que el humo se eleve ante el trono de Dios. Mientras que en 5.8 las copas de incienso usadas en la liturgia hímnica que celebra la entronización real del Cordero simbolizan las oraciones de los santos, aquí [cap. 8] las oraciones de los santos encienden y mantienen encendido el fuego del altar, que significa la cólera y el juicio de Dios. Lo mismo que el grito de los mártires en 6.9-11, también las oraciones de los santos perseguidos exigen justicia y tratan de provocar el juicio de Dios.[1]

Mientras esperan la intervención divina, los seguidores de Jesús, comenta, Javier López: “Impulsan la historia hacia adelante con su oración y acción”.[2] El gran grito que brota de las oraciones del Apocalipsis está ejemplificado en la expresión típica de 6.10, “¡Hasta cuándo!”, “Señor santo y veraz, ¿cuánto vas a tardar en hacernos justicia y vengar la muerte que nos dieron los que habitan tierra?”, se hacen eco de un estilo que no era nuevo en absoluto, pues los salmos llamados “imprecatorios” tenían un tono marcado por la ansiedad y la urgencia para solicitar la intervención divina en la vida de las personas necesitadas. La iglesia, en la representación apocalíptica de la realidad, está viviendo, adorando, pero por encima de todo, orando para rogar la intervención visible de Dios para evitar la injusticia y la impunidad. La cólera y la ira de Dios se ha contagiado a los creyentes, pero no en un sentido ingenuo de una venganza fácil sino a partir de una correcta y sana comprensión de la vigilancia que Dios realiza estrechamente sobre su creación.

Y el aroma de los perfumes, junto con las oraciones de los santos, subió de la mano del ángel hasta la presencia de Dios. Entonces, el ángel tomó el incensario, lo llenó con las brasas del altar y lo arrojó sobre la tierra. Y retumbaron los truenos, los relámpagos cruzaron el cielo y se produjo un terremoto.
Apocalipsis 8.4-5

Si en la primera mención (5.8), las oraciones de los santos forman parte del conjunto litúrgico ante la presencia del Cordero-Jesús, en el cap. 8 esas plegarias van a mostrar su impacto sobre la situación presente, conflicto e insoportable para quienes se identifican con el Mesías. El incienso, el perfume, el aroma agradable, simboliza la forma en que el Señor recibe las oraciones de los santos. El ambiente es, nuevamente, litúrgico pero ahora con el agregado de que está por realizarse el juicio de Dios:

Sobre el altar se elevan, con el fuego, como aroma y humo bueno, las oraciones de los santos. Conforme a la visión normal de la Biblia, son santos (hagioi) los israelitas ritualmente puros. Los apocalípticos llaman santos a los ángeles (espíritus puros, no demonios) y a los miembros de su propia comunidad. Para el Apocalipsis, santos son ante todo los cristianos fieles (cf. 11.18; 13.7, 10; 16.6; etc.). Pero aquí parece que el término se amplía, pudiéndose aplicar por un lado a los difuntos asesinados (los de 6.9) y por otro a todos los que sufren opresión sobre la tierra.[3]

Ahora las oraciones son los detonantes mismos para que la acción divina se muestre en toda su intensidad en su juicio total sobre el mal y el crimen. La oración intercesoria permanente de ellos/as alcanza su culminación máxima cuando Dios, basándose en la acumulación de las mismas, hace sentir su respuesta, pues como explica Pikaza: “Los seres celestiales (Ap 4-5) proclaman la grandeza de Dios, pero no intervienen en la historia. Sólo la oración de dolor de los humanos pone en marcha el drama salvador”.[4] Y luego agrega, sobre los “momentos” que experimenta esa oración: primero, la oración “sube como incienso hasta un Dios (8.4) amigo que recibe el dolor de oración de los humanos” y luego “suscita el juicio contra los humanos (8.5)”. El ángel arroja las brasas del altar sobre la tierra, produciendo “relámpagos, voces, rayos, terremotos”.
En resumen, cada vez que la iglesia histórica, militante, visible ante el mundo, ruega o suplica por la justicia divina, pone en marcha mecanismos que, en el momento que Dios lo determine, manifestarán el juicio de Dios sobre toda forma de injusticia, venga de quien venga, pues la palabra impunidad no forma parte de su vocabulario. Orar es un instrumento de protesta, de lucha, así como un recurso mediante el cual es posible sumarse a las tareas divinas para preservar y promover la paz, la armonía y, sobre todo, la justicia para todos/as.



