martes, 29 de abril de 2008

13er. Aniversario: Reseña histórica

1993-2008: “DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR”
Texto leído por el A.I. Hiram Palomino L.

"Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Porque por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía". En este pasaje de la Palabra de Dios, un pequeño grupo de hermanos encontraron la motivación para iniciar la obra que hoy por su gracia y voluntad celebramos en este aniversario, recordando que el peregrinaje de la iglesia durante estos años de formación se ha visto probada por una serie de vicisitudes pero a la vez se ha visto grandemente bendecida por la forma providencial como Dios ha puesto su mano sobre nosotros.
Aunque en los anales históricos se menciona el primer domingo de enero de 1993 como la fecha en que nos reunimos por primera vez como grupo, lo cierto es que en el año de 1990 surgió la inquietud de iniciar un proyecto de crecimiento de la iglesia Príncipe de Paz y fue así como el ministerio de misiones propuso un plan para establecer cuatro congregaciones en diferentes puntos de la ciudad, acordando el consistorio de la iglesia apoyar lo que parecía más viable. El proyecto Culhuacan, donde las autoridades del d.f. habían otorgado un terreno de más de 1000 metros cuadrados, se habían adquirido 100 sillas y nos estábamos reuniendo alrededor de 60 y 70 hermanos cada domingo en Villa Coapa, inclusive, se realizo un culto de inicio en el mismo terreno y estaban a punto de iniciarse las obras de servicios de agua, drenaje, etcétera. Todo estaba muy adelantado; sin embargo, como esta dicho en Isaías 55:8-9: "Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos". Las razones las desconocemos, pero por circunstancias adversas, este proyecto se abandono perdiéndose incluso el terreno donado.
Mientras esto acontecía, este pequeño grupo de hermanos mencionados al inicio, nos reuníamos semanalmente, cada vez en una casa de diferente familia con el único propósito de poner en las manos de dios la posibilidad de iniciar una misión en el norte de la ciudad, así, nos reuníamos Jonathan forcada y gloria, Daniel Soto y su esposa, Vicky Apasa, Rafael pineda con su familia, las hermanas Sara y pina romero, su servidor Hiram con Ruth y el grupo fue creciendo con la presencia de Javier y Pili, Rubén y Laurita y otros hermanos de los cuales no recuerdo sus nombres.
Cuando el proyecto Culhuacán es abandonado, se comparte con el Consistorio la experiencia y el propósito del grupo que venia reuniéndose durante un año o más y se asigna al pastor Jerry Cross que llego a la iglesia Príncipe de Paz en un convenio con la Iglesia Presbiteriana de Estados Unidos, para hacerse cargo del grupo y se retoma como un proyecto de la propia iglesia para formar la congregación “Príncipe de Paz, norte”
El 13 de diciembre de 1992 en el culto de aniversario de la iglesia Príncipe de Paz se realiza un solemne culto de envió donde un numeroso grupo de aproximadamente 70 hermanos tomaron la decisión de formar parte de la congregación, sin embargo, el primer domingo de enero de 1993 en el salón de fiestas “Alfil Negro” ubicado en av. De los 100 Metros esquina con Montevideo donde se realiza nuestro primer culto, sólo hacen acto de presencia aproximadamente 30 hermanos, mismos con los que se nombró la primera mesa directiva el tercer domingo de este año.
A partir de entonces, pero muy motivados por nuestro Señor, nos dispusimos junto con el pastor Jerry Cross a servirle, comenzando a visitar muchos lugares y hogares circunvecinos a nuestro centro de reunión, a donde se predicaba el Evangelio así como se instruía en la sana doctrina a los miembros asistentes, pronto nuestra congregación se vio fortalecida con nuevos miembros y una cantidad muy significativa de visitantes que domingo a domingo llegaban a adorar al Señor junto con nosotros.
Como se comenta al principio, durante el peregrinaje de los años de formación de nuestra iglesia, hemos atravesado por muchas vicisitudes, no en pocas ocasiones tuvimos que llegar a barrer y lavar todavía las huellas del desenfreno de las fiestas de la noche anterior, o el hecho de nunca haber recibido la ayuda económica de la iglesia para pagar la renta y que era demasiado elevada. Aunado a esto, la retirada del pastor Jerry Cross a escasos 7 u 8 meses de iniciado el trabajo y que por necesidades prioritarias de la iglesia dejó de apoyarnos, pero a pesar de las circunstancias, cada uno de los hermanos y hermanas servían con fidelidad al Señor lo que evidenciaba que Dios mismo iba en nuestro mismo caminar, tiempos muy memorables cuando los ancianos electos, Pablo Gil, Jonathan Forcada, Samuel Hernández, Rubén Núñez e Hiram Palomino, así como los diáconos electos, Javier Díaz, Ricardo Ruiz, José Ramos, Israel Núñez, Pablo Gil, cubrían la predicación, la visitación y la enseñanza mientras Dios preparaba a su siervo para venir a pastorearnos en este trayecto .
El gran amor de Dios y su providencia siempre se ha manifestado sobre nuestra iglesia, nos envió a un gran hombre de Dios para ejercer el ministerio pastoral en la persona del pastor Salatiel Palomino, el cual dedicó largas horas al estudio, la enseñanza y la preparación de los oficiales electos, como olvidar aquellas jornadas de estudios bíblicos de tanta inspiración que terminaban hasta las dos o tres de la mañana, el tiempo que dedicaba a la planeación y organización de nuestra congregación en iglesia, lo cual se celebro el dia 23 de abril de 1995 cuando fuimos constituidos como iglesia por el Presbiterio “Berea”. En preparación para dicho evento se lanzó una convocatoria a la congregación para proponer el nombre que adoptaríamos como iglesia, fue así como se selecciono de entre varias propuestas la de la hermana Miriam Gil, hija de nuestros hermanos Pablo Gil y Angelita , el cual fue Ammi-Shadday, combinación de términos hebreos que pueden traducirse como Pueblo del Dios Todopoderoso. El nombre Amisadai, transliteración simplificada de esta expresión, aparece en las Escrituras como el nombre de un judío, padre del líder de la tribu de Dan durante la peregrinación en el desierto (Nm. 1:12; 7:66, 71) en este nombre encontramos una combinación de dos términos: Ami, que literalmente significa “mi pueblo” y Sadai, título dado a una deidad. El nombre así, significaría, “Mi ancestro, o protector es (el Dios) Shadday”. Por otra parte, el término “Shadday”, constituye el nombre que identifica a Dios como “El Dios de la Montaña”. Este nombre, entonces, estaba relacionado con el poderío asombroso e impactante con el que Dios se reveló a los patriarcas (Gn. 31:42, “Temor de Isaac”), de modo que vino a representar poder y seguridad para ellos (Gn. 49:24; “el fuerte de Jacob” cuyo Arco se mantuvo poderoso”). Después de la época patriarcal, el nombre Shadday fue asociado con el de Yahweh, y es traducido como “omnipotente” o “Todopoderoso” (Rt. 1:20,21; Ez. I:24). En la versión Griega del Antiguo Testamento, Shadday se tradujo como Kúrios o Pantokratoor, que en español se traduce como “Señor” y “Todopoderoso”
Así pues, aunque una traducción literal de Ammi-Shadday pudiera ser “Mi estirpe o pueblo” es el Dios Todopoderoso”, o Mis raíces están en el Dios Todopoderoso, la idea puede extenderse a todos los creyentes y ser adecuadamente traducida como Pueblo del Dios Todopoderoso. Ahora bien, dado que la revelación suprema de Dios se nos ha otorgado en la persona de su Hijo Jesucristo, el poderío atribuido a Dios no consiste en el de la fuerza bruta de un monarca arbitrario, sino que tiene finalmente la forma del amor, de la cruz y de la gracia. El Todopoderoso según el evangelio, es también el Dios que humildemente muere en la cruz aparentemente débil e impotente. Sin embargo, es en esta entrega y por medio de ella, donde se revela el poderío del amor redentor de Dios que así nos hace parte de su pueblo.
Elemento esencial dentro de la visión del pastor Salatiel, es el carácter teológico del ministerio de la mujer que sin duda es un parte aguas en la iglesia presbiteriana, despertando el interés general de la necesidad de cambios históricos. Junto con el pastor Salatiel, su esposa, también pastora, Laurita Taylor de Palomino, reafirmaron en nosotros la convicción de que solo el estudio de la Palabra de Dios constituye el instrumento básico para entender como tal el ministerio de la mujer, momento histórico que les toco vivir a nuestras hermanas que fueron electas por la iglesia, y ahora Ancianas de Iglesia, Martita Aguilar Arellano, hermana C
armelita Castro de Núñez, y nuestras hermanas Diaconisas Laurita Cabrera de Núñez, Leticia Forcada de Palacios, Amalia Villar, y Sandra Salgado de Ruiz. Otro de los legados no solo espirituales que nos dejo Laurita es el estandarte que nos identifica como iglesia, el cual trata de representar gráfica y simbólicamente el sentido de nuestra vida comunitaria expresado en el nombre Ammi-Shadday.
Sobre un fondo de terciopelo morado aparece un triangulo equilátero estilizado de fieltro verde, cerca de cuya base muestra, recortada, la figura de una mano extendida con la palma hacia arriba. Sobre la mano aparece la forma de una barca confeccionada con tela de colores, típica de un zarape mexicano, sobre olas azules. El mástil de la barca lo constituye una cruz céltica, también recortada en el fieltro. En la parte superior aparece el nombre de Ammi-Shadday en letras estilizadas semejantes a la caligrafía hebrea hecha también de fieltro amarillo intenso.
El símbolo es el siguiente: El color morado del fondo representa la realeza divina asociada con la soberanía de Cristo y, por lo tanto, representa al Todopoderoso. Este color se usa en la Iglesia para las grandes fiestas del año litúrgico: el adviento, la cuaresma y la semana santa.
El tono verde del triangulo también insiste en la realeza de Cristo, ya que es el color litúrgico usado para la temporada denominada del Reino (que se extiende desde el segundo domingo después del Pentecostés hasta el domingo más próximo al 30 de noviembre).
Un tercer acento que recalca el carácter regio de nuestro Dios se logra con el color de las letras del nombre, puesto que el amarillo representa el color oro que es otro símbolo de realeza.
Así pues, los colores dominantes representa y enfatizan vivamente el Señorío de nuestro Dios, la soberanía que ejerce como el Rey Todopoderoso, que nos abarca y rodea como la fuente de nuestro ser.
El poderío de nuestro Dios es siempre una fuerza benévola y protectora. Esto se simboliza por la gran mano recortada cerca de la base del triángulo verde y que crea la impresión de que la presencia divina, que todo lo abarca, penetra por debajo de la barquilla azotada por las olas para protegerla y resguardarla. En las escrituras, con frecuencia el poder de Dios se representa por su mano (Sal. 89:13; 91:12; 104:28; 136:12; Jn. 10:28,29; 1 P. 5:6; Ap. 1:16,17).
El triángulo equilátero se ha usado tradicionalmente para representar a la Trinidad que identifica el Dios de los cristianos revelado como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, un solo Dios pero manifiesto en tres personas. De la manera como hay un solo triángulo pero éste tiene tres lados iguales. Así nosotros adoramos a un solo Dios que subsiste en tres personas iguales en poder yen gloria.
Pero este triángulo se halla estilizado; de sus dos lados surgen tres picos o prominencias que nuevamente recalcan las tres personas de la Trinidad, pero que, además, pretenden dar al triángulo la apariencia de una montaña. Otra vez esta montaña identifica y representa el nombre Shadday.
Hacia el centro del triángulo aparece una barca en medio de las aguas. Esta es una representación tradicional de la Iglesia. Aquí la Iglesia identifica precisamente cuál es el pueblo de Dios. La barca se halla en medio de las olas que representa al mundo. La barca se ve amenazada por las olas, pero la presencia de la mano protectora del Todopoderoso hará que la nave alcance su destino con seguridad. Esta imagen procede de los evangelios que muestran a los discípulos (la Iglesia) en medio del mal enfrentando la tempestad hasta que Jesucristo domina la tempestad para poner la paz y llevar el bote al puerto seguro (Mt. 8:23-33). Al confeccionar la barca con tela de zarape típico mexicano se logra el efecto de su identidad particular a nuestra comunidad como parte de una cultura y de una nación específica que es también convocada a la salvación Finalmente, en el costado de la barquilla aparece dos caracteres hebreos, las letras ayin y shin, que identifican la barca. Estas dos son las letras con que comienzan en hebreo las palabras Ammi y Shadday respectivamente. La letra Shin aquí ha sido también estilizada para representar el ancla del barquito.
La cruz céltica que se alza a manera de mástil sobre la barca es, desde luego, una identificación de la Iglesia y de la confesión de su fe en el crucificado. Pero en esta cruz, el circulo que se halla en la intersección de los dos elementos que constituyen la cruz, quiere representar el resplandor de la resurrección, y constituye, así, la doble confesión de la muerte y resurrección del Señor que es el centro del Evangelio. Por otro lado, la cruz célica ha sido escogida por las iglesias presbiterianas que trazan su origen hasta Escocia e Irlanda, donde fue usado ese tipo de cruz por los celtas, primeros cristianos de las Islas Británicas y que están relacionados con nuestras raíces ibéricas, ya que pertenecen a las antiguas tribus que también poblaron España.
Hay que agregar, para concluir, que la cruz pretende también dar el efecto de identificar a la montaña (el Shadday) no con el Sinaí, sino con el Gólgota. Así, los motivos hebreos propios del uso del nombre, son debidamente interpretados e identificados con Jesucristo, en quien el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el Dios de Moisés y de los profetas, se ha revelado en plenitud.
El es el Dios y Padre de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el Dios a quien servimos y de quien somos.
Además, nuestra congregación escogió como lema el hermoso texto que recoge la razón de las luchas y trabajos del escritor del Apocalipsis, quien desterrado en la isla de Patmos, explica que todo esto lo sufre “Por la Palabra de Dios y el Testimonio de Jesucristo” (Ap. 1:9 versión 1909), este lema, digno es de recordarlo, fue propuesto por el hermano Adrián Martínez Leal, como respuesta al concurso convocado por el Consistorio de la iglesia, y del cual fue ganador.
"Y tú Salomón hijo mío, reconoce al Dios de tu padre y sírvele con corazón perfecto y con ánimo voluntario; porque Jehová escudriña los corazones de todos, y entiende todo intento de los pensamientos. Si tu le buscares, lo hallaras; más si lo dejares el te desechara para siempre. Mira, pues, ahora que Jehová te ha elegido para que edifiques casa para el santuario; esfuérzate y hazla", I Crónicas 28:9-10.
Luego de una serie de confrontaciones como iglesia, nos convocamos para resolver la cuestión, el tiempo de emigrar del lugar al que Dios nos había llevado en un inicio había llegado, el Señor ahora ponía ante nosotros un gran reto de fe, El Señor nos demandaba que edificáramos casa para su santuario, hubo incertidumbre e incluso desánimo en algunos hermanos, sin embargo, ahí estuvo siempre el consejo pastoral del hermano Salatiel, pero sobre todo, la convicción de que por la fe lo podríamos lograr. Este pasaje bíblico fue el detonador para emprender un gran paso de fe y que fue el que nos consolido como iglesia.
Después de distintas búsquedas e intentos por adquirir alguna propiedad para tan grande propósito, el Señor puso a nuestro alcance todos los medios para que se pudiera hacer la compra de este predio, que en un principio solo era la mitad de lo que ahora tenemos, fue así que con gran entusiasmo y con el trabajo y el esfuerzo de todos los hermanos y hermanas fueron demolidos con nuestras propias manos los muros y paredes de lo que era la construcción , y así, empezamos a construir lo que ahora es el santuario donde alabamos a nuestro Dios, con el paso del tiempo se adquirió el otro predio donde hemos vivido hermosas experiencias compartiendo en amor grandes momentos de fraternidad cristiana.
Durante el trayecto formativo de nuestra iglesia, la vida de la misma a girado en torno a la presencia de Cristo expresada eficazmente mediante la predicación de la Palabra y la administración de los Sacramentos por todos y cada uno de los Siervos que el Señor en su bondad ha enviado para nuestro cuidado, así, recordamos a quienes han ejercido el ministerio pastoral, en algunos casos por llamamiento de la iglesia; como colaboradores pastorales, pastores fraternales o como pastores oficiantes, hombres consagrados como el Pbro. Francisco Ruiz, Pbro. Alberto Arenas, Pbro. Hugo Gallardo, Pbro. Saúl Rodríguez, Pbro. Mariano Ávila, Nuestros hermanos peruanos pastor Eliseo Vilchez y su esposa también nuestra pastora Deniz, Pbro. Armando Pacheco, Pbro. Carlos Aurelio Sánchez, Pbro. Rubén Arjona, Pbro. Caleb Díaz López, y actualmente nuestros queridos hermanos Pbro. Leopoldo Cervantes Ortiz y nuestro seminarista candidato al santo ministerio Iván Jiménez
Hoy nuestra iglesia después de transitar todo este tiempo, ve florecer el fruto del esfuerzo pero sobre todo, ve florecer el fruto de la fidelidad del Señor que prospera a su iglesia, Durante este tiempo han pasado gran cantidad de vidas, hermanas y hermanos que seguramente han encontrado consuelo y paz , ya sea por la predicación de la palabra o por el testimonio y acciones de alguien de nosotros, quizá otras vidas han conocido y recibido a Cristo como su Salvador, o quizá talvez, alguien se ha retirado de la iglesia, dolido o afectado por nuestro testimonio, o lo que puede ser más grave aún, cuantas hermanas y hermanos han estado junto a nosotros y no los hemos visto.
Hoy que iniciamos el mañana de la iglesia, debemos plantearnos como lo hicieron quienes iniciaron la obra en esta iglesia, nuevos retos, retos de fe que nos permitan ver un gran crecimiento. cuanto tiempo hace que no predicamos o evangelizamos a nuestros vecinos, podríamos iniciar un proyecto para ampliar y mejorar las instalaciones del templo, no nos conformemos con lo logrado. Nuestra iglesia ha sido muy bendecida con dones y talentos, hagamos prosperar aún mas la obra en este lugar donde nos ha puesto el Señor y que al celebrar otro aniversario más podamos decir: VA DIOS MISMO EN NUESTRO MISMO CAMINAR.
El ministerio de la iglesia, como dice el pastor Salatiel Palomino en su reciente libro, consiste en establecer el sentido y dirección del cambio histórico de la comunidad, buscando identidad, liberación, transformación y proyecto de vida.

