martes, 18 de marzo de 2008

Jesús llega a la ciudad (Marcos 11.1-11), L. Cervantes-Ortiz

16 de marzo, 2008

1. Jesús en Jerusalén: ¿entrada triunfal?
El hecho de que Jesús provenga de la clandestinidad descarta cualquier posibilidad de una “entrada triunfal”. En todo caso, habría otras posibilidades: el relato del evangelio de Marcos subraya las enormes diferencias entre la llegada de Jesús a la capital de su nación y un rey “auténtico” para realzar sus aspectos profético-escatológicos: la humildad de su llegada contrastaría con los alcances futuros de su poder; la caricaturización de la entrada de un rey poderoso sobre un animal de carga acompañado de un grupo de pobres seguidores; la toma de la ciudad por parte de un grupo de provincianos que se integran a la celebración de la gran fiesta judía. Jerusalén era una ciudad de 30 mil habitantes, que en esas fechas los triplicaba para recordar la Pascua, la gran acción liberadora de Dios. Bajo el dominio romano, esta fiesta era vigilada minuciosamente para prevenir cualquier protesta o alzamiento, de modo que Jesús, al abandonar la clandestinidad luego de su actividad en Galilea, considera que su movimiento podía “asaltar” la ciudad mediante una serie de acciones simbólicas que mostrarán que su actuación al servicio del Reino de Dios, viene a desenmascarar a los poderes de su tiempo.
En primer lugar, envía, como los conquistadores de la Tierra Prometida, un par de discípulos como avanzada para preparar su entrada a la ciudad; la elección de un animal contrario al caballo de los militares romanos, además de situarse en continuidad histórica con las profecías mesiánicas, evidencia la sencillez de su proyecto, ajeno por completo a cualquier forma de triunfalismo religioso. El apartamiento del animal manifiesta el cumplimiento de un ritual de purificación para la labor que desempeñaría Jesús en la ciudad: caminar, por su libre elección, hacia la oposición más rotunda a su propósito de hacer presente el Reino de Dios en el mundo, a contracorriente de los poderes materiales que se habían adueñado de la vida social y comunitaria. La fiesta de la Pascua era una “fiesta tolerada” que había perdido, en gran medida, su carácter libertario para convertirse en mero “circo” y tradición, mediatizada como tantas celebraciones populares para el consumo acrítico de las masas enajenadas.
Como explica Carlos Bravo, en la dinámica del ministerio de Jesús, esta entrada a Jerusalén representó, simultáneamente, el juicio de Jesús contra el centro político-religioso y la condena de dicho centro a Jesús. Si la gente esperaba la restauración de un reino nacional judío, lo que Jesús anuncia es la llegada de ese reino, pero con otras características. Jesús va a Jerusalén como resultado de “una decisión madurada, que provoca el miedo y desconcierto en sus seguidores”. Los responsables del Centro religioso judío, que trató de desautorizar su actuación, ahora no tardará en encontrar la forma de deshacerse de él, “por que la gente lo escucha más que a ellos”.
[1]

2. Jesús enfrenta al Centro en el Centro mismo
El alboroto que genera la entrada de Jesús a la ciudad capital podía pasar desapercibido en una ciudad tan grande, acostumbrada a la entrada de hombres poderosos, con la diferencia de que ahora Jesús, junto con sus acompañantes, viene a completar una labor que ha comenzado desde el interior del país, es decir, desde los márgenes, las orillas, y ahora viene a consolidarse en el lugar políticamente más importante. La decisión de marchar a Jerusalén no era compartida por sus discípulos debido a que ellos compartían la mentalidad dominante: soñaban con el acceso al poder mediante acciones espectaculares y Jesús había luchado por corregir esa visión de las cosas. En eso consistió buena parte de la formación de los discípulos/as: en adaptar su mirada a los planes de Dios de insertar su reino en el mundo, más allá de las deformaciones de la propaganda y las ideologías dominantes, es decir, exactamente igual que hoy, cuando su entrada a la ciudad se interpreta en una clave triunfalista que deja de ver las verdaderas intenciones del Señor. “No ha bastado la crítica al poder, para cambiar su mentalidad; ni ha sido suficiente la denuncia del Centro, hecha en Galilea, para alertar al pueblo contra la manipulación que aquellos hacen de Dios. Tiene que enfrentarse, pues, con el Centro en el Centro mismo y así definirse claramente frente a tantas interpretaciones falseadas del proyecto de Dios sobre la vida del pueblo y sobre su propia identidad”.
[2]
En ese contexto, la caricatura de entrada de un rey va a servir, paradójicamente, para que los orgullosos capitalinos, y toda la nación en general, purifique su esperanza de liberación, pues el Centro religioso-político había secuestrado la Alianza, la promesa divina y el acceso a ella. Los gritos de la gente (11.9: ¡Hosanna!) concentran las ansias populares de liberación, puesto que esta palabra aramea “alude al grito del pueblo por su liberación política: hosanna, sálvanos hoy, libértanos ya (Sal 118.25-26). Después de la Resurrección, el ‘hosanna’ se convirtió en una profesión de fe en Jesucristo’.[3] Además, las expresiones de júbilo concentraron las expectativas del pueblo y asociaron a Jesús con el mesías vengador, pues, como agrega Eliseo Pérez, la multitud “le asigna un título de político patriotero incompatible con su mesianismo basado en la justicia para toda raza, pueblo y lengua”.[4] Final e inevitablemente, Jesús llega al templo, con suma cautela y sospecha, pero no permanece en la ciudad, pues como agudo observador de la realidad, sabe que el rechazo hacia su persona y proyecto subirá de tono. “Él tenía sus redes sociales protectoras que velaban por su bien y que violaban las leyes inmorales del Sanedrín. Su refugio de Betania apoyaba la clandestinidad de su huésped”.[5]
Semejante claridad en el proyecto renovador de Jesús no le impidió darse cuenta del grado de oposición al que llegaría al confrontarlo con el proyecto oficial, definido desde Roma