[1] Elisabeth Schüssler Fiorenza, Apocalipsis: visión de un mundo justo. Estella, Verbo Divino, 2003, p. 55.
[2] J. López, “Aportes del Apocalipsis para una evangelización de la política”, en Revista de Interpretación Bíblica Latinoamericana, núm. 16, www.claiweb.org/ribla/ribla16/aportes%20del%20apocalipsis.html.
[3] Xabier Pikaza, Apocalipsis. Estella, Verbo Divino, 1999, p. 117.
[4] Idem, énfasis agregado.

Apocalipsis 5.1-10



1 En la mano derecha del que estaba sentado en el trono vi un libro escrito por dentro y por fuera y sellado con siete sellos. 2 Y vi también un ángel poderoso que clamaba con voz resonante: —¿Quién es digno de abrir el libro y romper sus sellos?
3 Y nadie, ni en el cielo, ni en la tierra, ni en los abismos, podía desenrollar el libro y ni siquiera mirarlo. 4 Entonces rompí a llorar a lágrima viva porque nadie fue considerado digno de abrir el libro y ni siquiera de mirarlo. 5 Pero uno de los ancianos me dijo: —No llores. ¿No ves que ha salido victorioso el león de la tribu de Judá, el retoño de David? Él desenrollará el libro y romperá sus siete sellos.

6 Vi entonces, en medio, un Cordero que estaba entre el trono, los cuatro seres vivientes y los ancianos. Estaba en pie y mostraba señales de haber sido degollado. Tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete espíritus de Dios enviados por toda la tierra. 7 Se acercó el Cordero y recibió el libro de la mano derecha del que estaba sentado en el trono. 8 Apenas recibió el libro, los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron ante el Cordero; todos tenían cítaras y copas de oro llenas de perfume, que son las oraciones de los santos. 9 Y cantaban a coro este cántico nuevo: —Digno eres de recibir el libro/ y romper sus sellos,/ porque has sido degollado/ y con tu sangre has adquirido para Dios/ gentes de toda raza,/ lengua, pueblo y nación,/ 10 y has constituido con ellas/ un reino de sacerdotes/ que servirán a nuestro Dios/ y reinarán sobre la tierra.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Taller bíblico-doctrinal, 30 de noviembre, 17.30 horas

IGLESIA PRESBITERIANA AMMI-SHADDAY
MINISTERIOS PASTORAL Y DE EDUCACIÓN CRISTIANA
TALLER BÍBLICO DOCTRINAL: ¿INMORTALIDAD DEL ALMA O RESURRECCIÓN DE LOS CUERPOS?
30 de noviembre de 2014

Y como a último enemigo, destruirá a la muerte, porque Dios todo lo sometió debajo de sus pies.
I Corintios 15.26-27a

1. Algunos presupuestos básicos sobre escatología cristiana

1.1 Un concepto adecuado de escatología

Jürgen Moltmann, “La trasposición de la escatología a la eternidad”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca, Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).

El eschaton, del que habla la escatología cristiana, no es el final temporal de nuestros días históricos, […] sino que es el presente de la eternidad en cualquier instante de esta historia. “Ante el Eterno no hay más que un tiempo: la eternidad”, había afirmado Kierkegaard. Y así lo entendió también Karl Barth en su segundo comentario a la Carta a los romanos, de 1922 […]: “De manera incomparable se halla el instante eterno frente a todos los instantes, precisamente porque él es el sentido trascendental de todos los instantes”. (pp. 37-38)

Si por eschaton se entiende no el tiempo del fin, sino la eternidad, entonces la escatología no tendrá ya tampoco nada que ver con el futuro. Su tensión no es la que existe entre el presente y el futuro, entre el “ahora ya” y el “todavía no”, sino que es la tensión entre la eternidad y el tiempo en el pasado, presente y futuro. Cuando Jesús proclama la “cercanía” del reino de Dios, entonces no está mirando al futuro en sentido temporal, sino que está mirando al cielo presente. El Reino no “viene” desde el futuro al presente, sino desde el cielo a la tierra, como dice el Padrenuestro. (p. 39)