Sufrimiento, queja, enojo y fidelidad: pautas para el compromiso cristiano hoy, Rubén Arjona Mejía

27 de abril de 2008

El libro de las Lamentaciones es poesía, poesía lírica. Cualquier intento por interpretarla será eso, sólo un intento. Y es que, en tanto que son poesía, las Lamentaciones fueron escritas para leerse, para releerse, para escucharse una y otra vez. El libro de las Lamentaciones carece de las ventajas que la narrativa nos brinda. Aquí no encontramos una historia, una trama… no hay un principio, no hay un clímax, no hay un final.
¿Qué es, entonces, lo que encontramos? Encontramos sentimientos, emociones, inteligencia emocional. En el libro de las Lamentaciones nos encontramos con un grupo plural y diverso. Encontramos a las mamás y a los papás, a las y los jóvenes, a los ancianos y a los niños, incluso a los muy pequeños; a las viudas y a los huérfanos, a los príncipes y a los aristócratas, a los prisioneros y a los inmundos…
Todos están ahí porque tienen algo en común: han logrado liberarse para articular en palabras lo que sienten y piensan ante la catástrofe del 586 a.C. Tras la destrucción de su ciudad, reaccionan con el único recurso que les ha quedado: la palabra, la palabra hecha poesía. La poesía se convierte así en un grito de protesta que trasciende los límites del terror para colocarse del lado de la vida. Todo en la ciudad es un caos; irónicamente, estos poemas son ejemplos de estructura (cuatro de ellos están estructurados en forma de acrósticos). Aquí radica tan solo un rasgo que apunta a la belleza y la complejidad de estos poemas: ¡Las Lamentaciones hablan del caos ordenadamente!
Los sobrevivientes de la catástrofe están llenos de emociones y de pensamientos que tienen que expresar para poder sanar. Para el poeta, una vida bien vivida es aquella que logra conectar profundamente con las emociones humanas. Algunos de los grandes problemas de los seres humanos tienen que ver con nuestro fracaso en el manejo de las emociones, de la tristeza, el enojo, el miedo, la alegría… Lamentaciones nos enseña a trabajar las emociones, a expresarlas…
Ahora bien, en el grupo de los sobrevivientes, cada uno reacciona a su manera porque cada uno interpreta la realidad desde el sitio donde está parado. Surgen así emociones diversas y hasta contrarias: tristeza, culpa, enojo y compasión, desesperanza y esperanza…
Estas emociones son como arroyos subterráneos que de repente se fusionan, que luego se separan; que aparecen y luego desaparecen. Entre todos estos ríos… hay cuatro temas que recurren: el sufrimiento, la queja, el enojo y la fidelidad.
Escuchemos algunas de las voces que lloran, las voces de los que sufren:

El pueblo entero llora y anda en busca de pan,
Con tal de seguir con vida,
Cambian sus riquezas por comida.
Llorando le dicen a Dios:
¡Mira cómo nos humillan! (1.11)

De luto están vestidos los ancianos de Jerusalén.
En silencio se sientan en el suelo y se cubren de ceniza la cabeza.
¡Las jóvenes de Jerusalén bajan la cabeza llenas de vergüenza!

Estoy muy triste y desanimado porque ha sido destruida mi ciudad.
¡Ya no me quedan lágrimas! ¡Siento que me muero!
Por las calles de Jerusalén veo morir a los recién nacidos.

Tímidamente claman los niños:
“¡Mamá, tengo hambre!”;
luego van cerrando los ojos y mueren en las calles,
en brazos de su madre. (2.10-12)

Sí, bella Jerusalén,
deja que tus habitantes se desahoguen ante Dios.
Y tú, no dejes de llorar;
¡da rienda suelta a tu llanto de día y de noche!

