martes, 19 de febrero de 2008

Letra 64, 24 de febrero de 2008

DINOSAURIOS Y PROFETAS
Sergio Ramírez
La Jornada, 15 de febrero de 2008,
www.sergioramirez.com

Que la Tierra tiene apenas 6000 años de edad, que el mundo fue creado en exactamente siete días con sus noches, y que los hombres de las cavernas y los dinosaurios convivían juntos, como en las historietas de los Picapiedra, son creencias que no deberían quitarle el sueño a ningún científico de un país como Estados Unidos, que tiene la cota más alta de premios Nobel en Biología, Química y Física. Si no fuera por el creacionismo.
Esta corriente religiosa pertenece al credo oficial de multitud de iglesias sureñas, en el extenso territorio llamado “el cinturón bíblico”, y hay una pugna para que sea materia de enseñanza en las aulas en muchos estados, lo que hace que la comunidad científica ponga el grito en el cielo: “tampoco enseñamos la astrología como alternativa a la astronomía, o la brujería como alternativa a la medicina”, dice el doctor Francisco Ayala, profesor de ciencias biológicas en la Universidad de California.
Pero, además, no se trata de teorías extravagantes salidas de la nada social, a como salió el mundo de la nada física según los creacionistas; 47 por ciento de los ciudadanos, según las encuestas, cree que realmente ocurrió así con el nacimiento del mundo, algo que comparte el propio presidente Bush; del otro lado, quienes creen que los seres humanos son el resultado de la evolución en un proceso de millones de años, según fue establecido por Darwin desde el siglo XIX, ganan por una escasa mayoría.
Por si fuera poco, uno de los abanderados religiosos del creacionismo, el pastor bautista Mike Huckabee, ex gobernador de Arkansas, disputa en las elecciones primarias la candidatura a la presidencia por el Partido Republicano, lo que ha vuelto a abrir el debate sobre la influencia que las convicciones religiosas de un presidente de Estados Unidos pueden tener sobre la enseñanza pública, y el desarrollo de las investigaciones científicas; ya se ha visto cómo Bush se ha opuesto tajantemente a asignar fondos federales a los experimentos para la clonación de embriones humanos, aunque sea con propósitos médicos, lo que amenaza con dejar a Estados Unidos a la zaga de la vanguardia tecnológica.
El fundamentalismo religioso, con todas sus consecuencias políticas, está más presente que nunca, esta vez en el debate electoral. En el mismo espectro de Huckabee, pero con matices propios, y a veces contradictorios, se halla el ex gobernador de Massachussets, Mitt Romney, que pertenece a la Iglesia mormona, igual que sus ancestros, y de la que ha sido obispo. Al contrario de los bautistas, que forman congregaciones muy extendidas, los mormones no representan sino a 1.9 por ciento de la población creyente de Estados Unidos. El propio Huckabee y sus partidarios les niegan la condición de cristianos y los acusan de proclamar que Jesús y Lucifer son hermanos, y de rechazar la cruz como símbolo.
Las elecciones en Estados Unidos ya se sabe que son un asunto mundial. Y mientras los bautistas se han extendido por todo el planeta, los mormones sólo tienen una presencia exigua, de modo que un presidente mormón vendría a ser una verdadera novedad, el único credo que no llegó a Estados Unidos desde Europa con los inmigrantes, sino que tuvo su origen en el año de 1830, en su propio territorio.
Su fundador, Joseph Smith, anunció que había recibido del ángel Moroni el Libro de Mormón escrito en lengua egipcia sobre planchas de oro, una suerte de nuevo testamento en el que se establece que Jesús volvió a nacer en el continente americano, al que sus habitantes originarios habían llegado desde Israel por mar, apenas 600 años antes del nacimiento de Cristo. Establecieron una civilización floreciente, luego desaparecida, pues sabían fundir el acero para fabricar espadas y ruedas, y criaban caballos, vacas, corderos y cabras y no sólo aves de corral, sino también cisnes, y por si no bastara, elefantes.
Y para empeorar las cosas, del Libro de Mormón no quedaron rastros, pues el profeta Smith tuvo que devolverlo al ángel Moroni una vez leído. En sus láminas de oro constaba también que los negros no podían llegar a ser sacerdotes mormones, porque su piel se oscureció por causa de su desobediencia a Dios. Parte de su credo ha sido también la poligamia, y el bautismo de los muertos, razón esta última por la que exploran por todo el mundo los registros civiles y parroquiales, para inscribir a todos los difuntos en frondosos árboles genealógicos que pretenden ser totales.
La condición de profeta fue heredada por John Smith a todos sus sucesores, que reciben revelaciones divinas, y gobiernan de por vida su Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días asistidos por un consejo de 12 apóstoles; y aunque reducidos en número en cuanto a fieles, su influencia política ha sido importante en las administraciones republicanas, y tienen, además, desde su sede pontificia en Salk Like City, poderío económico y presencia en las grandes corporaciones. Romney, millonario él mismo, abrió su campaña con un aporte personal de 17 millones de dólares.
Aunque Huckabee el bautista se identifica como un “conservador social”, su discurso es idéntico al de Romney el mormón, en cuanto a las políticas radicales contra la inmigración latina, empezando por su oposición a la amnistía a los indocumentados, y comparten el respaldo a la presencia militar en Irak y la hostilidad con Irán, que representa para ambos “el terrorismo atómico”; rechazan el aborto, las uniones entre homosexuales, y el tratado de control de emisiones de gases de Kyoto; y apoyan la pena de muerte y la existencia del campo de prisioneros de Guantánamo, adhesiones de las que el otro candidato republicano, el senador John McCain, se aleja con prudencia.
Como se ve, en este paisaje compartido por el pastor creacionista y el obispo mormón se juntan los dinosaurios con los profetas.
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (IV)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