1.2 Dios, el tiempo y la eternidad

En Ap 1.4 se dice: “Paz a vosotros de parte del que es y del que era y del que viene”. Esperaríamos que se dijera: “...y del que será”, porque, según el griego, la presencia de Dios en los tres modos de tiempo es expresión de su eternidad atemporal y simultánea. […] Pero en el texto citado, en vez del futuro del verbo ser (eínai), se emplea el futuro del verbo venir (erjestai). El concepto de tiempo lineal se interrumpe en el tercer miembro. Esto tiene considerable importancia para la comprensión de Dios y del tiempo. El futuro de Dios no es que él será, al igual que él era y que él es, sino que él está en movimiento y llega al mundo. El ser de Dios está en el venir, no en el devenir. (p. 48)

Si para Dios no existe el tiempo terrenal en el que unas personas se suceden a otras, entonces todas las personas, cualquiera que sea el tiempo terrenal en que hayan muerto, se encontrarán con Dios al mismo tiempo, a saber, en el tiempo de Dios, que es el presente de la eternidad. (p. 146)
  
2. La incompatibilidad de fondo

Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).

2.1 La idea griega de la inmortalidad del alma

Preguntemos a un cristiano, protestante o católico, intelectual o no, la siguiente cuestión: ¿qué enseña el Nuevo Testamento sobre el futuro individual del hombre después de la muerte? Salvo rarísimas excepciones, obtendremos siempre la misma respuesta: la inmortalidad del alma. Sin embargo, esta opinión, por muy extendida que esté, significa uno de los más peligrosos malentendidos del cristianismo. (p. 233)

Preguntémonos ahora: ¿sería compatible la fe de los primeros cristianos en la resurrección con la concepción de la inmortalidad del alma? ¿No enseña el Nuevo Testamento, sobre todo el Evangelio de Juan, que ya poseemos la vida eterna? Y, ¿no es la muerte, ciertamente, en el Nuevo Testamento el “último enemigo”? ¿Está concebida de una manera diametralmente opuesta al pensamiento griego que ve en ella un amigo? No escribe san Pablo: “¿Dónde está, muerte, tu aguijón?”. (p. 234)

Este malentendido, de que el Nuevo Testamento enseña la inmortalidad del alma, se ve favorecido por el hecho de que los primeros discípulos poseen la convicción tras la pascua, de que con la resurrección corporal de Cristo, la muerte ha perdido todo su terror; desde ese momento, el Espíritu Santo hace nacer ya a la vida de la resurrección a aquel que cree. Pero, con esta afirmación conforme al Nuevo Testamento, es preciso subrayar las palabras “tras la pascua”, y esto demuestra todo el abismo que separa la concepción primigenia de los cristianos de la concepción griega. (p. 234)

En el Nuevo Testamento la muerte y la vida eterna están ligadas a la historia de Cristo. Está claro que para los primeros cristianos el alma no es inmortal en sí, sino que ha llegado a serlo únicamente por la resurrección de Jesucristo, “primogénito de entre los muertos”, y por la fe en él. Está claro también que la muerte en sí no es “el amigo”; solamente por la victoria que Jesús obtuvo sobre ella, con su muerte y resurrección corporal, su “aguijón” ha sido detenido, su poder vencido. Y por fin, es obvio que la resurrección del alma que ha tenido ya lugar no ha experimentado el estado de cumplimiento: es preciso esperar al tiempo en que nuestro cuerpo resucite y esto tendrá lugar al final de los tiempos. (p. 235)

2.2 Sócrates y Jesús

Conocemos las razones que el filósofo griego alega en favor de la inmortalidad del alma. Nuestro cuerpo es un vestido exterior que, mientras que vivimos, impide al alma moverse libremente y vivir conforme a su propia naturaleza eterna. Le impone una ley que no es válida para ella: el alma está encerrada en el cuerpo como en una camisa de fuerza, en una prisión. La muerte es la gran liberadora. Ella rompe las cadenas haciendo salir al alma de la prisión del cuerpo y la introduce en la patria eterna. Cuerpo y alma son radicalmente opuestos entre sí y pertenecen a dos mundos distintos; la destrucción del cuerpo no podrá coincidir con la destrucción del alma, de la misma manera que una obra de arte no será destruida aunque lo sea el instrumento ejecutor de ella. (p. 236-237)