Alza la voz y ruega a Dios por la vida de tus niños,
que por falta de comida caen muertos por las calles.
Clama a Dios en las noches;
cuéntale cómo te sientes. (2.18-19)

Realmente me duele ver sufrir a las mujeres de Jerusalén.
Se me llenan de lágrimas los ojos,
pero no hay quien me consuele.
¡Espero que desde el cielo Dios nos mire y tenga compasión! (3.49-51)

Con las Lamentaciones, aprendemos a sufrir. Hay respeto por la dignidad y el sufrimiento de los seres humanos. Más aún, el poeta nos invita y ayuda a expresar el sufrimiento con palabras. Esta es parte de la función terapéutica de las lamentaciones. Las lamentaciones fueron escritas para que los sobrevivientes de la catástrofe pudieran enfrentar y superar el sufrimiento y el shock. Estos poemas le dan viabilidad a la supervivencia. Aquí hay un rasgo de lo que debe ser la Iglesia en un tiempo de intenso sufrimiento. El sufrimiento no puede evitarse, pero sí podemos y debemos identificarlo, nombrarlo, valorarlo y ritualizarlo para hacerlo superable. Vivimos en un mundo que busca evitar el dolor a toda costa… por eso somos constantemente bombardeados por un cúmulo de información para dejar de sufrir. Desde medicamentos de todos tipos hasta el discurso de grupos religiosos que anuncian “Pare de sufrir”… Las Lamentaciones, como la Escritura, nunca dicen que no hay que sufrir. Al contrario, nos recuerdan que el sufrimiento es un recurso nada despreciable para conocer, aprender y creer. La Iglesia tiene que volver a tomar en sus manos su identidad como comunidad terapéutica, la comunidad que nos acompaña y nos ayuda a sanar.
Un segundo tema recurrente en las Lamentaciones es la queja. Sí, las quejas en contra de Dios. Esa es la belleza de la poesía como lo es también de la oración. Las Lamentaciones son el recurso por excelencia para hablar de Dios sin censura. El poeta/el orante puede quejarse y saber que, diga lo que diga, Dios le seguirá amando. Quejas al por mayor... Si Dios estuviera incluido en los registros de la Profeco, seguramente le ganaría a Telmex y a la Compañía de Luz en número de quejas. Quejarse con Dios, y más aún, quejarse en contra de Dios suena fuerte. Pero el poeta dirá con razón, “Si nos quejamos con Dios, ¿con quién podremos quejarnos? El libro de las Lamentaciones está lleno de quejas:


5:1-5, 9-15
Dios mío, fíjate en nuestra desgracia;
date cuenta de que nos ofenden.

Nuestras tierras y nuestra patria
han caído en manos de extranjeros.

Nos hemos quedado sin padre;
nuestras madres han quedado viudas.

¡Hasta el agua y la leña
tenemos que pagarlas!

El enemigo nos persigue.
Nos tiene acorralados.

Para conseguir alimentos,
arriesgamos la vida en el desierto.

Tanta es el hambre que tenemos
que hasta deliramos.
En todas nuestras ciudades
violaron a nuestras mujeres.

No respetaron a nuestros jefes;
¡los colgaron de las manos!

Nuestros jóvenes y niños
cargan leña como esclavos.

Ya los jóvenes no cantan
ni se reúnen los ancianos.

No tenemos motivo de alegría;
en vez de danzas, hay tristeza. (5.1-5; 9.15)

Quejas. ¡Cuántas quejas! Pues las quejas son aquí un recurso en contra de la legitimización del sufrimiento. El sufrimiento humano tiene causas, raíces, autores… hay que hablar de todo esto. El lamento, la queja es un recurso no sólo aceptable, sino necesario en la relación de alianza con Jehová. En un sentido, la queja constituye el elemento que permite que la relación con Jehová permanezca viva, dinámica y abierta. De esta manera, la fe se vuelve real, militante, combativa; se vuelve, efectivamente, una lucha con Dios. Al respecto, Walter Brueggemann ha dicho: “La voz sufrida de Israel es la materia prima a partir de la cual el poder santo de Dios se activa para transformar, desestabilizar y reordenar el mundo”. La construcción de un nuevo mundo comienza entonces por inconformarnos con las condiciones presentes.
Encontramos aquí un segundo rasgo que la Iglesia debe asumir en toda su dimensión. La Iglesia debe asumir su identidad como una comunidad gestora, una comunidad dispuesta a gestionar ante Dios las soluciones a las quejas legítimas de la humanidad. La Iglesia tiene que llevar el clamor y el sufrimiento de la humanidad delante de Dios, para demandar, humilde, pero firmemente, respuesta de parte de Dios.
Un tercer tema que aparece en las Lamentaciones es el enojo. ¡Sí, el enojo! Los sobrevivientes de una catástrofe, cualquiera tipo de catástrofe, se enojan. Y para poder superar el enojo hay que ponerle palabras. Aquí, el enojo se vuelve poesía. ¡Ojalá que todos nuestros enojos se convirtieran en poemas! Noten ustedes el enojo que hay detrás de las palabras del poeta al final del segundo poema:

2:20-22
Las madres están por comerse
a los hijos que tanto aman.
Los sacerdotes y los profetas
agonizan en tu templo.
Piensa por favor, Dios mío, ¿a quién has tratado así?
En tu enojo les quitaste la vida
a los jóvenes y a los ancianos.
Mis muchachos y muchachas
cayeron muertos por las calles
bajo el golpe de la espada.
Nadie quedó con vida
el día que nos castigaste;
fue como una gran fiesta
para el ejército enemigo:
murieron todos mis familiares,
¡nos atacaste por todos lados!

El poeta canaliza su enojo para ver si así logra movilizar a Dios. Nos encontramos aquí con un poeta enojado que ve a un Dios enojado. Ver los otros rostros de Dios es necesario y hasta saludable. Nos hace bien encontrarnos con un Dios que disciplina; conviene derrumbar el mito del Dios bonachón y apapachador. De lo contrario, corremos el riesgo de convertir a Dios en un ídolo, un fetiche a nuestro modo, hecho a la medida.
Al enojarse, el poeta nos recuerda que no hay sentimiento, no hay circunstancia que no podamos traer delante de Dios. Podemos traer al Señor nuestras emociones más intensas, nuestro enojo, nuestra decepción, nuestra depresión, nuestra frustración… Sabemos, como lo sabe el poeta, que las emociones bien manejadas, pueden ayudarnos a encontrar soluciones creativas a conflictos. En momentos agudos, es el manejo de las emociones lo que determinará si lograremos sobrevivir.
En este sentido, la Iglesia de Jesucristo debe ser una comunidad que conserve su derecho a protestar, su derecho y su capacidad de enojarse, de indignarse ante las injusticias, ante el pecado, ante el sufrimiento… Debe enojarse, pero también debe pensar y procesar su enojo para convertirlo en fuerza creadora. Por otro lado, en un mundo en el que la palabra está en crisis, la Iglesia debe hablar de Dios honestamente y resistir a la tentación de hacer de acomodar a Dios para que sea un producto vendible.
El cuarto y último tema es el tema de la fidelidad. En ninguna parte del libro se desarrolla claramente el tema de la fidelidad a Dios. Sin embargo, el poeta, en el capítulo 3, recuerda su historia, y de sus memorias saca una afirmación de fe, evoca entonces el tema de la fidelidad de Dios. NO lo ve, pero sabe que algún momento se dijo, y que hoy urge volverlo a decir. El poeta aclara que él está lleno de amargura, que no tiene fuerzas y que ya no confía en Jehová: "Perecieron mis fuerzas, y mi esperanza en Jehová” (3.18). Sin embargo, está consciente del sufrimiento y está dispuesto a buscar alternativas: "Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré” (3.21).

Y entonces evoca el pasado:

Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos,
porque nunca decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad.
Mi porción (mi lote) es Jehová, dijo mi alma;
por tanto, en él esperaré. (3.22-24)

¡Qué paradoja! Esa es la paradoja del hombre/mujer que sufre. Se siente muy mal, se siente acabado, ha visto morir a los suyos, ha perdido sus propiedades, pero a partir del sufrimiento, afirma la esperanza. El sufrimiento recorre el cuerpo, y, finalmente, en los labios, se convierte en esperanza.
Los labios del que sufre afirman la fidelidad de Dios. Pero ¿y el pueblo? ¿qué hay de la fidelidad de este grupo de sobrevivientes para con su Dios? A pesar de todo… sí, a pesar de todo, las Lamentaciones se dirigen a Jehová. Dios es la audiencia primera. Jehová es el referente de los sobrevivientes. A pesar de la catástrofe, los sobrevivientes se han negado a rendirle culto a los dioses de sus conquistadores. Al contrario, buscan a Jehová en oración, en ritual; honesta y transparentemente; sin tapujos, sin hipocresías, sin adulaciones. A pesar de la violencia, a pesar del abandono, a pesar de que Jehová se ha comportado como enemigo, el pueblo sufriente ha optado por serle fiel.

Amados hermanos, hermanas:
El libro de las Lamentaciones es la otra fotografía de Dios. El fotógrafo, el poeta, resiste a la tentación de tomar la fotografía oficial de Dios. Nos presenta a Dios desde su lente, desde su pluma, desde sus labios…
La Iglesia y el mundo requieren mujeres y hombres como el poeta de las Lamentaciones. Mujeres y hombres que, desde el sufrimiento, desde la destrucción, desde la crisis, estén dispuestos a imaginar a Dios y hablar de él en consecuencia. Mujeres y hombres que conserven y ejerciten su capacidad de indignarse, de quejarse y de enojarse, para dar lugar así a la acción creadora del Espíritu. Mujeres y hombres dispuestos a sufrir y acompañar a los que sufren.
En síntesis, la comunidad que amamos, la comunidad con la que nos comprometemos, deberá conservar y fortalecer su vocación profética, su identidad como comunidad terapéutica y su inquebrantable fidelidad a Dios.

13er. Aniversario: Renovación de votos

27 de abril de 2008

En respuesta a la Palabra de Dios nosotros decidimos seguir a Jesucristo. Queremos tomar su cruz cada día, a cada momento, y seguirle. Nuestro compromiso es continuar con la construcción del Reino de Dios, es decir, seguir con el ministerio de Jesucristo. Denunciamos en el nombre de Dios a todas aquellas personas, instituciones y gobiernos que promueven la Muerte de los inocentes e indefensos, que, siendo corruptos, dejan morir de hambre a millones de personas; que son su insensibilidad excluyen a miles de grupos minoritarios, discriminándolos por su raza, nivel socio-económico, género o preferencias políticas, sociales o de cualquier índole; que por su insaciable ambición devoran a millones explotando desmedidamente el medio ambiente, dejando sin empleo a cientos de millones. Denunciamos a todos aquellos que “crucifican” inocentes y asesinan a nuestro planeta.
Nos comprometemos a luchar por la justicia, por la libertad, por la igualdad y por la paz entre las personas y las naciones. Nos comprometemos a ser una comunidad con la misión y visión que Jesucristo enseñó, donde servir es el mayor privilegio, donde el amor por el prójimo es prioridad, donde ver por el necesitado es nuestra vocación.
Nuestro compromiso es anunciar el Reino, la esperanza y el amor de Dios. Nos comprometemos a seguir con el estudio y la reflexión teniendo como base la Palabra de Dios para que de esa manera descubramos el mensaje siempre actual del Evangelio y así transformemos nuestras mentes y actitudes como parte de nuestra decisión de seguir a Jesucristo.
Nuestro compromiso se resume en dar gloria a Dios a cada instante, defender su Reino y vivir tal como nos ha enseñado, para que de esa manera comprendamos el verdadero sentido y misión de ser seres-humanos, creación de Dios.