3. Consecuencias de la entrada de Jesús a Jerusalén
En primer lugar, ya no habrá marcha atrás en el conflicto que Jesús enfrenta contra las estructuras religioso-políticas que oprimen y engañan al pueblo. La opresión y el engaño deben ser denunciadas y desenmascaradas para que la verdad y la justicia de Dios brillen a los ojos de todos, aunque no quieran reconocerlas del todo. Jesús compromete la legitimidad de las autoridades ante el pueblo y éste deberá optar, en los momentos más críticos, por lo que propone Jesús o seguir con la misma rutina de enajenación y celebracionismo irresponsable.
El no retorno de Jesús y su abandono de la clandestinidad, lo pondrá en el ojo del huracán y hará que su “pasión” vaya delineándose en la línea de una profunda incomprensión, consciente en el caso de los detentadores del poder, y profundamente inconsciente por parte del pueblo, cuya vida es lo que está en juego todo el tiempo. Jesús confronta el origen de la salvación para todos, a partir de la afirmación irrestricta del amor de Dios por todos, sin importar su ubicación en la escala social, cultural o religiosa.Además, la “preparación” de Jesús para el martirio acentuará las diferencias entre su mesianismo y el que el pueblo esperaba: la labor de Jesús comienza a adquirir el perfil que él buscaba para marcar la diferencia con los poderes que someten al pueblo, a fin de que éste sea capaz de potenciar su “mirada espiritual” y discernir entre aquellos que buscan realmente su beneficio, y quienes sólo se sirven de él para mantener sus privilegios y ahondar las divisiones de clase. La suerte de Jesús estaba echada del lado de los débiles y desprovistos de poder, pero armados con la esperanza en las acciones liberadoras de Dios.
Notas
[1] C. Bravo Gallardo, Jesús, hombre en conflicto. México, Centro de Reflexión Teológica, 1986, p. 181.
[2] Ibid., p. 182.
[3] Eliseo Perez Álvarez, Marcos. Minneapolis, Augsburg, 2007 (Conozca su Biblia), p. 100.
[4] Ibid., p. 101.
[5] Idem.

viernes, 14 de marzo de 2008

Cultos de Semana Santa 2008

Corpus hipercubicus (1954), de Salvador Dalí (1904-1989)

AMOR, SALVACIÓN Y HUMANIDAD: LA PASIÓN DE CRISTO SEGÚN SAN MARCOS
16 al 23 de marzo de 2008
La Iglesia Presbiteriana Ammi-Shadday. Pueblo del Dios Todopoderoso invita afectuosamente a participar en la conmemoración de los sucesos ubicados en la llamada Semana Santa, es decir, los últimos días de la vida y obra de Jesús de Nazaret.

Estos sucesos se enmarcan en un conjunto de fechas que forman parte de la fe popular, tradicional, que coloca la figura sufriente de Jesús en la cruz como un icono religioso cuya fuerza radica en la forma en que puede conmover los sentimientos de los hombres y mujeres que buscan en él la respuesta a su necesidades humanas más profundas.

El Evangelio de Marcos ofrece una versión particularmente intensa y realista de los acontecimientos ligados a la Pasión de Cristo, pues su intención fue hacer comprensible a todas las personas lo acontecido antes durante y después de la muerte del Hijo de Dios.

La vida, muerte y resurrección de Jesús es una muestra notable del esfuerzo de Dios por lograr que los seres humanos comprendan los alcances de su amor y su intención de hacerlos partícipes de los beneficios de su continua acción en la búsqueda de justicia, paz y armonía.

Domingo 16 de marzo, 11.30 horas
Tema: Jesús llega a la gran ciudad

Domingo 16 de marzo, 17.00 horas
Vésper de Palmas

Lunes 17 de marzo, 19.00 horas
Tema: Jesús y la religiosidad como mercancía

Martes 18 de marzo, 19.00 horas
Tema: Jesús y el gran mandamiento de Dios

Miércoles 19 de marzo, 19.00 horas
Tema: Jesús y la verdadera obediencia

Jueves 20 de marzo, 19.00 horas
Tema: Jesús invita al banquete

Viernes 21 de marzo, 12.00 horas
Tema: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”: La cruz de Jesús y la liberación en la historia

Domingo 23 de marzo, 7.00 horas
Tema: Resurrección de Jesús, resurrección
de la comunidad

Domingo 23 de marzo, 11.00 horas
Tema: La reconstrucción de la esperanza
Concierto de Resurrección

Letra 66, 9 de marzo de 2008

JESÚS, SEÑOR DE LA MUJER (Fragmento)
María Clara Luchetti Bingemer
Servicio de Documentación e Investigación,
www.sedos.org/spanish/bingemer.htm