Hemos confrontado la muerte de Sócrates con la de Jesús. Porque nada nos muestra mejor la diferencia radical entre la doctrina griega de la inmortalidad y la fe cristiana en la resurrección. Ya que Jesús ha -pasado por la muerte en todo su horror, no solamente en su cuerpo sino también en su alma (“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”), puede y debe ser para el cristiano que ve en él al redentor, aquel que triunfa de la misma muerte con su propia muerte. Allí donde la muerte sea concebida como el enemigo de Dios, no puede haber “inmortalidad” sin una obra óntica de Cristo, sin una historia de la salvación donde la victoria sobre la muerte es el centro y el fin. Jesús no puede conseguir esta victoria si continúa vivo en su alma inmortal y en el fondo, sin morir. No puede vencer la muerte más que muriendo realmente, entregándose a su dominio, dominio de la nada, de la separación de Dios. (p. 241)

2.3 La afirmación cristiana de la resurrección: vivir en Dios

Jürgen Moltmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de la carne?”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca, Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).

La inmortalidad del alma es una idea; la resurrección de los muertos, una esperanza. Lo primero es confiar en algo inmortal que hay en el hombre; lo segundo es confiar en aquel Dios que llama a la existencia a las cosas que no existen y que vivifica a los muertos. Con la confianza en esta alma inmortal, aceptamos la muerte y la anticipamos en cierto modo. Con la confianza puesta en el Dios vivificador, aguardamos la victoria sobre la muerte: “La muerte ha sido absorbida por la victoria” (I Cor 15.54), y aguardamos una vida eterna en la que “ya no habrá muerte” (Ap 21.4). El alma inmortal puede acoger a la muerte como a una “amiga”, porque la muerte la rescata del cuerpo terrenal. Para la esperanza en la resurrección, la muerte es “el último enemigo” (I Cor 15.26) del Dios vivo y de las criaturas de su amor. (p. 99)

Así como la muerte no es sólo el final sino un acontecimiento de toda la vida, así también la resurrección no se puede reducir a una “vida después de la muerte”. La resurrección es igualmente un acontecimiento de toda la vida. Fundamenta la plena aceptación de la vida aquí y hace que los hombres se entreguen sin reservas a toda la vida. (p. 99)

3. Las afirmaciones esenciales

3.1 El mensaje del Nuevo Testamento sobre la resurrección

Oscar Cullmann, “El rescate anticipado del cuerpo humano según el Nuevo Testamento”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).

Nuestros cuerpos no resucitarán inmediatamente después de la muerte individual de cada uno, sino solamente al fin de los tiempos. Tal es la esperanza general del Nuevo Testamento que, en este aspecto, se opone no solamente a la creencia griega en la inmortalidad del alma, sino también a la opinión según la cual los muertos vivirán antes de la parusía fuera del tiempo y se beneficiarán también del cumplimiento final. (p. 135)

Ni la frase de Jesús (Lc 23.43): “En verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraíso”, ni la parábola del rico epulón y del pobre Lázaro que, después de su muerte, fue llevado por los ángeles “al seno de Abraham” (Lc 16.22), ni la expresión del apóstol Pablo (Fil 1.23): “yo deseo morir y estar con Cristo”, ni su exposición en II Cor 5.1s sobre el estado de “desnudez”, atestiguan la idea de que aquellos que mueren en Cristo antes de la parusía sean inmediatamente revestidos de un cuerpo de resurrección. (p. 135)

Estos textos afirman únicamente que el hecho de pertenecer a Cristo tiene también consecuencias para aquellos “que duermen”, y el pasaje de II Cor 5.1s muestra en particular que las “arras del Espíritu” (v. 5) otorgadas a los creyentes quitan al estado de desnudez de los muertos fallecidos antes de la parusía todo lo que podría tener de terrorífico. Gracias al pneuma [espíritu], ellos estarán “junto al Señor” ya durante este estado intermedio, que es descrito con ayuda de la imagen del “sueño” (I Tes 4.13) o de aquélla del lugar privilegiado que ellos ocupan “bajo el altar” (Ap 6.9). (pp. 135-136)

En realidad, no hay más que un solo cuerpo que ya ha resucitado y que existe desde ahora como soma pneumatikón [“cuerpo espiritual”]: el de Cristo, que por lo mismo es el primogénito entre los muertos (Col 1.18; Ap 1.5). Por esta resurrección, la victoria decisiva sobre la muerte ya ha sido obtenida (Hch 2.24). Es verdad que la muerte ejerce todavía su poder sobre los hombres, pero ya ha perdido su omnipotencia definitivamente (II Tim 1.10). (p. 136)

3.2 Importancia del cuerpo en la doctrina de la resurrección

Oscar Cullmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de los cuerpos?”, en Del evangelio a la formación de la teología cristiana. Salamanca, Sígueme, 1972 (Verdad e imagen, 31).