Letra 70, 20 de abril de 2008

PENSAR LA ESPERANZA COMO APOCALIPSIS. CONVERSACIÓN CON RENÉ GIRARD (I)
Carlos Mendoza A., O.P.
Letras Libres, abril de 2008, www.letraslibres.com/index.php?art=12884

El problema de las víctimas de la violencia humana tiene una gran significación en el pensamiento antiguo y moderno, tanto para las antiguas instituciones jurídicas como para la reflexión moderna, por ejemplo en torno al Holocausto. En su último libro usted habla de Levinas como de aquel pensador judío moderno que, de manera coincidente con su teoría del deseo mimético, advirtió la necesidad de ir más allá de la afirmación solipsista del yo, de la identidad.
Conocí a Levinas de manera azarosa en los encuentros con editores y en algunas presentaciones de libros en París, pero siempre lamenté no tratarlo con mayor cercanía. En mi último libro subrayo la proximidad con su planteamiento de la alteridad como solución al deseo mimético en estos términos: «Levinas es importante para ayudarnos a pensar la rivalidad. No se trata de un autor belicista ya que no cree en una regeneración por medio de la guerra [...] Incluso podemos ver en su posición una crítica al pacifismo. Él acaba con Hegel, como nosotros intentamos acabar con Clausewitz. Llega hasta las últimas consecuencias de una tendencia filosófica, como nosotros vamos hasta el final de una tendencia antropológica. Más allá de la guerra, Levinas piensa una relación con el otro que estaría purificada de toda reciprocidad. Más allá de la indiferencia y de su lógica implacable, ambos intentamos pensar el Reinado de Dios. Cuando él habla de la guerra en términos de ‘rechazo de pertenencia a una totalidad’ parece inquietante si se lee como una apología de la guerra. En cambio es una reflexión interesante si se lee como pensamiento de la trascendencia, en el sentido etimológico del término, es decir como salida de la totalidad. Levinas apunta directo al Estado y al totalitarismo. Es claro que el hegelianismo está en su mira. «[…] Un pensamiento del Otro hace enloquecer a la totalidad revelando su esencia guerrera. Y al afirmar que la lucha a duelo es ya por sí misma una relación con el Otro, revela que la relación habita en el corazón de la reciprocidad violenta» (p. 178.180).
El problema de fondo que considero en mi obra es precisamente cómo interpretar la salida de la totalidad. En este sentido, «Levinas llegó tal vez al corazón de esta misteriosa semejanza entre la violencia y la reconciliación. Pero a condición de subrayar claramente que el amor hace violencia a la totalidad, hace estallar en pedazos a los Principados y a las Potestades. Para mí la totalidad sería más bien el mito, aunque también el sistema reglamentado de intercambios, todo lo que disimule el principio de reciprocidad. ‘Salir de la totalidad’ quiere decir por tanto para mí dos cosas: o bien regresar hacia el caos original de la violencia indiferenciada, o bien dar un salto hacia la comunidad armónica de ‘los otros en tanto otros’» (p. 181).
La crisis actual del sujeto posmoderno, desencantado de las grandes teorías y de las utopías históricas, está en relación directa con esta crítica de la totalidad. Gianni Vattimo y algunos filósofos posmodernos han pensado este tema en términos de un cierto nihilismo místico. Para otros, como el teólogo anglicano John Milbank, la salida a este impasse radica en volver a la teología para superar el reduccionismo de la razón secular propio de la modernidad. ¿Cómo ubica usted su propia obra en este debate?
Habría que preguntar a estos autores cuál es el papel de la encarnación del Verbo de Dios en sus propuestas. Porque ahí se juega, a mi juicio, el aporte del cristianismo al enigma del deseo violento y de lo religioso arcaico y, en consecuencia, la salida de la totalidad. Vattimo, por ejemplo, no parece darle una importancia capital a esa encarnación del Logos divino. Pienso por otra parte que Milbank tiene razón al señalar las insuficiencias de la modernidad ilustrada y su racionalismo reductor. Ambos extremos de pensamiento son los más vivos en nuestra época. Por mi parte, no me canso de insistir en que lo real no es racional como lo pretendía Hegel y como lo leyeron sus discípulos idealistas, sino que lo real es religioso, como lo he subrayado en mi último libro; y religioso arcaico, es decir, violento y sacrificial. Ahí radica la comprensión de la historia, de la condición humana y del sentido de la existencia.
¿Se trata entonces de recuperar cierto realismo teológico indispensable en esta hora incierta para el porvenir de la humanidad y del planeta?
Usted me hace preguntas que me sobrepasan porque no soy teólogo. Inicié mi carrera como antropólogo muy lejos de la teología. Pero poco a poco me fui dando cuenta de que, si hacemos antropología mediante cierta observación atenta de los fenómenos, en lugar de alejarnos de lo religioso, ese camino nos lleva a ese centro. No se trata de proponer tesis que intelectualicen lo religioso, haciendo de ello un objeto de observación porque entonces lo “des-antropologizamos”, como lo hizo Augusto Comte en Francia. Él veía en lo religioso una interpretación del universo. Pensaba lo religioso a partir de la ciencia empírica de su tiempo, de una ciencia atea. Tal es la visión común de muchos autores en nuestros días, como Hopkins en el mundo anglosajón, cuyos libros tienen un gran éxito en el mercado editorial.
Pero a mi parecer ese tipo de obras atestiguan, en el fondo, cierta inquietud existente ante la autosuficiencia del pensamiento científico moderno y la conciencia de sus callejones sin salida. Dicha inquietud se encuentra presente en muchos otros círculos, por ejemplo, entre los masones de la Logia Francesa que no son anti-espiritualistas, un poco como los ingleses o estadounidenses. He encontrado en ellos una extraordinaria sed de espiritualidad. Incluso mis obras que hablan explícitamente del aporte del cristianismo, de la mística y de la oración, son muy bien recibidas en esos medios, a diferencia de la recepción agria en algunos medios católicos progresistas en Francia. Incluso en los medios masones ateos como la Orden del Gran Oriente en Francia se encuentra viva esta inquietud.
Podemos así constatar ahora una situación paradójica porque el ateísmo de inicios del siglo XXI se encuentra abiertamente en movimiento hacia lo religioso. Lo paradójico radica en constatar que los medios católicos en Francia se quedaron bloqueados en el progresismo de los años sesenta, cayendo en cierto modo en la trampa del racionalismo. Pareciera haber una implacable ley de la historia que hace que los católicos, a fuerza de ideas fijas y estáticas, lleguemos siempre tarde a lo que sucede en cada época, quedando paralizados ante los cambios evidentes. Tiene uno ganas de decirles que reaccionen y se pongan en movimiento.
Provengo de una familia típica del catolicismo occidental: una madre piadosa, en cierto modo conservadora, marcada por las costumbres de sus ancestros, incluida la simpatía por la tradición de la realeza católica e incluso con algunos tintes de racismo. Mi padre, por el contrario, pertenecía a la tradición radical socialista cercana al ateísmo. En mi juventud me alejé de la Iglesia y regresé a ella justo antes del Concilio Vaticano II, pero ahora buscando vincularme con la larga tradición cristiana. Y dadas mis tendencias estéticas y antropológicas fue la Iglesia antigua la que me llamó la atención. Por estos motivos, por ejemplo en Stanford, me gusta participar en una Misa gregoriana, pues el canto pleno preserva con gran vigor ese dinamismo místico propio de la fe. Al mismo tiempo debo decir que eso no significa que me sitúo del lado de una teología conservadora. Cristo es quien ha mostrado el fracaso de la religión arcaica, sacrificial, desmontando sus mecanismos victimarios y llamando a la humanidad a romper el círculo de la violencia mimética. Creo que por eso su mensaje es universal y trascendente.
Aunque usted dice no ser teólogo, en realidad su obra, y en particular sus últimos libros a partir de Veo a Satán caer como el relámpago, contienen ideas verdaderamente teológicas. Por cierto, es de subrayar la preferencia que usted muestra allí por las tradiciones de san Pablo y san Lucas, quizás por su común insistencia en el dramatismo de la salvación. Se echa de menos, por ejemplo, la influencia de san Juan, más inspirada por la divinización de la creación que por la redención del pecado.
En realidad mi último libro hubiese querido trabajarlo aun más, sobre todo con respecto a los textos apocalípticos sinópticos porque son la consecuencia directa de la lectura mimética de lo real. Hubiese querido detenerme más para mostrar cómo los textos apocalípticos primitivos del cristianismo, desde un punto de vista estrictamente lógico, son la consecuencia directa del mimetismo. El pasaje esencial de la historia que el cristianismo descubre consiste en la revelación de la verdad de la víctima. Así lo he explicado con anterioridad: «El tiempo lineal en el que Cristo nos hace entrar hace ya imposible el eterno retorno de los dioses, lo mismo que imposibilita las reconciliaciones que se construyen sobre las espaldas de las víctimas inocentes. Privados del sacrificio, nos encontramos frente a una alternativa inevitable: o reconocer la verdad del cristianismo, o bien contribuir a la montée aux extrêmes4 --“llegada a los extremos”— rechazando la Revelación. Nadie es profeta en su tierra, porque ningún país quiere entender la verdad de su propia violencia. Cada uno buscará disimularla para obtener la paz. Y la mejor manera de tener esa paz es haciendo la guerra. Tal es la razón por la que Cristo padeció la suerte de los profetas. Se acercó a la humanidad provocando el enloquecimiento de su violencia al mostrarla en su desnudez. En cierto modo él no podía triunfar. Sin embargo, el Espíritu continúa su obra en el tiempo. Es el Espíritu quien nos hace comprender que el cristianismo histórico fracasó y que los textos apocalípticos ahora nos hablarán como nunca lo han hecho» (p. 188).
Pero se devela entonces el otro aspecto de la verdad de Cristo. La manifestación de la víctima impide a la mentira del chivo expiatorio ser la realidad fundadora. En suma, la crisis ya no es tal. De ahí que aquella misteriosa palabra de Cristo, ‘Veo a Satán caer como el relámpago’ transmitida por Lucas en su evangelio (Lc 10:18), resume de manera magistral esta revelación. La perpetuidad de la crisis mimética ha quedado puesta en entredicho: «Cristo enciende la mecha revelando la esencia de la totalidad. Por tanto pone la totalidad en estado febril porque el secreto de esta totalidad ha sido revelado a plena luz» (p. 180).

Vivir como resucitados: en medio de rutinas, coyunturas y contingencias, L.Iván Jiménez J.