Lo que nos es dado conocer del Jesús histórico a través de los relatos evangélicos lo muestra como el iniciador de un movimiento itinerante carismático, donde hombres y mujeres son admitidos en relaciones de fraterna amistad. Diferente del movimiento de Juan Bautista, con marcado acento sobre la ascesis y la penitencia; diferente también de Qumrân, donde solo los hombres son admitidos, el movimiento que Jesús instaura se caracteriza —además de la preocupación central de la predicación del Reino como proyecto histórico concreto— por la alegría, la participación sin prejuicios en fiestas y comidas a las cuales son admitidos pecadores y marginados en general, y por la ruptura con una serie de tabúes que caracterizaban la sociedad de su tiempo.
Entre estas rupturas, ciertamente una de las más evidentes es la que tiene relación con la mujer. La mujer en el judaísmo del tiempo de Jesús era considerada social y religiosamente inferior, "primero por no ser circuncidada y, por consiguiente, no pertenecer propiamente a la Alianza con Dios; después por los rigurosos preceptos de purificación a los cuales estaba obligada debido a su condición biológica de mujer; y finalmente, porque personificaba a Eva con toda la carga peyorativa que se le agregaba".
La triple plegaria judía característica del rabinismo del siglo II va a reflejar la mentalidad que ya desde la época de Jesús es vigente en el Judaísmo: la oración con la cual el judío piadoso daba gracias a Dios todos los días por tres cosas: por no haber nacido gentil, ni ignorante de la ley, ni mujer. En este contexto, la práctica de Jesús se muestra no solo innovadora, sino también chocante. A pesar de no haber dejado ninguna enseñanza formal respecto al problema, la actitud de Jesús para con las mujeres es tan insólita que llega a sor­prender hasta a los mismos discípulos (Jn 4.27).
Es común a los cuatro evangelios que las mujeres forman parte de la asamblea de Reino convocada por Jesús, en la que no son simples componentes accidentales, sino activas y participantes (Lc 10.38-42) y aun beneficiarias privilegiadas de sus milagros (cf. Lc 8.2; Mc 1.29 31; Mc 5.25-34; Mc 7.24-30, etcétera) (cf. Boff 1979; Tepedino 1990; Ricci 1991; Bingemer 1991; Aquino 1992; y otros).
Esa promoción de las mujeres por parte de Jesús tiene para nosotros, hoy, un doble alcance teológico:

1. Se trata de un aspecto particular del Evangelio en lo que tiene de más esencial "la Buena Nueva anunciada a los pobres liberados en prioridad por Jesús: los desheredados, los rechazados, los paganos, los pecadores y los marginados de toda suerte, entre los cuales se incluyen las mujeres y los niños, no considerados por la sociedad judía. A todos estos Jesús los hace destinatarios privilegiados de su Reino, integrándolos plenamente en la comunidad de hijos de Dios, porque con su mirada divina, informada constantemente por los movimientos del Espíritu y por lá relación filial con el Padre, sabe discernir en todos estos pobres —en los cuales está incluida la mujer— valores ignorados: "la vida preciosa del cañizo pisoteado o el fuego no extinto de la mecha que aún humea" (Laurentin 1980, 84).
Las mujeres desempeñan un papel importante en esta visión evangélica de la reversión social que la praxis y la palabra de Jesús traen. Entre las diferentes categorías de marginados son ellas que aparecen como representativas de los pequeños oprimidos. El diálogo y primer reconocimiento de Jesús como Mesías sucede con una mujer samaritana (cf. Jn 4). Una mujer siro-fenicia (cf. Mc 7,24-30) o cananea (Mt 15,21-28) es la que lleva a Jesús a realizar el gesto profético de la Buena Nueva anunciada a los gentiles. Entre los pobres, declarados bienaventurados por Jesús porque saben abrirse y sacar hasta de lo más necesario, la figura de la viuda (cf. Lc 21,3) es la que se destaca como la más destituida y la más generosa. Entre los moralmente más marginados y fuera de la ley que serán, por otro lado, los primeros a entrar en el Reino de Dios, se mencionan las prostitutas (cf. Mt 21,31). Entre los impuros, a los cuales es vedado el acceso a los ritos y al universo religioso, la mujer con flujos (Lc 8,4; Mt 9,20-22) es el prototipo, permanentemente impura — según la ley judía (cfr. Lev 15,19) — y volviendo impuro hasta lo que ella toca.
Las mujeres son, pues, parte integrante y principal de la visión y de la misión mesiánica de Jesús, y en ella aparecen como las más oprimidas entre los oprimidos. Ellas son el escalón más bajo de la escala social, siendo por lo tanto vistas como los últimos que serán los primeros en el reino de Dios. Cargan sobre sus hombros la doble opresión social y cultural, clasista y sexista. Por eso, son destinatarias privilegiadas del anuncio y de la praxis liberadora de Jesús. Por eso también la respuesta que dan esas oprimidas y discriminadas a la propuesta mesiánica es tan rápida y radical. Por estar situadas en la base de la red de relaciones sociales de su época, soportando el peso de sus contradicciones, las mujeres son las que mayor razón y mejores condiciones tienen para desear y luchar por la no-perpetuación del status quo que las oprime y esclaviza.
2. La relación de Jesús con la mujer carga aun otro componente que, estrechamente entrelazado con el primero, enriquece y complementa el cuadro de la propuesta liberadora del Reino. Se trata de la relación de Jesús con el cuerpo de la mujer, dimensión central, por donde pasa la discriminación de que esta es objeto.
Jesús, con su praxis liberadora en relación a las mujeres, aceptándolas tal como eran, aun con su cuerpo considerado débil a impuro en su cultura, proclama una antropología integrada, que valora al ser humano en su dimensión de cuerpo animado por el soplo divino, como un todo donde espíritu y corporeidad son una sola cosa. Es importante recordar aquí unos episodios evangélicos donde Jesús aparece en contacto más directo con la corporeidad femenina, reafirmando su dignidad y su valor como creación de Dios:
- curando a una mujer con flujos — impura para los judíos — se expone al riesgo de volverse él mismo impuro al tocarla (Mt 9.20-22; Lc 8.43);
- resucitando a la hija de Jairo: La toma por la mano delante de los discípulos (Lc 8.49-56);
- dejándose tocar, besar y ungir los pies por una conocida pecadora pública, permite que el anfitrión fariseo ponga en duda su condición de profeta (Lc 7.36-50).
Como lo biológico en la mujer es el punto central por donde pasa la marginación de la cual su persona es objeto, la praxis de Jesús actúa ahí concretamente como liberadora y salvadora, abriendo posibilidades y nuevos horizontes de comunión a todas estas que la sociedad excluía, y proclamando el advenimiento de una nueva humanidad donde la imagen original creada por Dios — "macho y hembra" (Gen 1,27) — pueda llegar a su plena estatura (cf. Ef 4,13). El Evangelio pues, no presenta un dualismo donde masculino y femenino se oponen, conflictúan o aun se "complementan" románticamente. Ofrece más bien una propuesta de vida y de relaciones donde la mitad de la humanidad, que sigue siendo despreciada y discriminada, tiene derecho y acceso a una relación humana a igualitaria, adulta y responsable.
Al mismo tiempo que proclama esta antropología integrada e integradora, Jesús la vive en su propia persona y en su vida, lo que nos brinda un dato más para afirmar, con seguridad, que la cristología es el fin del patriarcalismo.
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (VI)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