Tras la concepción pesimista de la muerte hay una concepción optimista de la creación. Por el contrario, donde la muerte es considerada como libertadora, como en el platonismo, el mundo visible no es reconocido como creación divina, y cuando los platónicos consideran el cuerpo como bello, no es considerado así por sí mismo, sino en cuanto permite transparentar algo del alma inmortal, única realidad divina verdadera. Para el cristiano el cuerpo actual no es la sombra de un cuerpo mejor, sino de un cuerpo mejor. La diferencia aquí no es, como para Platón, entre lo que es corporal y la idea inmaterial sino entre la creación presente, corrompida por el pecado, y la nueva creación liberada del pecado; entre el cuerpo corruptible y el incorruptible. (p. 245)

La transformación del cuerpo carnal en cuerpo de resurrección no tendrá lugar más que en el momento en que toda la creación sea creada de nuevo por el Espíritu Santo; entonces la muerte no existirá. La sustancia del cuerpo no será ya carne, sino Espíritu. Habrá, según san Pablo, un “cuerpo espiritual”. Esta resurrección del cuerpo no será más que una parte de toda la nueva creación. “Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva”, dice II Pe 3.13. La esperanza cristiana no abarca sólo mi suerte individual sino la creación entera. (p. 249)

Jürgen Moltmann, “¿Inmortalidad del alma o resurrección de la carne?”, La venida de Dios. Escatología cristiana. Salamanca, Sígueme, 2004 (Verdad e imagen, 149).

En la expectación de la resurrección de los muertos, quien espera arroja de sí el manto protector del alma con que el corazón herido se había arropado para no dejar que ya nada se acercara a él: nosotros nos entregamos a esta vida; nos vaciamos de nosotros mismos para llegarnos al ámbito mortal de la no identidad, y lo hacemos en virtud de la esperanza de que Dios nos va a encontrar sacándonos de la muerte y nos va a resucitar y a congregar. La esperanza en la “resurrección de la carne” nos permite no menospreciar ni rebajar la vida corporal ni las experiencias de los sentidos, sino que las afirma profundamente y concede su honor supremo a la “carne” menospreciada. Para expresar la relación entre la entrega a la vida aquí y la resurrección de los muertos allá, Pablo utiliza la imagen de la semilla: “Se siembra algo corruptible, resucita incorruptible; se siembra algo mísero, resucita glorioso; se siembra algo débil, resucita pleno de vigor; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual” (I Co 15.42-44; cf. también Jn 12.24; Mt 10.39; Lc 17.33). (p. 100)
  
En la dialéctica de la resurrección, el alma no tiene que retirarse del cuerpo, sino que, por el contrario, se corporizará y se hará carne. No tiene que negar los afectos, sino que los vivificará en el amor. No tiene que anticipar la muerte en el memento mori, sino que -en medio de la vida- la superará mediante el amor. En esta dialéctica de la resurrección, el hombre no tiene que tratar continuamente de mantener su identidad mediante la unidad constante consigo mismo, sino que se vaciará de sí mismo llegando a la no identidad, porque sabe que por esos actos de vaciarse de sí mismo es llevado de nuevo a sí mismo. (p. 100)

3.3 Los alcances de la resurrección

La vida no es un “experimento”. En todo caso, la esperanza de la resurrección no deja la vida aquí en el “estado de suspensión”. Esa esperanza no permite ninguna “vida aplazada”. Para el amor a la vida -ese amor que la hace posible- todo es singularísimo y definitivo. La trascendencia de la esperanza se vive en la encarnación del amor: yo viviré aquí enteramente y moriré enteramente y resucitaré allá enteramente. (p. 100)