20 de abril de 2008

El desafío de vivir como resucitados (III), Elsa Tamez

20 de abril de 2008
Dios se hace presente en la historia a través de quienes viven como resucitados
Quienes viven como resucitados son los que han sido liberados por el Espíritu y caminan en la vida conforme a los anhelos del Espíritu: la justicia, el amor, la paz y la alegría. Estos manifiestan de manera visible una espiritualidad de liberación. Porque el Espíritu de Dios creador y de Cristo salvador habita en ellos y ellas. Pablo utiliza indistintamente y como sinónimos Espíritu de Dios y Espíritu de Cristo (Ro 8.9). Se trata del Espíritu Santo prometido (Gál 3.13) desde siempre y derramado en nuestros corazones (Ro 5.5). Y se trata, asimismo, del Espíritu del Mesías Jesús, el rostro humano de Dios, que nos dejó al partir de esta tierra. De modo que percibimos hoy la presencia histórica y concreta de Dios y del Mesías Jesús sólo a través de su Espíritu. “Dios con nosotros” hoy (Emmanuel) es el Espíritu Santo; no hay otra forma histórica de Dios presente en nuestra realidad. El kerigma declara que Jesús el Mesías murió, resucitó, se apareció a algunas discípulas y discípulos, y después partió, dejándonos su Espíritu. De suerte que toda acción visible transformadora y liberadora de Dios en la historia y su creación se hace por medio de su Espíritu.
Sin embargo, el Espíritu no es un fantasma que actúa sin cuerpos. El Espíritu tiene una morada concreta y material, la comunidad de creyentes que viven como resucitados y con sus cuerpos mortales, vivificados (Ro 8.11). La morada del Espíritu es el Templo, pero no el edificio, sino las comunidades de creyentes que asumen el desafío de vivir como resucitados y que forman, según las palabras de Pablo, el cuerpo del Mesías resucitado (I Co 12). Un cuerpo solidario, en comunión con los hermanos y hermanas que luchan por la defensa de la vida de los más pobres y amenazados, y respeta la diversidad gracias al Espíritu.
No obstante, el Espíritu no mora únicamente en la comunidad, también mora en las personas, en cada uno de sus cuerpos. El cuerpo es el templo del Espíritu Santo, dice Pablo (I Co 6.19). Esta afirmación repercute en tres dimensiones: una, se i
nvita a cuidar de los cuerpos propios en vista de que en ellos habita el Espíritu de Dios; dos, se invita a ver al otro, a la otra, con respeto y mirada tierna puesto que es un ser habitado por Dios; el que el ser humano sea templo del Espíritu crea una barrera para quienes quieran matar, violar o destruirlo, pues al hacerlo se ataca a Dios. Pero lo más importante es que al Espíritu le nacen nuestras piernas y brazos, ojos y boca, para hacer visible su presencia liberadora a través de los cuerpos de quienes viven como resu-citados.
Para el apóstol Pablo, en el paso de la muerte a la vida ha habido una trans-formación profunda. Al morir y resucitar con el Mesías Jesús, Dios nos concedió el Espíritu, y al dejarnos guiar por él, se recuperó la imagen divina en nosotros: pasamos a formar parte de la divinidad. El Espíritu de Dios y el espíritu humano entraron en sintonía para clamar que somos hijos e hijas de Dios y para mostrarlo con nuestras actitudes y actos como si fueran de Dios. En palabras de Pablo: “...habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace aclamar ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios” (Ro 8.15-16).
En fin, Dios se acerca a su creación y se hace presente mediante su Espíritu. El Espíritu es la presencia histórica de Dios manifestada a través de quienes asumen el don de la vida y la viven como resu-citados. [...]

Signos de Vida, 31, marzo de 2004

viernes, 11 de abril de 2008

Letra 69, 13 de abril de 2008

BREVE RESEÑA DEL LIBRO INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y TEOLOGÍA DE JUAN CALVINO, DEL DR. SALATIEL PALOMINO
Mariano Ávila A.


La primera impresión que me ha dejado este libro es que ya hace mucho era necesario que alguien escribiera, desde una perspectiva latina-americana, una obra sobre Juan Calvino. Por más de un siglo hemos estado leyendo obras de otras latitudes sin contar con una lectura desde nuestra realidad. Es cierto que no han faltado colecciones de ensayos, conferencias, artículos que exploran uno u otro aspecto del pensamiento de Calvino desde una perspectiva latinoamericana. Pero sin duda, este es el primer trabajo que ofrece una interpretación comprehensiva de Juan Calvino.
El Dr. Palomino presenta su trabajo como una obra de divulgación, introductoria a la vida, obra, pensamiento e influencia del reformador. Y si duda lo hace bastante bien. Pero su obra va mucho más allá que una introducción. Provee un análisis amplio y profundo de un personaje multifacético, denso y contemporáneo como lo es Juan Calvino.
El libro cubre los aspectos biográficos e históricos con una narrativa clara, elegante y precisa. Es una relectura fresca y altamente informativa de su vida, encuentro con la Reforma protestante y los inicios de su ministerio pastoral. Además de los lugares comunes sobre la vida del reformador, Palomino ofrece una gran cantidad de detalles y datos nuevos, que reflejan su profunda investigación. Sin duda enriquecerá el conocimiento de Calvino entre propios y extraños. Las escasas notas a pie de página proveen pistas para una lectura más amplia. Lamento la ausencia de una bibliografía. Para una obra de divulgación no es tan necesaria; pero esta obra va más allá de una mera introducción. Tiene muchas vertientes seminales y fecundas.
El capítulo sobre la tarea exegética de las Escrituras sagradas tiene un gran valor instructivo para los lectores limitados al idioma castellano. No existe en español nada parecido a tal análisis. El lector se encontrará a un Calvino que le curará de lecturas simplistas y hasta fundamentalistas de la Biblia, y que le mostrará a un reformador que supo combinar con su profundo respeto por la autoridad de la Palabra de Dios, una lectura inteligente y crítica de un libro que también es palabra de hombres.
El capítulo sobre la articulación del pensamiento teológico contextual de Calvino (sus escritos ocasionales) tiene la virtud de recuperar a un reformador que es contemporáneo nuestro. Pocas veces consideramos a Calvino como un pastor y teólogo contextual que hizo teología desde los márgenes y comprometido con un pueblo perseguido y pobre, bajo la hegemonía de un imperio político-religioso que se empezaba a desmoronar. Palomino nos ofrece ese tipo de lectura y nos desafía a ser calvinistas en ese espíritu y actitud del reformador.
Los capítulos sobre el pensamiento teológico de Calvino plasmado en su Institución proveen reflexiones profundas y síntesis muy valiosas de un pensamiento amplio y complejo como el calviniano. Los apartados con los que Palomino ordena la consideración de la obra magna de Calvino, son en sí una útil sistematización de su teología. Ese es, sin duda, otro de los grandes valores de esta introducción.
Al tratar de la influencia de Calvino, además de la reseña histórico-geográfica y de las múltiples áreas en que se ha dejado sentir la influencia del pensamiento calviniano, Palomino nos ofrece una lectura crítica (ausente en obras similares) de la manera en que los calvinistas han usado el pensamiento de Calvino. ¡Qué importante es este tipo de lectura para quienes les gusta repetir acríticamente ideas y adherirse a credos calvinistas sin reflexionar en los usos y mal-usos que se le ha dado al pensamiento del reformador!
Hay una gran riqueza reflexiva y sugestiva en esta pequeña gran obrita (por el tamaño y extensión). El libro bien se puede usar en seminarios e iglesias ya que provee bastantes elementos y desafíos que seguro provocarán jugosas discusiones.
En el capítulo final Palomino nos da pautas (que ya otros como Nicholas Wolterstorff han intentado en su propio contexto) para apropiarnos del pensamiento calviniano en nuestra situación histórica concreta. Palomino ofrece una metodología y algunos de los principios teológicos fundamentales para realizar una hermenéutica responsable e inteligente de Calvino. Allí refleja Palomino su investigación doctoral sobre la hermenéutica de liberación en clave reformada y nos ofrece valiosas intuiciones para una tarea que aún está en pañales. El modelo que Palomino ofrece tiene el valor de mostrar una forma (no la única) de hacer relevante al reformador ginebrino. Allí es donde veo la utilidad de esta “introducción” en nuestros seminarios, universidades e iglesias.
Es evidente el entusiasmo de Palomino por Calvino. El tono general suena a menudo como una hagiografía y no está ausente cierto sentido de que estamos ante “la última coca cola del desierto” (perdón por la ilustración imperialista y consumista). La narrativa es rica en adjetivos elogiosos a Juan Calvino. Para mi gusto, una distancia más crítica puede ser muy provechosa. Necesitamos ver más al hombre junto con el santo. Esa nota aparece regularmente en esta obra, pero la envoltura que domina es la del elogio y encomio. Esto es más un comentario intuitivo pero juzgo que hoy día ese lenguaje ya no cae muy bien. Ni siquiera en un calviniano y Mariano como yo.
Para ilustrar, el caso Servet (pp. 81-82) se describe en media página sin entrar en detalles o sin responder a las duras críticas que detractores del reformador han levantado siempre. Uno esperaría al menos ciertos criterios para interpretar en su contexto histórico un acto moral tan reprochable para nuestros días. La confesión de pecados y la penitencia están casi ausentes de la obra. Otra vez habla el mariano. Un sentido más ecuménico nos puede librar del sectarismo inherente en este tipo de empresas.
Lo mismo se podría decir con respecto a doctrinas tan controversiales como la predestinación. Palomino la reseña pero sin ir mucho más allá de su comprensión calviniana, que sigue casi servilmente a Agustín. Esa doctrina es para muchos lectores despistados lo más distintivo de Calvino. Hay quienes reducen el pensamiento calviniano a esa enseñanza. Pero no lo es ni siquiera de los principales calvinismos (como el reformado holandés o presbiteriano escocés).
La doctrina es para muchos una piedra de tropiezo. No quiero con esto decir que podemos evitar el “escándalo de la cruz” o que podemos siempre resolver los imponderables misterios de la teología. Pero más bien abogo por una relectura crítica de esas doctrinas teológicas y de sus textos bíblicos. Ello podría guiarnos a un entendimiento más sano y preciso de ellas. Lo ilustro. En el debate exegético-teológico actual, personas como N.T. Wright han emprendido una lectura de doctrinas reformadas como la justificación por la fe, no tanto a partir del pensamiento calvinista o luterano del siglo xvi y xvii, que sirve como lentes para la lectura del texto bíblico, sino a partir de una estricta lectura histórica-exegética en el contexto del primer siglo. Los resultados han empezado a perfilar un nuevo paradigma y perspectiva en la interpretación bíblica, que es rico, prometedor y fecundo. El profesor David Brondos, de la comunidad teológica, ha publicado el año pasado una relectura de la doctrina de la redención en esa óptica. Mi propuesta es que podemos y debemos hacer lo mismo con doctrinas como la predestinación y elección. Hemos de leerlas como fruto de su propia época pero, como Calvino, ir a las fuentes de nuestra fe e interpretarlas en su propio contexto histórico.
Muchas gracias por esta oportunidad.
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DECLARACIÓN CRISTIANA SOBRE LA REFORMA ENERGÉTICA
(Fragmento)


[...] Para nosotros, el problema del petróleo y del cuidado de los recursos naturales, no pueden ser desligados del problema de la justicia en México y de la satisfacción de las víctimas, si se ha incurrido en irresponsabilidad del que administra o abusa de un bien público. Esto nos permite establecer que habrá voluntad para relanzar la industria petrolera, si hay voluntad para la realización de la justicia en México y la eliminación de la miseria, porque lo que vemos a todas luces es un sistema económico, al que no es refractaria la orientación estratégica de la empresa, que sólo es capaz de crear riqueza concentrándola más en lugar de repartirla mejor. Desde la visión cristiana de la Creación, no habrá salvación para Pemex, si el centro de la misma no es el ser humano, en este caso, los mexicanos y mexicanas realmente existentes, sino el dinero (y sus adoradores), el clásico ídolo que exige sacrificios humanos.Bajo este prisma, los administradores y responsables de Pemex, y quienes coloquen su conciencia ante decisiones estratégicas sobre su futuro, tendrían que partir de una sincera autocrítica: ¿Cómo es que el Gobierno prefiere vaciar reservas que renovarlas; extraer petróleo que producir gas natural; importar que producir internamente; generar electricidad con gas natural que utilizar fuentes menos contaminantes; buscarle resquicios al marco jurídico que comprometerse con su mandato; reinterpretar leyes y reglamentos o querer transformarlos para beneficio de entes privados que comulgar con la exclusividad del Estado plasmada en los artículos 27 y 28 de la Constitución para beneficio de un pueblo entero? Las preguntas serían ociosas, pero estamos ante consecuencias desastrosas.[...]