Profesión de fe y compromiso
En conclusión, JAM se adentra con inteligencia y sinceridad en la figura de Jesús, acepta sus planteamientos éticos, pero no logra sintetizar el conjunto de su pensamiento. En su peculiar cristianismo faltan, a nuestro juicio, líneas esenciales del mensaje del Nazareno, pero hay que dar la bienvenida a la defensa que hace de la ética cristiana, máxime cuando en una sociedad en la que cada vez más se esgrime la religión como motivo de enfrentamiento personal y político, Marina, desde su influencia pública como intelectual, hace años que defiende valores cada vez más atacados, como el respeto, el sentido común, el rigor, el análisis desprejuiciado, el laicismo y los derechos humanos.
Incluso ha escrito un libro para expresar su particular profesión de fe. Al principio la formula de manera negativa, identificando con agudeza a dos de los principales enemigos actuales del cristianismo genuino (aunque los caracteriza con rasgos secundarios, incluso anecdóticos, en cuanto a su gravedad): «Si ser cristiano quiere decir creer en un jefe de Estado que tocado con una tiara bizantina dice desde su palacio vaticano que es infalible y prohíbe el uso de la píldora anticonceptiva, o se entiende por ser cristiano emocionarse con la romería de la Virgen del Rocío o dejarse timar afectivamente por los telepredicadores neocon americanos, no cuenten conmigo» (p. 10, 11). Pero al final la fórmula es positiva, y va acompañada de su personal compromiso de acción: «Jesús hizo también una promesa. La agapé acabará triunfando sobre el mal y sobre la muerte. Para comprobarlo habrá que ponerla en práctica. No hay forma de saber si esto será así o no. […] Voy a fiarme de él, a ver qué pasa. La tarea de los cristianos, como dice la carta de Pedro, es “acelerar la venida del Reino de Dios”. Pues por mí que no quede» (p. 149).

Ministerios femeninos dignos y Reino de Dios, Edith Martínez V.

9 de marzo de 2008

María Magdalena según Vicente Leñero, María Lourdes Hernández A.

http://sincronia.cucsh.udg.mx/hernandez05.htm

Otro personaje femenino que es el de Magdalena, aparece dos veces [en Jesucristo Gómez, adaptación para teatro de El Evangelio de Lucas Gavilán]: una cuando conoce a Jesucristo y otra cuando va a buscarlo a la fosa común. Su presencia pudiera parecer de poca importancia, pero el diálogo que tiene con Jesucristo es de gran relevancia, ya que habla no sólo la prostituta sino que surge la voz de la mujer marginada, desde la más vulgar y pecadora hasta la más inocente: “Magdalena: Uy, maravillas, maravillas. Y dicen sobretodo que es usted muy bueno para dar consejos... Lástima que estoy así, porque me gustaría contarle lo que sufren las mujeres de por estos rumbos. Aquí no hay peor cosa que ser mujer, maestro, se lo juro por la Virgen Santísima. A las esposas les va como en feria porque los maridos se las traquetean de lo lindo y luego las llenan de hijos. A las jóvenes, ni se diga: violadas desde escuinclas y luego vendidas a los tratantes de blancas”. En este diálogo se puede ver como esta voz hace una fuerte crítica a la esfera social y moral en donde la mujer marginada sufre toda clase de agravios.
Magdalena sabe que ha pecado, sabe quién es y esta autosuficiencia valorativa (he pecado) del ser-existencia (Yo Magdalena) supera precisamente aquello que encubría a Dios; "allí donde yo no coincido en absoluto conmigo mismo, se abre un lugar para Dios". Leñero tituló esta escena La pecadora perdonada.En Magdalena no sólo encontramos a un personaje confesión-rendimiento de cuentas, sino a un ser en busca del otro para encontrarse a sí mismo. Hay una identidad a medias en Magdalena ya que al mirar los ojos del otro (Jesucristo) descubre: "Yo no soy tan [mala] como soy". Este personaje descubre el papel del otro, la necesidad de éste para construir un discurso sobre sí misma. "Se ha descubierto la complejidad del simple fenómeno de verse en el espejo: con ojos propios y ajenos simultáneamente, encuentro e interacción de ojos propios y ajenos, el cruce de los horizontes (suyo y ajeno), la intersección de dos conciencias."
La diferencia de este personaje al de Lucas, la pecadora de este último carece de voz, llora y con su llanto lava los pies de Jesús, los seca con sus cabellos y los unge sin decir una sola palabra, esta actitud aparentemente sumisa, ha sido rescatada y valorada por los actuales teólogos (as) y estudiosos bíblicos, viendo en este gesto un acto subversivo para su tiempo ya que violó las costumbres judías, además de que el ungimiento representa no sólo el reconocimiento mesiánico y profetización de la muerte de Jesús, sino también, el de proclamar por este mismo, a dicha mujer como profeta: "Déjenla tranquila. ¿Por qué la molestan? Es una buena obra la que hizo conmigo."(Mr 14.6) "Yo les aseguro que, en todas partes donde se anuncie el Evangelio, en el mundo entero, se contará también en su honor lo que acaba de hacer" (Mr 14.9) El momento habla por sí mismo, el acto de esta mujer será recordado en cualquier parte del mundo donde se lea el Evangelio nos dice Elisabeth Schüssler e Ivone Gebara afirma que, además de la Buena Nueva, es un reconocimiento a muchas seguidoras y discípulas de Jesús que tuvieron un papel decisivo en la evangelización.