No sólo “el cuerpo actual, sino también su materia, la carne, será partícipe de la futura resurrección”. Con ello se afirma, con rigor antiespiritualista, “la identidad de la materia de la ‘carne’”. Por consiguiente, “la vida eterna» abarca a este ser humano, y a este ser humano en su totalidad, en el alma y el cuerpo, y además a todo ser vivo, de tal manera que en el mundo futuro quedará redimida también la “criatura que gime” (Ro 8.19-21) bajo la transitoriedad, porque entonces ya no habrá muerte. (pp. 103-104)

La resurrección para la vida eterna significa entonces que Dios no deja que nada se pierda, ni los dolores de esta vida ni los instantes de felicidad. El hombre volverá a encontrar en Dios no sólo el último instante, sino también toda su historia, pero como historia de su vida, reconciliada, enderezada y consumada ya. Lo que en esta vida se experimenta como gracia, se consumará en la gloria. (p. 104)

Si la esperanza cristiana en la resurrección difiere tan plenamente de la teoría acerca de la inmortalidad del alma, entonces en esta vida que se encamina a la muerte ¿no habrá nada que permanezca y sustente y que haga al hombre invulnerable e inmortal? Según la concepción cristiana, Dios resucitará a los muertos por medio de su Espíritu de vida. Este Espíritu vivificador se experimenta ya en esta vida, en la comunión con Cristo, como “el poder de la resurrección”. Por ser este poder, el Espíritu de vida es más fuerte que la muerte y, por tanto, a él debe llamársele también “inmortal”. (p. 105)

sábado, 22 de noviembre de 2014

Letra 395, 23 de noviembre de 2014

ESTUPEFACCIÓN
Karl Barth, Instantes
Santander, Sal Terrae, 2005, pp. 73.

“Donde abundan las palabras no faltará el pecado” (Proverbios 10.19)

La mayoría de las palabras que pronunciamos y oímos no tienen nada que ver con un diálogo entre un yo y un tú, con el intento de dos personas de escucharse mutuamente. La mayoría de nuestras palabras, habladas o escuchadas, son una cosa inhumana y bárbara, porque no se las decimos al otro y porque, al mismo tiempo, el otro tampoco quiere escucharlas. Las decimos sin querer buscarnos, sin querer ayudarnos. Y las oímos sin que nos encontremos, sin que consintamos en dejarnos ayudar. Así se habla en las conversaciones privadas, así en las predicaciones, conferencias y discusiones, así en los libros y artículos periodísticos. Así se escucha y así se lee también. Y así la palabra se vacía, convirtiéndose en mera palabra; de ahí que vivamos en medio de una inflación de palabras.
En realidad, no son vacías las palabras; vacíos son los seres humanos cuando hablan y escuchan palabras vacías. Pues vacío y fútil se muestra entonces el yo frente al tú. Hay que tener absolutamente claro que la desconfianza y la decepción no son el camino, ni aquí ni en ningún otro sitio, para mejorar las cosas. Cuando podemos hablar unos con otros y escucharnos mutuamente, queda en todo caso abierta en ese encuentro la posibilidad para el ser, en todo caso estamos ya (o todavía) en el umbral de la humanidad. Mientras podamos hablar y escuchar, no existirá obstáculo alguno para que la palabra dicha y escuchada pueda llenarse en virtud del buen uso que de ella se haga.

_________________________________

LAS REGLAS DE LA ORACIÓN (VI)
Juan Calvino
Institución de la Religión Cristiana, Libro III, capítulo XX