Ammi-Shadday en la presentación del libro del doctor Salatiel Palomino




Vivir como resucitados (II): ante los claroscuros del mundo (Ro 8.1-23), L. Cervantes-Ortiz

Romanos 8.1-23

Nos han amenazado de resurrección, Julia Esquivel


El desafío de vivir como resucitados (II): Elsa Tamez

Pasar de la muerte a la vida es una figura teológica paulina que expresa un cambio radical en la existencia humana. Se trata de dos tipos de vida antagónicos, uno con características de muerte y otro con características de resurrección. Se abandona por elección aquella existencia que por sus características mortales produce muerte y se acoge un nuevo modo de vivir. Esto se llama conversión —metanoia— en algunas partes de la Biblia.
Morir al pecado, para Pablo, significa no permanecer en él, ni ser cómplice, ni dejarse someter por las estructuras pecaminosas. La razón teológica que ofrece Pablo es la crucifixión de todo o malo de la humanidad, en la crucifixión de Jesús. De acuerdo con Pablo, cuando Jesús fue crucificado también “la criatura vieja” de ser humano fue crucificada (Ro 6.6) y allí murieron los deseos egoístas y avaros que originaban prácticas injustas capaces de crear las estructuras de pecado. Morir al pecado es importante para a Pablo porque, según sus palabras, al morir se deja de ser esclavo del pecado, se queda libre del pecado (6.7). Pero no solamente eso: una vez resucitados, asevera el apóstol, la muerte deja de tener dominio sobre los resucitados.
Pablo contrapone dos señoríos: el del pecado y el de Dios. El del pecado es el que produce muerte y por eso hay que abandonarlo, muriendo a él. El señorío de Dios es el que produce vida. Morir al pecado significa escapar de él y de sus efectos mortíferos; no obstante, no significa automáticamente resucitar a una nueva vida. Se necesita tener la opción de resucitar y de vivir como resucitados. Se necesita acoger el don de la resurrección dado por Dios mediante su Espíritu. Pues la vida resucitada es un don de Dios y esa novedad de vida se experimenta para Dios (6.10-11,13). [...]
Para Pablo, esta acción liberadora de la muerte a la vida es causada por el Espíritu y se vive en el Espíritu. Se trata del Espíritu de Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos y que da vida a nuestros cuerpos mortales (8.11). Se trata del Espíritu que habita en los resucitados.
En Ro 8.1-4, Pablo recuenta el acto liberador del Espíritu y la libertad de toda condenación para quienes viven de acuerdo con la nueva vida. Lo escribe de forma teológica y muy densa, casi incomprensible. Sin embargo, parafraseando sus palabras y actualizándolas, podría entenderse de la siguiente manera: “No hay nada que condene a quienes viven como Jesús el Mesías, porque el Espíritu de Dios que ha dado esa nueva vida, impregnada del horizonte del Mesías Jesús, te liberó de los mecanismos del sistema pecaminoso que produce muerte. La liberación ocurrió gracias a la acción de Dios y no de la ley.
La ley no fue capaz de controlar, de contrarrestar ni combatir los efectos injustos y antihumanos que produce el sistema pecaminoso. Al contrario, la ley se volvió impotente frente al sistema pecaminoso y sus mecanismos por dos razones relacionadas con la condición humana y su complicidad con el sistema: 1) los deseos avaros de engrandecimiento y enriquecimiento, que generaron las prácticas injustas y engendraron el sistema pecaminoso; 2) la propia fragilidad humana, presa fácil del sistema pecaminoso.
Ambas razones hacen de la ley un instrumento manipulable. De modo que por causa de la impotencia de la ley y su fácil manipulación, Dios, por medio de la figura del Hijo, tuvo que manifestarse en la historia, asumiendo la condición humana sometida a los mecanismos del sistema pecaminoso. Y todo eso lo hizo Dios para que la justicia verdadera se cumpliese en medio de nuestra realidad. [...]

viernes, 4 de abril de 2008

Letra 68, 6 de abril de 2008

JESÚS DETENIDO, TORTURADO, MUERTO Y DESAPARECIDO (II)
Rubén Dri
www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=11107, 26 de marzo de 2008

Está por demás claro que el tema sigue siendo el del fuerte que debe ser amarrado o destruido. Efectivamente, al endemoniado en cuestión nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Ya se había intentado hacerlo repetidas veces, pero todo resultaba inútil. Rompía las ataduras, cualesquiera ellas fueran. Es la fuerza y prepotencia del imperio que había derrotado una y otra vez los intentos de liberarse de él.
La fuerza no pertenece al endemoniado sino al demonio, es decir, al imperio. Es éste el que utilizando al mismo endemoniado rompe cuantos intentos de liberación se producen. Son los mismos ejércitos, policías y, en general, fuerzas de represión de los países dominados los que ejercen la fuerza que les da el imperio o los grandes centros de poder.
Por otra parte, el endemoniado en cuanto persona tiene el comportamiento desequilibrado, distorsionado, esquizofrénico, propio de los habitantes de países dominados. El mejor comentario de este comportamiento es el descrito por Franz Fanon en Los condenados de la tierra. El dominado introyecta la dominación y se desequilibra completamente. Cuando el demonio se siente conminado por la fuerza superior de Jesús a decir su nombre, manifiesta su identidad sin vuelta de hoja: legión. Es la legión romana, el ejército romano, instrumento de opresión del imperio. Jesús, es decir, su mensaje, su proyecto, derrota al poder de la legión, la cual busca refugio en los cerdos, en lo despreciable, y es precipitada en el abismo de las aguas del mar.
Después de tamaña batalla no es de extrañar el miedo de los gerasenos. Pelear contra el poder de dominación y derrotarlo puede traer aparejada una terrible represión. Los gerasenos le ruegan a Jesús que se vaya. Ellos aceptan la dominación. La lucha por la liberación les produce miedo. El que ha sido liberado deberá quedarse para revertir la situación. El imperio asesinó a Jesús. Como puede verse, todas las referencias al enfrentamiento de Jesús con el imperio, Marcos las hace mediante símbolos, nunca directamente. Podríamos citar la última, es decir, la que se refiere al tributo debido al César ( Mc 12, 13-17).
La interpretación tradicional que sostiene que Jesús dice que hay que pagar el tributo al César y no mezclar esa acción perteneciente al ámbito político y económico con el ámbito religioso, porque es necesario dar a Dios lo que le corresponde. En realidad Jesús afirma lo contrario: No hay que pagar el tributo. La respuesta, nuevamente, se expresa a través de símbolos, el del denario mediante el cual se pagaba el tributo y el del pueblo como viña perteneciente a Dios.
El denario que tiene la inscripción del emperador y la inscripción Ti(berius) Divi Aug(usti) F(ilius ) Augustus (Tiberio Augusto, César, hijo del divino Augusto) debe ser devuelto al César, a su dueño. El verbo utilizado (apó–dídomi) significa devolver. Aceptar el tributo era aceptar la divinidad del emperador romano. Jesús dice que no se lo puede aceptar.
Por otra parte, afirma que es necesario dar el pueblo a Dios. El pueblo se presenta como la viña, de la que se hablo en el pasaje anterior ( Mc 12, 1-12). Devolverla a Dios significa cuidarla, cultivarla, es decir, practicar la justicia. Entonces ¿por qué ese intento de exculpar a Pilato? Es lo más probable que se deba a la necesidad de resguardar a las comunidades que comienzan a ser perseguidas.
Mientras para los cristianos que saben interpretar los símbolos queda claro el enfrentamiento de Jesús con el imperio, para los enemigos esto queda oculto. Si Pilato no encontró a Jesús peligroso, no hay motivo para que las comunidades sean consideradas en ese sentido.
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EL PADRENUESTRO EN TIEMPOS DE REBELDÍA Y REBELIONES
Gerardo Oberman
ALC Noticias, 1 de abril de 2008