Letra 65, 2 de marzo de 2008

UNA CUARESMA DE SANTOS TAPADOS
Antonio Burgos
www.antonioburgos.com/memorias/1998/03/memo031498.html

Nuestra religión era de Trento, de Credo nicenoconstantinopolitano. Esto de nicenoconstantinopolitano, más que a Credo in Unum Deum nos sonaba a puesto de helados, el napolitano se llamaba aquel polo por lo fino y delicado, mixto de helado de tres gustos, naturalmente que al corte, que empezaron a vender, junto con el Cream Sicle, que era de vainilla y de chocolate, y el Pop Sicle, que lo había de limón y de naranja. Pero aún faltaba mucho para la feria, para el mes de María, para los exámenes orales finales, para las vacaciones, para el veraneo, para el napolitano y el Crean Sicle, y el helado al corte, y los cucuruchos de helado de turrón de Fillol, con un fondo de barraca valenciana y un techo de cuelo de estrellitas que andando el tiempo supimos que eran una obra maestra del pintor Juan Miguel Sánchez, el padrino de José Manuel Vasallo, el hijo del escultor, que era del curso y vivía en la calle Canalejas, y que cuando pasábamos en el autobús del colegio por delante del edificio del Bando Hipotecario, que ya se levantaba sobre el derribo del Café Hernal cuyos altos habían visto el debú de Antonio Machín, señalándonos las salomónicas columnas del enorme trampantojo barroco de la fachada, nos decía: “Esas columnas las ha pintado mi padrino...”.
Faltaba mucho para las vacaciones porque estábamos en plena Cuaresma, perdona a tu pueblo, Señor, éramos tan pecadores, y teníamos tal cantidad de manos pensamientos, que cuarenta días y cuarenta noches nos teníamos que pasar con las tristes cánticos que pensarse pudieran: "Perdona a tu pueblo, Señor..." Y aquel verso que sobre el texto era "no estés eternamente enojado", en nuestros largos, tristes inviernos de las lluvias lo cambiábamos: “No estés eternamente mojado...”.
Pero el Señor estaba eternamente enojado, y llegaba aquel tiempo tristísimo, paradójico, La ciudad se iba poniendo cada vez más bella, con la luz más limpia, con los balcones abiertos a los sonidos de los coces de caballos y al traqueteo de los tranvías, y en el colegio todo era aún más triste en la misa de la mañana (obligatoria), en el rosario de la tarde (obligatorio), en la confesión de los jueves (obligatoria), en la comunión de los viernes (obligatoria). Era obligatoria la tristeza, mientras los naranjos comenzaban a despuntar flores más allá del campo de albero, por donde a la tarde ensayaban con sus tambores y trompetas los gratuitos que iban de educandos de banda con la tropa de los Cruzados Eucarísticos, tan de Guerrero del Antifaz a lo divino.
Y en aquella triste religión tridentina y nicenoconstantinopolitana y de todos los concilios que estudiamos en Preu cuando ya se había convocado el Vaticano II, no comprendíamos aquello. En cuantito llegaba el Miércoles de Ceniza y nos la imponían en nuestras pecadores frentes de los malos pensamientos, tapaban todos los santos, con telas moradas, con velos morados, con tules morados, con gasas moradas, con tafetanes morados. No podíamos explicarnos cómo ponían las iglesias como si fueran de los protestantes, que los protestantes no creen en la Virgen, niño, por eso se van a condenar todos, ¿ni en la Macarena?, ni en la Macarena, además, niño, ¿cómo van a creer en la Macarena si allí donde los protestantes ni hay Semana Santa, ni salen las de madrugada ni nada?
La capilla del colegio parecía el templo protestante de San Basilio, sin imágenes. No comprendíamos aquella persecución contra los Cristos, las Vírgenes, los Santos. Todos los altares cubiertos. Sería que dentro de la penitencia de la Cuaresma entraba no poder ver la cara de la Virgen del Colegio:

Bajo tu manto sagrado
mi madre aquí me dejó,
Señora, ya eres mi madre...