Con la Escritura, hay que mantener siempre esta seguridad en la oración
No tienen en cuenta nuestros adversarios esta necesidad. Por esta razón cuando enseñamos a los fieles que oren al Señor con una confianza llena de seguridad, convencidos de que les es propicio y los ama, les parece que decimos una cosa del todo fuera de razón y completamente absurda. Pero si tuviesen alguna experiencia de la verdadera oración, ciertamente comprenderían que es imposible invocar a Dios como conviene sin esta convicción de que Dios les ama. Mas como quiera que nadie puede comprender la virtud y la fuerza de la fe, sino aquel que por experiencia la ha sentido ya en su corazón, ¿de qué sirve disputar con una clase de hombres, que claramente deja ver que jamás ha experimentado más que una llana imaginación? Cuán importante y necesaria es esta certidumbre de que tratamos, se puede comprender principalmente por la invocación de Dios. El que no entendiere esto demuestra que tiene una conciencia sobremanera a oscuras.
Nosotros, pues, dejando aparte a esta gente ciega, confirmémonos en aquella sentencia de san Pablo; que es imposible que Dios sea invocado, excepto por aquellos que mediante el Evangelio han experimentado su misericordia y se han asegurado de que la hallarán siempre que la busquen. Porque, ¿qué clase de oración sería ésta; Oh Señor, yo ciertamente dudo si me querrás oír o no; pero como estoy muy afligido, me acojo a ti, para que si soy digno, me socorras? Ninguno de los santos, cuyas oraciones nos propone la Escritura, oró de esta manera, ni tampoco nos la enseñó el Espíritu Santo, el cual por el Apóstol nos manda que nos lleguemos confiadamente a su trono celestial para alcanzar la gracia (Heb 4.16): yen otro lagar dice que “tenemos seguridad y acceso con confianza por medio de la fe en él” (Ef 3.12). Por tanto, si queremos orar con algún fruto es preciso que retengamos firmemente con ambas manos esta seguridad de que alcanzaremos lo que pedimos, la cual Dios por su propia boca nos manda que tengamos, y a la que todos los santos nos exhortan con su ejemplo. Así que no hay otra oración grata y acepta a Dios, sino aquella que procede de tal presunción — si presunción puede llamarse — de la fe, y que se funda en la plena certidumbre de la esperanza. Bien podría el Apóstol contentarse con el solo nombre de fe; pero no solamente añade confianza, sino que además la adorna y reviste de la libertad y el atrevimiento, para diferenciarnos con esta nota de los incrédulos que a la vez que nosotros oran, pero a bulto y a la ventura.
Por esta causa ora toda la Iglesia en el salmo: “Sea tu misericordia sobre nosotros, oh Jehová, según esperamos en ti” (Sal 33.22). La misma condición pone el profeta en otro lugar: “El día que yo clamare; esto sé, que Dios está por mí” (Sal 56.9). Y: “De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré” (Sal 5.3). Por estas palabras se ve claro que nuestras oraciones son vanas y sin efecto alguno, si no van unidas a la esperanza, desde la cual, como desde una atalaya, tranquilamente esperamos en el Señor. Con lo cual está de acuerdo el orden que san Pablo sigue en su exhortación. Porque antes de instar a los fieles n orar en espíritu en todo tiempo con toda vigilancia y asiduidad, les manda que sobre todo tomen el escudo de la fe y el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios (Ef 6.16, 18).
Recuerden aquí, sin embargo, los lectores lo que antes he dicho, que la fe no sufre detrimento cuando va acompañada del sentimiento de la propia miseria del hombre, de su necesidad y bajeza. Porque por muy grande que sea la carga bajo la cual los fieles se sientan agobiados, de tal modo, que no solamente se sientan vacíos de todos aquellos bienes que podían reconciliarlos con Dios, sino, al contrario cargados de tantos pecados que son causa de que con toda justicia se enoje el Señor con ellos, a pesar de ello no deben dejar de presentarse delante de l, ni han de perturbarles tanto ese sentimiento, que les impida acogerse a Él; y a que ésta, y ninguna otra, es la entrada para llegar al Señor. Porque la oración no se nos ordena para que con ella nos glorifiquemos arrogantemente delante de Dios, o para que no nos preocupemos para nada de nosotros; sino para que confesando nuestros pecados, lloremos nuestras miserias delante de Dios, como suelen familiarmente los hijos exponer sus quejas, para que los padres las remedien.
Y aún más; el gran cúmulo de nuestros pecados debe estar lleno de estímulos que nos puncen e inciten a orar, como con su propio ejemplo nos lo enseña el profeta diciendo: “Sana mi alma, porque contra ti he pecado” (Sal 41.4). Confieso que ciertamente las punzadas de tales aguijones serian mortales, si Dios no nos socorriese. Pero nuestro buen Padre, según es de infinitamente misericordioso, aplica a tiempo el remedio con el que aquietando nuestra perturbación, apaciguando nuestras congojas y quitando de nosotros el temor, con toda afabilidad nos invita a llegamos a Él; y, no solamente nos quita los obstáculos, sino aun todo escrúpulo para de esa manera hacernos el camino más fácil y hacedero.