Hace ya muchos siglos, en una sociedad violentada por las injusticias económicas y sociales, en un contexto de enormes desigualdades, en un tiempo de egoísmos y de falta de solidaridad, en una época de gobernantes insensibles, de autoridades religiosas despreocupadas y de grandes señores que se lavaban las manos, un humilde maestro de una zona pobre del país, enseñó a sus discípulos y discípulas una breve oración.
Comenzaba diciendo: “Padrenuestro…” y así quedó bautizada por la historia.
De alguna manera aquella oración trasciende el plano de lo meramente espiritual, proponiendo una nueva manera de entender las relaciones humanas y una nueva forma de construir relaciones económicas.
La oración invita a salir de una concepción individualista de la espiritualidad para introducir a quien la reza en una dimensión de comunidad. El Dios al cual se invoca no es “mi” Dios sino “nuestro” Dios. Al Dios al cual se quiere llegar en oración se le reconoce el derecho a hacer “su” voluntad y no simplemente como un ejercicio de abstracción. No se pide que esa voluntad transforme los cielos sino que sea capaz de revolucionar la tierra. Si esa voluntad logra hacerse camino en la vida de quienes oran, el Reino, que es de Dios pero que es compartido, “viene” y no exclusivamente para mí, sino para nosotros.
Sin embargo, el elemento más distintivo de esta oración es aquel que enseña a pedir el pan. “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. Ese pan es el símbolo del alimento humano. Más aún, es el símbolo de la existencia humana, es el símbolo de la vida misma. La vida está inevitablemente atada al pan, al alimento, a la materia necesaria para la subsistencia del cuerpo. Para que ese pan llegue fresco a cada mesa hay que reconocer que es el fruto de todo un proceso. Primero es necesario aceptar la bendición de la tierra como don de Dios, luego prepararla con paciente esfuerzo, sembrar la semilla, cosecharla, entregarla al molinero, embolsar la harina, llevarla a los lugares de abastecimiento, amasar el pan, hornearlo y, finalmente, disfrutarlo en la mesa. Por eso, cuando pedimos el pan cotidiano, estamos pidiendo, además, que se preserve el trabajo cotidiano, que se preserve esa cadena de producción, de comercialización, de distribución que permite que las personas vivan en dignidad. Dignidad que es para todos y todas. Por eso oramos: “nuestro” pan.
La vieja oración del maestro de Galilea que seguimos orando en nuestras iglesias y en nuestros hogares, tal vez puede aportar al debate sobre la situación que en estas últimas semanas mantiene ocupada y preocupada a la sociedad argentina.
La oración invita a la justa rebeldía cuando el pan falta en la mesa, cuando hay mucho pan “mío” y poco pan “nuestro”, cuando no hay equidad en el aprovechamiento de los bienes que la tierra produce. Cuando la oran los pobres, la oración es esperanza de justicia. Y cuando la oran quienes tienen el privilegio de una mejor situación económica, la oración es un compromiso ético de hacer todo lo posible para que en ninguna vida falte lo que hace digna a la vida. Muchas veces en estos siglos desde que fue orada por primera vez, muchas personas la han orado sin alcanzar a comprender la profundidad de las palabras de Jesús. Muchas personas no han comprendido que en la propuesta de Reino, la búsqueda de una mejor distribución del pan es una condición esencial. La voluntad de Dios sigue sin hacerse si el pan de la dignidad por cualquier causa no llega a alguna mesa. El Reino de Dios nunca terminará de “venirnos” si en la tierra siguen existiendo personas, sectores, gobiernos que pretendan hacer exclusivamente su voluntad, construyéndose reinos propios de privilegios.
Lo que muchos medios en Argentina en estas semanas han llamado la “rebelión” del campo, ha desnudado una vez más las tremendas mezquindades del ser humano. “Mi” gobierno en lugar de “nuestro” país, “mi” rentabilidad en lugar de “nuestro” progreso, “mi” imagen de gestión en lugar de “nuestra” credibilidad como estado, “mi” postura intransigente en lugar de “nuestra” capacidad de diálogo…
El daño que las decisiones unilaterales, los discursos encendidos de un lado y del otro, las cadenas de mensajes llenos de verdades a medias, los actos en Parque Norte o en las rutas, las invitaciones a la violencia y las amenazas cruzadas han causado al frágil entramado social argentino son tremendos. Se ven, se palpan, se sienten. Y nos hacen mal, mucho mal. “Líbranos del mal”.Tal vez nos haga bien recordar esta oración y orarla pensando bien lo que oramos. Porque el Padrenuestro es una oración que nos da la oportunidad de revisar posturas, de readecuar discursos, de repensar nuestra contribución al proyecto de Reino por el que Jesús fue asesinado y que contempla como elemento fundamental de la voluntad de Dios que el pan sea un bien “nuestro”. El Padrenuestro nos permite entendernos no como islas sino como partes de un todo, nos da la oportunidad de saltar la barrera del individualismo hacia el campo del encuentro, de la hermandad, de la solidaridad, de una construcción común. Nos permite, incluso, reconocer errores y desaciertos, pedirnos perdón y mirarnos a los ojos para afirmar que el “poder” transformador existe y que la “gloria” por la que juramos morir se revela en nuestra capacidad de hacernos parte un “reino” que dura para siempre, en el que se comparte un pan que alcanza para todos y en el que a nadie se le retiene la posibilidad de vivir en plenitud.

El desafío de vivir como resucitados (I): en las contradicciones del mundo, L. Cervantes-Ortiz

Romanos 6.1-14
6 de abril de 2008

1. Los cristianos/as viven “amenazados de resurrección” (Julia Esquivel)
Desde que el acontecimiento de Cristo se instaló en la historia humana, las coordenadas entre muerte y vida se modificaron porque entró un tercero en discordia entró en juego: la resurrección. Efectivamente, la creencia en esta realidad aparentemente anti-natural pero profundamente subversiva fue incubándose en las profundidades de la esperanza humana como una posibilidad real para tratar de compensar “más allá de la vida” lo sucedido en ella, especialmente lo malo para la inmensa mayoría de seres humanos. Si nos preguntáramos el porqué de la oposición de los saduceos a dicha creencia “reciente”, encontraríamos que les parecía inadecuada y poco ortodoxa debido a que, paradójicamente, ellos, como dueños de las tierras agrícolas de Palestina (eran los latifundistas de la época), no aceptaban ninguna forma de igualación humana o social, mucho menos en el espacio “virtual” adonde se pasaría lista de presente ante Dios. Si él aceptaba equilibrar lo sucedido en el mundo, entonces las contingencias vividas aquí se relativizarían y la utopía de la vida plena recobraría su eficacia. En ese sentido hay que entender la parábola del rico y el mendigo que anhelaba recoger las migajas de su mesa. Jesús autoriza, promueve y experimenta la resurrección como el primero que vive histórica y escatológicamente sus efectos. Aunque mentiríamos si no incluimos a Lázaro como alguien anterior a Jesús en disfrutar de la resurrección, pero ciertamente no como modelo o paradigma, porque volvió a morir.
En uno de sus hermosos y provocadores poemas, la poeta presbiteriana Julia Esquivel describe la existencia cristiana comprometida con la lucha por la justicia como una vida “amenazada de resurrección”. La promesa, esperanza o expectativa religiosa convencional es elevada a la categoría de amenaza para que esta nueva clave de interpretación despierte y motive la actualización práctica y ética de lo que Pablo escribe en su carta a los Romanos como una realidad fruto de la obra de Jesús. Vivir “amenazados de resurrección” implica superar las viejas oposiciones entre vida y muerte, así como el morbo sobre qué sucederá al término de la primera. La amenaza de la resurrección pende del hilo de la fe y la acción conscientes de que el esfuerzo histórico de Cristo fue reivindicado de manera efectiva por el Padre a la hora de regresarlo a la vida. Incluso esta amenaza debería ser parte del anuncio evangelizador de la Iglesia dadas sus resonancias éticas, escatológicas y hasta ecológicas, pues retoma el perfil de novedad que Pablo, y el Nuevo Testamento en general, subrayan con tanta insistencia.

2. Resurrección, pecado y Espíritu ante el anuncio de la vida
Sobre Romanos 6.5, Karl Barth escribe:

¿Por qué esta muerte es la gracia? Porque ella es ‘la muerte de la muerte, el pecado del pecado, el veneno del veneno, la cautividad de la cautividad” (Lutero). Porque la amenaza, socavamiento y derrumbe que arrancan de ella son obra de Dios. Porque la fortaleza de su negación es la posición más fuerte y primitiva. Porque ella, como palabra última sobre este hombre, es a la vez quicio, umbral, tránsito y cambio al hombre nuevo. Porque el bautizado (no idéntico con el que ha muerto) se identifica con el otro que ha nacido. (Carta a los Romanos. Trad. de A. Martínez de la Pera. Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1999, p. 252)

El símil del bautismo y la muerte, más allá de su relación espacial (bajar-subir) plantea que la resurrección se instala definitivamente en el mundo para iluminar su oscuridad permanente e ir varios pasos adelante de la mera espera sobrenatural de casi todas las religiones, pues como en el caso de la creencia en la reencarnación, ésta promueve abiertamente la desigualdad y deja al azar absoluto la posibilidad de acceder a otro grado de la creación en la escala biológica, con lo que la sociedad de castas permanece intacta y hay que “cambiar de vida”, vivir nuevamente de otra forma, para que literalmente exista algún cambio verdadero. La resurrección, por el contrario, es un motor de vida, es un nuevo comienzo (el ya) iluminado por la espera militante del todavía no.
Vivir como resucitados es estar consciente de los alcances de ambas realidades y de cómo se realizan en la vida presente, cotidiana, para transformar los aspectos básicos, esenciales, así como los más trascendentales. Es más, vivir así implica inyectar trascendentalidad a cada momento vital pues ahora se vive a la luz de la obra redentora de Dios en Jesús que ganó algo tan grande como la resurrección. Resucitamos en el día a día con sólo despertar y comenzamos a vestir o barnizar de resurrección cada cosa que hacemos. Porque la radical novedad de la resurrección no consiste solamente en convertirla en una creencia más de nuestro sistema doctrinal y olvidarnos de ella (como sucede con las doctrinas aprendidas en el catecismo…), sino ponerla a funcionar en la vida de lucha contra el pecado en todas sus manifestaciones.

3. Morir al pecado, vivir para la justicia en las contradicciones del mundo
La resurrección es un arma que permite sortear las contradicciones del mundo, pues éstas no se afrontan o resuelven con la aplicación de doctrinas como recetas o algún medicamento tópico. El pecado se desdobla de múltiples maneras para que la humanidad deje de apreciar sus armas mortíferas y su combate persistente contra la vida y la justicia. Son ellos dos los que están en juego porque directamente minan la existencia plena y la sana convivencia en el mundo. Por ello las contradicciones de éste hicieron hablar a Pablo de un auténtico conflicto espiritual, no una “guerra espiritual” (ficción inventada para no aceptar los errores de ciertas formas de evangelización y misión) o una “guerra santa” (llevada a cabo para acabar con los enemigos reales o verdaderos desde un ejercicio autoritario del poder en nombre de Dios), sino una lucha verdadera entre fuerzas opuestas que confunden a quienes están en medio de la misma como “carne de cañón” o instrumentos de uno u otro bando.
El enemigo del pecado, desde la perspectiva de la resurrección, no es la virtud o la piedad, ni siquiera el fervor religioso; para Pablo es la práctica de la justicia, aquella actuación humana que es capaz, primero, de evidenciar las contradicciones del mundo (como lo hizo Jesús en su Pasión), y segundo, de proponer formas nuevas “resucitadas” de vida en común, vida individual, vida de servicio, etcétera. Las armas de la resurrección son las obras que se realizan en función de la construcción del Reino de Dios en el mundo, adonde su aparición vital coincide con la defensa de la vida, especialmente de aquellos que están como condenados a no conocer la resurrección desde esta vida. Las contradicciones económicas, políticas y espirituales de las que se sirve la injusticia (pecado, en el lenguaje paulino) son un acicate enorme para las formas creativas de reconstrucción humana que deben desarrollar aquellos que viven como resucitados, amenazados de resurrección…

El desafío de vivir como resucitados (I), Elsa Tamez

6 de abril de 2008

“Vivir como resucitados” o “ser amenazados de resurrección” son metáforas teológicas que describen dimensiones de la existencia humana difíciles de comprender. Abarcan dimensiones escatológicas y utópicas y, a a vez, presentes en la historia. La frase “vivir como resucitados” alude a la vida concreta en la tierra, pero también a una manera inusitada de vivir que sobrepasa los límites de la realidad histórica y terrenal; resucitados apunta a una experiencia de transformación plena, a la travesía de un estado de muerte, con todo lo que ésta implica, a un estado de vida en plenitud. En otras palabras, “vivir” alude a los tiempos presentes-históricos, y “resucitados” a los llamados “últimos tiempos”, es decir, a lo escatológico, a lo ahistórico. Si no fuera por la palabra “como”, la frase, estrictamente hablando, no tendría sentido porque no se puede vivir dentro de la historia y a la vez fuera de la historia. La palabra “como” hace posible vivir en lo contingente la plenitud de la promesa de una vida resucitada, esto es, vivir aquí en la historia como si se hubiese resucitado. En teología se dice que vivimos en el “ya y el todavía no”.
Pero, ¿es posible vivir como resucitados en el “ya y el todavía no”? Para los cristianos es posible gracias al Espíritu santo que es el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo. “Vivir como resucitados” significa vivir de acuerdo con el Espíritu y “vivir o andar según el Espíritu” hace referencia a la espiritualidad de los creyentes. Vivir como resucitados en América Latina y el Caribe, entonces, expresa una espiritualidad liberada y liberadora. [...]Pareciera que los cristianos no estamos “viviendo como resucitados”, sino como acomodados al “no”, lejos del “ya” y del “todavía”. Por eso, como la sociedad actual no ofrece espacios de gratuidad por la exigencia de eficacia y la competencia, para muchos suenan atractivas otras espiritualidades, con frecuencia más alienantes que liberadoras. Son espiritualidades que ayudan a vivir bien en el ahora y a aminorar las frustraciones cotidianas. Y esto no está mal como mecanismo de defensa. Sin embargo, generalmente se trata de espiritualidades individualistas, pobres y ajenas a la vida en el Espíritu que leemos en el Evangelio.
El desafío de vivir como resucitados es un reto a las personas y comunidades cristianas para que caminen conforme al Espíritu y vivan una espiritualidad liberadora. Más que un tema, es un llamado urgente y central frente a una sociedad asfixiante, a gente y comunidades cansadas y con poca esperanza, y a una iglesia excesivamente institucionalizada que presta poca atención al Espíritu. Necesitamos una renovación en el Mesías Jesús y el gestor de ese renacimiento es el Espíritu de Dios.