Pero donde más triste se hacía aquella Cuaresma de santos tapados en la Capilla Real, cuando con mi madre iba a misa los domingos, a las once de la mañana. Si le tendría devoción mi madre a la Virgen de los Reyes, que iba a rezarle hasta en Cuaresma, aunque no quisieran los curas, que yo creo que en Cuaresma se volvían todos como andan ahora, medio protestantes, tapando santos. Aquella Virgen a la que tanta devoción le tenía mi madre aparecía tapada en Cuaresma, pero no con los paños morados de los altares de las parroquias, sino con unas doradas tablas que formaban parte del retablo y que estaban previstas para los cuarenta penitenciales días. Fue una de las primeras impresiones de la fuerza de la fe que tuve, viendo a mi madre rezarle a unas tablas doradas, que ocultaban a su Divina Vecina. Porque en el colegio a la Virgen le ponían un velo como de tul morado, y medio podía verse, pero aquello de la Capilla Real sí que era duro, ir a rezarle a la Virgen de los Reyes y que la Cuaresma te diera con las puertas doradas del retablo en las narices...
Aunque luego, ya en Semana Santa, con los pasos por la calle, terminábamos de hacernos el lío. Si iban descubiertos los Crucificados, y las Vírgenes en todo su esplendor de gallegos del muelle sobre sus pasos, ¿por qué las cruces de plata del asta de los estandartes iban tapadas con aquellos tules morados? ¿Por qué iban tapadas así las cruces que remataban la manguilla que El Mudo de Santa Ana y los santizos llevaban siempre abriendo los tramos de nazarenos del paso de Virgen? Nunca me lo expliqué. Era como si hubiéramos sido tan malos que durante la Cuaresma nos condenaban a ser protestantes, sin tener la dicha de verle la cara a la Virgen de los Reyes.
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (V)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

En el pensamiento de Jesús está presente la acción continua del diablo (
Mateo 4.1-11; 13.39; 16. 23; Juan 8.44, etcétera), también desterrado de la teología de Marina. Según Jesús, Satanás es un enemigo incansable; está vencido por la acción redentora de Cristo (Lucas 10: 18), pero todavía incordiará mucho hasta que sea exterminado (Mateo 13: 25).
Es el de Jesús un mensaje de esperanza, y por tanto de optimismo, pero fundamentado éste en la acción de Dios, no en la respuesta humana por sí misma (
Lucas 19: 40). Sus perspectivas de futuro con respecto al mundo son tenebrosas, pero la luz brillará entre las tinieblas. En ninguna de sus palabras se puede entender, como afirma Marina en sus conclusiones, que «el reino de la agapé, predicado por Jesús, es la salvación de la humanidad» (p. 151), si interpretamos ésta en sentido colectivista (como parece hacer el autor), porque según el Maestro de Nazaret no es la humanidad en su conjunto la que se salvará («muchos son los llamados, y pocos los elegidos»; Mateo 22: 14). El mensaje de Jesús es antihumanista, y la expresión “humanismo cristiano” con la que cierta teología ha querido reconciliar el cristianismo con el optimismo antropológico moderno es esencialmente contradictoria.
Marina mismo considera que las bienaventuranzas de Jesús son el núcleo de su mensaje. Fijémonos en algunas de ellas para comprobar si Cristo promete una salvación intramundana, como interpreta JAM: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. […] Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mateo 5: 4-6, 10).
La pregunta obvia es: ¿Cuándo serán consolados y saciados los seguidores de Jesús, cuándo heredarán la tierra y el Reino de los Cielos? Jesús lo explica en multitud de ocasiones: «Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces dará a cada uno según sus obras» (Mateo 16: 27). «Os aseguro que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido, también os sentaréis sobre doce tronos» (Mateo 19: 28; ver también
Mateo 25: 13, 31; 26: 64; Marcos 8: 38, etc.).
La felicidad presente del cristiano se fundamenta en la promesa cierta de un futuro perfecto real, que se consumará cuando él regrese, si bien es cierto que desde el nuevo nacimiento del que habla el Maestro en
Juan 3 ya el creyente puede experimentar el Reino de la gracia. Jesús enseñó una y otra vez que volvería y que entonces él completaría la obra de instauración del Reino que ya comenzó aquí y que encomendó continuar a sus seguidores (además de numerosos dichos, dedica un sermón completo al tema del fin de este mundo, recogido por los tres evangelios sinópticos; ver Mateo 24 y paralelos). Será otra irrupción de Dios en la historia, esta vez para poner fin definitivo al mal. Pero esa promesa no incita a una actitud evasiva ante el mundo en que vivimos (de ahí el carácter anticristiano de fenómenos como el monacato o cierta mística), sino todo lo contrario: la ética cristiana encuentra en estas promesas un fundamento, un trampolín para la acción. Jesús apuesta por la confianza en la Providencia a pesar del sufrimiento; por tanto su fe no es fe en el hombre, que es el llamado, sino en Dios, que es quien llama, como Marina resalta con acierto. La garantía de éxito está en la participación de lo sobrenatural en el mundo, algo que ciertamente Dios hará a través de su pueblo.
Y aquí aparece otra dimensión fundamental del pensamiento de Jesús que (junto a las ya señaladas del dominio transitorio del mal y de su segunda venida) Marina pasa por alto en su exposición: la actuación del cristiano en el mundo no se “limita” a hacer el bien (lo cual no es poco, ciertamente…), sino que tiene como meta primordial la dependencia del Padre (de la cual se deriva todo lo demás): «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame.