Esta seguridad se funda en ¡a bondad de Dios, que une la promesa al mandato de orar
En primer lugar, al mandarnos orar nos acusa con ello de impía contumacia, si no le obedecemos. No se podría dar mandamiento más preciso y explícito, que el que se contiene en el salmo: “Invócame en el día de la angustia” (Sal. 50.15). Mas como en todo lo que se refiere a la religión y al culto divino no hay cosa alguna que más insistentemente nos sea mandada en la Escritura, no hay motivo para detenerme mucho en probar esto. “Pedid”, dice el Señor, “y se os dará;. . .llamad, y se os abrirá” (Mt. 7,7). Aquí, además del precepto se añade la promesa, como es necesario. Porque aunque todos confiesan que hemos de obedecer al mandamiento de Dios, sin embargo la mayor parte volvería las espaldas cuando Dios los llamase, si El no prometiese ser accesible a ellos, y que incluso saldría a recibirlos. Supuesto, pues, esto, es absolutamente cierto que los que andan tergiversando o con rodeos para no ir directamente a Dios, son rebeldes y salvajes, y además reos de incredulidad, pues no se fían de las promesas de Dios. Y esto se debe notar más, porque los hipócritas, so pretexto de humildad y modestia, desvergonzadamente menosprecian el mandamiento de Dios y no dan crédito a su Palabra, cuando Él tan afablemente los llama a sí; y, lo que es peor, le privan de la parte principal de su culto. Porque después de haber repudiado los sacrificios, en los cuales entonces parecía consistir toda la santidad, Dios declara que lo sumo y lo más precioso ante sus ojos es que en el día de la necesidad se le invoque. Por tanto, cuando Él pide lo que es suyo y nos insta a que le obedezcamos alegremente, no hay pretextos, por bonitos y hermosos que parezcan, que nos excusen.

______________________________

ANTE EL CLAMOR POR LOS ESTUDIANTES DESAPARECIDOS (II)

ALC Noticias,  8 de noviembre de 2014

Luego de varias semanas de marchas en diversas ciudades del país y del mundo, la captura del ex presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca, y de su esposa, María de los Ángeles Pineda, habría hecho pensar en un camino de solución, pero tampoco se avizora que abone de forma inmediata para ello. El contexto político, en este caso, se ha viciado bastante por las disputas entre los partidos para inculparse mutuamente, aunque ha sido el PRD, de centro-izquierda, el más afectado, pues Abarca pertenece a ese partido, el cual se ha deslindado de sus acciones.
Algunos analistas, como Héctor Palacio y Raúl Zibechi  se han expresado en términos muy duros acerca de la fragilidad del Estado de derecho en México y de la incapacidad gubernamental para hacer justicia. Palacio escribió “El horror, el terror y el error de ser mexicano y vivir en México”, donde afirma: “Algunos ya explican que la omisión del gobierno federal, del PRD y demás autoridades o instituciones, se habría debido a los compromisos de este partido en torno al Pacto por México en el proceso de las reformas impulsadas por el gobierno federal. […] ¿Se trata de un crimen de Estado o de la organización delictiva o de ambas partes? ¿Qué se necesita para que México sea un país “normal” en el cual la sociedad pueda vivir su vida en paz?”.  Zibechi, citando a la cadena informativa Al Jazeera, comenta que el número de muertos, decapitados y desaparecidos en México es superior a los ocasionados por el Estado Islámico. Luis González de Alba ha sugerido que, en realidad, el problema de fondo en la región de Guerrero es el comercio de la amapola para la producción de opio (98% del total que se envía a Estados Unidos) y que los estudiantes quedaron en medio de una venganza entre narcotraficantes.

Con la conferencia de prensa del procurador general de la República, Jesús Murillo Karam, el viernes 7 de noviembre, en la que anunció la captura de tres personas miembros de la organización “Guerreros unidos”, que participaron en el secuestro de los estudiantes, quienes declararon que éstos fueron calcinados, el sesgo del asunto sigue siendo impredecible, aunque la protesta continuará, lo mismo que la exigencia por la aplicación de la justicia. Ciertamente, el gobierno no ha aceptado del todo dicha versión, lo que no aminora en absoluto la tensión, porque acaso el simbolismo mayor de la cínica respuesta de las autoridades federales sea la despótica reacción del procurador, quien se ha manifestado “cansado” de la manera en que los padres de los estudiantes desaparecidos se han conducido con él en su afán por obtener alguna respuesta a sus legítimas demandas. (LC-O)

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...