La acción liberadora del Espíritu en el paso a la resurrección
En Cristo, afirma San Pablo, hemos pasado de la muerte a la vida. Y reitera esta afirmación con distintas palabras. En Ro 6.2 utiliza la figura del bautismo para afirmar que fuimos sepultados con Cristo en su muerte, para que, al igual que él resucitó de entre los muertos, nosotros vivamos también una nueva vida. Vuelve a repetir lo mismo en 6.5. En 6.8 escribe: “Y si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él”.Pablo enfatiza estas palabras en un contexto de exhortación a “no permanecer en el pecado”. En Ro, pecado significa un orden social y cultural invertido en donde la verdad es aprisionada por la injusticia (1.18). Este orden de valores invertidos, que condenó a Jesús a la cruz, tiene el poder de penetrar, no sólo las estructuras socioeconómicas sino las sociales.
Signos de Vida, CLAI, núm. 31, marzo de 2004

Letra 67, 30 de marzo de 2008

JESÚS DETENIDO, TORTURADO, MUERTO Y DESAPARECIDO (I)
Rubén Dri
www.alcnoticias.org/interior.php?codigo=11107, 26 de marzo de 2008

El anuncio de Jesús sobre la inminencia del Reino de Dios debía necesariamente chocar con el reino establecido y dominante, el imperio romano. Este enfrentamiento queda, en los evangelios, en las sombras.
Una primera lectura nos pone siempre en el enfrentamiento que Jesús tiene con el templo, con los escribas, con los fariseos, con los sacerdotes y los herodianos Incluso, en las narraciones sobre la pasión y muerte de Jesús da la impresión de que el imperio es exculpado pues Pilato intenta inútilmente dejarlo libre.
Es, por otra parte, evidente que esta narración no puede responder a la realidad histórica. No es concebible que un funcionario de la burocracia imperial como Pilato —el que, por otras fuentes lo sabemos, además, era cruel— se preocupe por la suerte de un campesino galileo que anda agitando a los marginados de una oscura región. Leyendo a Marcos creemos descubrir la línea antiimperial que, no dudamos, debe de haber sido la de Jesús. Trataré de mostrarla en los pasajes más significativos.
Las buenas noticias vienen del campesino Jesús. Marcos comienza su narración de la siguiente manera: Principio del evangelio de Jesucristo. Evangelio, como se sabe, del griego eu-angélion , significa buena nueva, buena noticia, buen mensaje. Marcos no inventa el término, sino que le da un significado específico y, precisamente, antiimperial.
Efectivamente, evangelio era - término técnico para las novedades de victoria , o sea, para el anuncio de las nuevas victorias de las tropas imperiales romanas. - (La deificación del emperador) da a evangelion su significación y poder, porque el emperador es más que un hombre común, sus ordenanzas son mensajes de espada y sus órdenes son escritos sagrados.
Él proclama evangelia mediante su aparición... el primer evangelium es la noticia de su nacimiento (Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, 2:724). De modo que el evangelio se encuentra en el centro de la política imperial.
Las buenas noticias eran tanto la noticia del nacimiento de un nuevo emperador como de las victorias que las tropas imperiales habían obtenido sobre el enemigo. Formaba parte de la ideología imperial. Teniendo esto en cuenta, que un escritor en el año 71 de nuestra era se atreva a denominar evangelio al mensaje transmitido por un campesino marginado en su propia sociedad que era, a la vez, una oscura y pequeña región dominada por el imperio era absolutamente subversivo.
Las buenas noticias sólo las podía dar el poder, el máximo poder que se encontraba en Roma. Además de subversiva esta proclamación era absurda. Bien lo expresaría Natanael , según nos relata Juan: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?”. Era una concepción muy expandida, perteneciente a la ideología del dominador y devenida - sentido común de los dominados. Nada bueno puede salir de los pobres, de los marginados, de las regiones marginadas. Las buenas noticias no provienen de arriba sino de abajo, no del poder imperial sino de los marginados por ese poder. Proviene de los márgenes del imperio, de la pequeña Palestina, de los márgenes de Palestina , de la oscura Galilea, de los márgenes de Galilea, del desierto y de los campos.
Jesús no puede entrar en las ciudades. Sólo entró en dos, en Cafarnaúm, al principio, y en Jerusalén, al final, donde lo aprehenden y asesinan. Desde abajo, desde el no-poder que, vamos a ver, genera un nuevo poder, un poder de liberación como servicio, es desde donde se anuncia el evangelio, la buena noticia.
El primer y principal enemigo del Reino de Dios denunciado por Marcos es el imperio romano. El imperio es el enemigo principal. Después de narrar una serie de escenas en las cuales Jesús va mostrando su mensaje liberador, al mismo tiempo que enfrenta a los enemigos internos del evangelio, Marcos nos presenta al enemigo principal. Lo hace en forma quiásmica:

A) Y viene a casa: Y se aglomera otra vez la multitud, de suerte que no podían ni siquiera comer pan. Al enterarse los de su casa salieron a apoderarse de él, pues decían: -está loco. ( fuera de sí).
B) Los escribas, que habían bajado de Jerusalén, decían: “Tiene a Belcebú” y también: “Por el príncipe de los demonios echa afuera a los demonios”.
C) Llamándoles la atención con parábolas (Jesús) les decía: -¿Cómo puede Satanás echar fuera a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, no puede subsistir. Si Satanás se ha levantado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir y llega a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear sus bienes, si primero no ata al fuerte.
D) En verdad les digo que todo se perdonará a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por más que blasfemen, pero cualquiera que blasfeme contra el espíritu santo, no tiene perdón por los siglos, sino que es reo de eterno pecado. Porque decían: -Tiene espíritu impuro.
E) - Vienen su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, le mandaron a llamar. El pueblo estaba sentado a su alrededor y le dicen: “Allí están tu madre y tus hermanos afuera y te buscan”. Respondiendo, les dice: “¿Quién es mi madre y mis hermanos?”. Y mirando en torno a los que estaban sentados en círculo, a su alrededor, dice: “Aquí están mi madre y mis hermanos ! Pues cualquiera que haga la voluntad de Dios, éste es mi hermano y mi hermana y mi madre” ( Mc 3, 20-35).

Se sabe que el quiasmo dispone las partes del discurso de tal manera que el mensaje central quede en el centro. El texto presenta una cierta síntesis de los enemigos del Reino. De los menos peligrosos a los más peligrosos. Primero los parientes, luego los escribas y finalmente, en el centro, el fuerte –isjyrós-. En la interpretación de este texto generalmente se ha pasado por alto, o se ha minimizado, la enemistad de los parientes de Jesús, entre los cuales se encuentra su madre.
Es absolutamente comprensible que tanto María como sus hermanos se preocuparan por el rumbo que tomaba la práctica de Jesús, enfrentado ya con todos los poderes de la sociedad. La enemistad de los escribas es conocida; si bien, como se sabe, en el evangelio se refleja más el enfrentamiento entre los escribas y la comunidad de Marcos que entre los escribas y Jesús, pero no se puede negar que un mensaje como el de Jesús debía encontrar oposición en un cuerpo de escribas que ostentaban el poder que daba el saber en una sociedad analfabeta.Pero hay dos temas que la interpretación generalizada no ha visto correctamente. Me refiero a los temas del fuerte y los pecados y blasfemias contra el espíritu que no tienen perdón por los siglos. Ambos están unidos. Se trata de los enemigos del Reino. El enemigo principal, el más peligroso y temido es, naturalmente, el que se encuentra en el centro del quiasmo, es decir, el fuerte. ¿Quién es este fuerte?
No puede ser sino aquél contra el cual se anuncia el eu-angélion , es decir, el imperio romano.
Éste es el fuerte, el poderoso, el opresor cuya casa debe ser “saqueada”. El verbo utilizado (diarpádsein) significa precisamente saquear, devastar, robar, desgarrar. Se trata de entrar en su casa y saquearla. Pero ello es imposible si primero no amarra al fuerte. La figura utilizada es la de un hombre fuerte, poderoso en su casa. Es necesario amarrar al hombre fuerte y luego saquear la casa. Es evidente que para amarrarla se requerirá toda una estrategia. Es la que Jesús está elaborando, es lo que está proponiendo.
Pero resulta que esa tarea se encuentra obstaculizada, entre otros, por los escribas que esgrimen argumentos teológicos. Citan a Beelzebú , con quien Jesús habría hecho un trato. Demonizar de esta manera los anuncios del Reino y las prácticas de liberación que a él conducen es una malicia imperdonable. Se utilizan argumentos religiosos, teológicos en contra de la obra liberadora.
Es el pecado teológico, el de utilizar malignamente la teología para oprimir, para esclavizar, para dominar, para desacreditar a quienes trabajan por el Reino que no tiene perdón por los siglos. Es ese mismo pecado el que en el Apocalipsis es presentado como la bestia que surge de la tierra.
Efectivamente son las religiones orientales y sus respectivas teologías que apoyan al monstruo que surge del mar, es decir al imperio romano. El verdadero demonio es el imperio. Después de esta escena Marcos presenta una colección de parábolas mediante las cuales Jesús preparaba al pueblo y a sus discípulos para la gran tarea de apresurar el Reino.
En ellas se siguen apuntando al enemigo y dando indicaciones sobre las acciones a llevar a cabo. Exhorta, por medio de la parábola de la semilla que crece por sí sola… (Mc 4, 26-29) a ejercitar la paciencia revolucionaria , y por medio de la del - grano de mostaza (Mc 4, 30-32), a la acción revolucionaria. La travesía del lago (Mc 4, 35-41) por su parte llama la atención sobre los vientos que se oponen al proyecto del Reino.
La barca, símbolo, de la comunidad de Jesús, el pueblo, de la comunidad de Marcos, corre serios peligros. Son los vientos de los enemigos. Pero allí está Jesús para calmarlos. Con ello entramos en un nuevo terreno, en el que las legiones romanas realizan sus tropelías.Jesús llega a enfrentarlas. Así presenta Marcos la escena: “Llegaron al otro lado del mar, a la región de los Gerasenos . Al salir él de la barca, inmediatamente vino a su encuentro, de entre los sepulcros, un hombre con un espíritu inmundo que tenía la habitación en los sepulcros; nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadena: porque él muchas veces había sido atado con grillos y cadenas, pero las cadenas y los grillos eran destrozados por él, y nadie podía dominarlo.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...