El Padre Nuestro: un mensaje para redescubrir, Jean Zumstein

El Padre Nuestro es la oración de todos los cristianos. Más allá de las diferencias confesionales, es, por excelencia, el vínculo que los unifica. Conforme a la voluntad del mismo Jesús, el define y expresa la identidad cristiana profunda de manera breve y simple. En las celebraciones comunitarias o en la vida de fe cotidiana, el Padre Nuestro siempre se recita de nuevo. A título de broma, se podría decir que el Padre Nuestro es todo lo que queda cuando todo lo relacionado con la fe, se ha olvidado.
Precisamente porque está en el centro de la vida cristiana, el Padre Nuestro está en peligro. En peligro de ser recitado mecánicamente, sin ser verdaderamente comprendido. En peligro de volverse una pura letanía, un encantamiento casi mágico destinado a doblegar a Dios y a atraer sus favores.
También es necesario regresar a las fuentes y preguntarnos lo que significa exactamente esta oración que, en tiempos lejanos, Jesús enseñó a sus discípulos y que los primeros cristianos ubicaron en el centro de su culto y de su espiritualidad.
Con este objetivo, vamos a consultar las fuentes en las cuales las versiones más antiguas del Padre Nuestro están conservadas. Enseguida, situaremos este texto tan importante en el judaísmo palestino del primer siglo, del cual salió. Y luego leeremos, con la mayor atención, cada una de sus peticiones. Finalmente, nos interrogaremos sobre la teología que emana del Padre Nuestro. Nadie dudará de que, de esta manera, nos acercaremos a lo más esencial del mensaje de Jesús.

El camino de Jesús: de la clandestinidad al martirio, L. Cervantes-Ortiz

2 de marzo, 2008

1. La acción de Jesús en Marcos
El evangelio de Marcos tiene varias características llamativas: fue el primero en redactarse y, por ello, fue el iniciador del género literario creado específicamente para narrar la vida, muerte y pasión de Jesús de Nazaret; es el más breve, a pesar de que es el que en ocasiones incluye mayores detalles sobre ciertos sucesos; algunos aspectos suyos fueron utilizados por los demás evangelistas para redactar sus propios relatos; y representa una perspectiva de balance inicial de la obra de Jesús para la nueva generación de creyentes del primer siglo. El peso especifico de este evangelio en la construcción de una nueva manera de mirar y entender a Jesús en América Latina se ha consolidado con el paso del tiempo, pues el esfuerzo narrativo del texto ha sintonizado muy bien con la necesidad de delinear lo mejor posible la figura del llamado Jesús histórico, es decir, aquel hombre quien, luego de vivir su infancia y juventud en Galilea, se vio movido a comenzar una serie de acciones discursivas, proféticas, simbólicas y de beneficio para el pueblo pobre en nombre de lo que él denominaba como parte de una tradición religiosa y teológica arraigada en algunos sectores de la población judía, el Reino de Dios, que lo llevaron hasta la capital de su patria para que, ante las acusaciones de los dirigentes religiosos ante el poder romano, fuera arrestado, torturado y masacrado por este, bajo el cargo de sedición y revuelta pública. La razón del atractivo de Marcos para medios colonizados lo explica muy bien Eliseo Pérez:

Jesús echó su suerte con las personas de abajo: las mujeres, los niños, las masas empleadas, subempleadas y desempleadas, la población marginada por los estigmas sociales y religiosos. En pocas palabras, Jesús apostó por las personas que automáticamente interiorizaban la mentalidad colonizada, de minusvalía, de ser indignas del amor de Dios.
Marcos, como ya se dicho, recoge “la visión de los vencidos”.
[1]

Y la recomendación para su lectura es muy precisa: “seamos concretos; acudamos a la pedagogía de la pregunta; nada de domesticar el mensaje radical del Reino; estudiemos en este espejo nuestro rostro tanto personal como social; que nuestra visión y nuestra acción sean consecuentes con las noticias liberadoras de Jesús” (J.L. Bailey).
[2] Al ser Marcos el primero en presentar este esquema de vida como fruto de una evaluación posterior de los sucesos, las posibilidades narrativas que desarrolla lo llevaron a presentar los acontecimientos de tal forma que es posible apreciar, a medida que se le acompaña en la lectura, los conflictos que enfrentó Jesús hasta decidirse a abandonar sus ya precarios limites de seguridad y optar por una ruptura definitiva con el orden establecido y asaltar el corazón del país con su mensaje de arrepentimiento y transformación. La lectura lineal del texto se ve desafiada por los propios resortes teológicos del autor, quien no pudo ocultar que el personaje principal de su relato no sólo buscaba la simpatía de los lectores hacia su acción sino también tomar una determinación con respecto a su mensaje. Esta es una de las grandes diferencias con otras narraciones de la misma época, pues la reconstrucción viva de la figura de Jesús intentaba apelar a quienes entraran en contacto con ella para aquilatar las opciones de Jesús como posibilidades propias de vida para actualizar su enfrentamiento con las fuerzas espirituales, políticas y sociales y su tiempo y poner en marcha un proceso similar de cambio y formación de una comunidad alternativa a los patrones dominantes de vida, marcados por la opresión, la sumisión y la falta de esperanza en un futuro favorable para las mayorías.
Entre varias, cuatro realidades (o conceptos) extraídos de este evangelio desde América Latina, son particularmente relevantes para releer el camino de Jesús: el proyecto histórico de Dios en Jesús, la conciencia mesiánica, la clandestinidad del movimiento de Jesús y el horizonte político de la misión.