A pesar de que planea en la obra cierto agnosticismo, cierta interpretación subjetivista y escéptica sobre la realidad de Jesús como alguien vivo hoy, Marina hace una apuesta pascaliana por la fe (una fe particular, como insiste en recordar): «Jesús hizo también una promesa. La agapé acabará triunfando sobre el mal y sobre la muerte. […] La tarea de los cristianos, como dice la carta de Pedro, es “acelerar la venida del Reino de Dios”» (p. 149).
Estas palabras muestran que su conocimiento del mensaje de Jesús es insuficiente. Por supuesto que en el núcleo del mismo se encuentra la idea del Reino de Dios irrumpiendo en la historia humana a través de Jesús («el reino de Dios está entre vosotros ya»; Lucas 17: 21). Pero nada en su mensaje induce a creer que esta irrupción se producirá en la historia humana de forma evolutiva (según se entiende modernamente este término). Jesús predice que el Reino se manifestará en el testimonio de sus seguidores a lo largo de la historia, pero no promete éxitos, sino oposición y persecución (
Mateo 16: 21-25, etc.); no prevé una mitigación progresiva del mal y un incremento del bien, sino todo lo contrario: «Por el aumento de la maldad, el amor de la mayoría se enfriará» (Mateo 24: 12), hasta tal punto que se pregunta: «Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿hallará fe en la tierra?» (Lucas 18: 8). Eso sí, además promete que al “Reino de la gracia”, ya presente y en expansión gracias al Espíritu y a los cristianos que se dejan guiar por él, le acabará sucediendo el “Reino de la gloria” (ver Mateo 13: 31-35; Mateo 24: 30; etcétera).
Es necesario comprender correctamente la escatología de Jesús (y la bíblica en general), que tan sencillamente se encuentra expuesta en los evangelios. Marina se acerca a ella a través de una cita de Schnackenburg: «Hay un desplazamiento de la mirada desde una escatología general a la expectación individual de “ir al cielo” después de la muerte, de llegar al más allá» (p. 142); pero interpreta erróneamente la “escatología general” de Jesús en clave colectivista e inmanentista, cuando Jesús mismo insiste en el carácter individual y trascendente de la salvación; eso sí, en frontal oposición al concepto griego de inmortalidad del alma (ver
Dualismo antropológico griego y judeocristianismo). Jesús no concibe al hombre como un compuesto de cuerpo y alma, sino como alguien cuyo ser está integralmente limitado por la muerte, como consecuencia de su naturaleza caída (Mateo 7: 11; Lucas 18: 19). La muerte es un sueño, pero habrá una resurrección (del ser completo) al final de los tiempos, cuando Cristo regrese otra vez y establezca su reino en la tierra (Mateo 22: 31, 32; Lucas 14: 14, etc.).Esta idea del retorno literal y real del Mesías no se menciona en el libro, pese a ser una de las más repetidas por el propio Cristo, como expondremos. En torno a esta enseñanza gira todo el mensaje de Jesús, de ahí su insistencia en estar atentos a la evolución de los tiempos y a la lucha contra el mal (Mateo 25: 13); como muy bien resumía Machado, «Todas tus palabras fueron / una palabra: Velad» (ver “La antisaeta”, de Machado). Jesús anuncia el desarrollo de una espiral de violencia y maldad, no el despliegue progresivo de la bondad entre los hombres. No augura un creciente respeto a los derechos humanos sino, al contrario, advierte de la intolerancia futura, en especial la de raigambre religiosa o pseudocristiana («Viene la hora cuando el que os mate pensará que rinde servicio a Dios»; Juan 16: 2). Ciertamente, sin el mensaje de Jesús no se habrían alcanzado la mayor parte de los logros éticos que hoy en día los hombres somos capaces de concebir y de desear (que no de cumplir, excepto en espacios y tiempos muy limitados). Pero la realidad mundial y las tendencias globales anuncian una deriva hacia el desastre humano y medioambiental, tal y como Jesús previó (ver Mateo 24). Resulta sorprendente comprobar cómo optimistas como Marina (quien además, aunque a su manera, en este libro se profesa “cristiano”) anuncian un mundo cada vez mejor como consecuencia del esfuerzo humano (ver ¿Fin del optimismo humanista?).