2. La crisis de Jesús y sus discípulos antes de dirigirse a Jerusalén
En ese sentido, hay un momento relevante de decisión en la historia de Jesús de Nazaret, que va a determinar el rumbo de sus acciones: la llamada “confesión mesiánica” de uno de los discípulos de Jesús, precisamente aquel cuyas memorias se supone utilizo Marcos para redactar el evangelio. Es uno de los momentos climáticos de la historia, pues a partir de allí Jesús empieza a anunciar su destino final: el martirio. Es la ruptura definitiva con el sistema, pues ahora el abandonara la clandestinidad y el secreto para centrar su acción en la manifestación abierta de los propósitos de Dios: establecer su Reino entre los seres humanos, a contracorriente de los poderes políticos y espirituales que oprimen, marginan y deshumanizan. El proyecto de Jesús se manifestara abiertamente desde ese momento y ya no habrá margen para dar marcha atrás, de ahí las preguntas expresas: ¿quién dicen los demás que soy yo?, ¿para ustedes quien soy yo?, ¿están dispuestos a seguir conmigo a pesar de la cruz en el horizonte? La respuesta casi inmediata de Pedro no consideraba suficientemente los alcances del mesianismo de Jesús ni sus características diferenciales, pues sólo estaba dicha en clave de poder: él mismo tendrá que clarificarla.
Semejante claridad en el proyecto renovador de Jesús no le impidió darse cuenta del grado de oposición al que llegaría al confrontarlo con el proyecto oficial, definido desde Roma e impuesto con la fuerza de las armas. La fuerza del proyecto de Jesús, viniendo de Dios, seria la de la fe comunitaria dispuesta a compartir los bienes necesarios para la vida y no la aceptación pasiva de las migajas de los poderosos. El anuncio de su muerte no era una especie de fatalismo, pues Jesús no quería morir irresponsablemente, más bien se dio cuenta y supo leer las consecuencias de su llamado a la conversión hacia una sociedad igualitaria y solidaria. Estuvo dispuesto a afrontar dichas consecuencias y advirtió a sus seguidores/as de las dimensiones de esta lucha por el cambio en todos los niveles de la existencia humana.

3. El camino de Jesús y sus implicaciones para hoy
Tales consecuencias han sido difuminadas muchísimo con el paso del tiempo, pues el impulso radical de transformación de la acción del movimiento de Jesús ha penetrado en diversos ambientes y se ha uniformado, mimetizado o domesticado. El referente principal de Marcos, la lucha de Jesús por mejorar las condiciones de vida de sus contemporáneos, sigue vigente hoy mientras se siga repitiendo el patrón de conducta de los poderosos y los sometidos: los primeros, en su afán por mantener sus privilegios, acudirán a la fuerza en todos sus niveles para mantener el régimen que los beneficie a ellos; los segundos, sumidos en la desesperación y la pasividad, requieren factores de movilización que los levante y les otorgue el valor, en los dos sentidos, de coraje y valía psicológica y social, para asumir el control de su vida y destino. Jesus nos sigue llamando a confesarlo como Mesías, pero no solo de dientes para afuera, sino en el compromiso ético, espiritual y práctico de construcción de nuevas relaciones entre Dios y la humanidad, y de la humanidad consigo misma.
El camino de Jesús hacia el martirio, paso, positivamente, por el esfuerzo de demostrar, en el acompañamiento a los mas afectados por las políticas oficiales, que es posible vivir dignamente, de otra manera, en el entendido de que el amor de Dios rebasa los estamentos impuestos por la iniquidad y el orgullo de los grupos humanos que, según ellos, se han adueñado del favor de Dios y son los verdaderamente escogidos para disfrutar sus beneficios. Contra eso se levanto Jesús y vivió las dos etapas necesarias: la de la clandestinidad solidaria y la del martirio público como denuncia de la maldad intrínseca del sistema en el cual vivió y que fue el que finalmente lo llevo a la muerte, en la forma mas ignominiosa de su tiempo.

[1] Eliseo Pérez Álvarez, Marcos. Minneapolis, Augsburg, 2007 (Conozca su Biblia), p. 8.
[2] Ibid., p. 10.

jueves, 6 de marzo de 2008

De la clandestinidad al martirio, Carlos Bravo Gallardo

Jesús, hombre en conflicto
Jesús llamó a sus discípulos para que compartieran con él su misión de predicar y curar; ahora el horizonte cambia para Jesús y eso implica un cambio en el seguimiento. Por eso, aunque corre el riesgo de que, cambiadas las condiciones tan duramente, los discípulos ya no quieran seguirlo y lo dejen solo, debe replantear honestamente un nuevo comienzo: “Si alguien [todavía] quiere seguirme”, sepa que ya no se trata de seguir haciendo lo que hasta ahora, sino de renunciar a los propios proyectos de poder e intereses, para cargar con la cruz de una condena de parte del Centro político y religioso. No invita Jesús a sufrir, no piensa en la cruz por la cruz misma, sino en una cruz (condena político-religiosa), consecuencia ineludible de las opciones que ha tomado; cruz ineludible no por decisión de Dios, sino por decisión de los hombres, que hemos decidido hacerle difícil la vida a Dios y a sus hijos en la historia.

Crisis de Jesús y de los discípulos/as
En este momento de crisis (de Jesús y de los discípulos, cf. Jn 6.60, 67ss), el término seguimiento se llena de un nuevo contenido. Y así como Jesús honestamente les plantea el cambio, con la misma honestidad los enfrenta con las exigencias del kairós [tiempo de Dios] y del Reino, y con los criterios para decidir. No deja la respuesta al criterio de la conveniencia fácil, porque lo que está en juego es cuestión de vida o muerte no sólo para el pueblo, sino también para el que es invitado a seguir a Jesús (cf. 10.17, 21, 23-25). [...] Sin pretender determinar la “conciencia mesiánica” histórica de Jesús, podemos decir que el relato de Marcos plantea aquí un correctivo fundamental de la “confesión mesiánica”: no cualquier confesión de Jesús como Mesías es “cristiana”; lo que la hace tal no es la ortodoxia del término usado, sino importa es hasta dónde se está dispuesto a acompañarlo.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...