La transmisión de la fe y el futuro de la Iglesia, L. Cervantes-Ortiz

24 de febrero de 2008
1. La fe como patrimonio espiritual, existencial e histórico
La transmisión de la fe enfrenta, en nuestro tiempo, una serie de obstáculos que la familiaridad eclesiástica a veces no permite advertirse como tal, dado el triunfalismo y el dualismo en que son educados los y las creyentes. Uno de ellos es la secularización, el cual, en sus orígenes tuvo un componente protestante importante debido a que la Reforma propició, entre otras cosas, que la religión se ocupase, principalmente, de los asuntos estrictamente espirituales, dado el constantinismo de la Iglesia. Así, los creyentes se vieron orillados a dedicar, por separado, un tiempo a las llamadas actividades espirituales, y otro a las llamadas seculares. De ahí que la palabra secular no nos sea extraña, porque viene de siglo, “mundo”, “espacio de acción que no es la iglesia”, o su contrario, pero que es precisamente el lugar en donde se define la clase de fe que resulta eficaz para vivir. Porque la fe, como un tesoro invaluable corre el riesgo de perderse en medio de los azares de la vida. Veamos a Noemí (o Mara, “la amarga”, como pidió ser llamada, según el libro de Rut): junto con su esposo, tuvo que trasladarse a un país vecino, aparentemente en condiciones normales, adonde sus dos hijos se casan. Más tarde fallecen los tres hombres, ella queda viuda y, no habiendo motivo para permanecer fuera de su tierra, regresa con el añadido de una de sus nueras para comenzar una nueva vida. Pobre, marginada y sin futuro inmediato, es portadora de una tradición de fe que lleva consigo y que ha de encontrar la forma de producir frutos para el futuro cercano y remoto.
Porque la fe, entendida como un patrimonio espiritual, existencial se construye y reconstruye todos los días en la cotidianidad y en la mentalidad que trasluce como cuando escuchamos frases: “es que mi religión no me lo permite”, “eso es pecaminoso”, “mis padres así me lo enseñaron”, “sí creo, pero no tengo tiempo para practicar mi fe”, etcétera, cuando todo el tiempo y las circunstancias son una oportunidad para ejercitar las convicciones recibidas y actualizadas por cada persona. Rut, la moabita, pudo incorporarse a la tradición yahvista porque encontró en Noemí a una persona que vivía su fe todos los días y fue capaz de ir más allá de los énfasis tradicionales, primero en la incorporación a su familia de alguien que definitivamente era diferente, pues es allí adonde las tradiciones de fe prueban su capacidad para ser incluyentes y abrir los brazos para integrar a las personas. El peso específico del relato de Rut recae en la habilidad de transmisión de Noemí de unos contenidos de fe que ni siquiera se mencionan para que, rotos los lazos de la familiaridad política, quien ya no era miembro de la familia diera el paso espiritual que permitiera superar las diferencias étnicas y culturales para sumir la fe de Israel con todas sus consecuencias, en una situación muy distinta a la vivida por Sansón, quien no fue capaz de asumir su propia tradición y fue literalmente consumido por su insensatez, que a veces ha sido tan mal interpretada, pues su problema no consistió en enamorarse de una persona ajena a su raza y religión, sino en no ser capaz de hacer inteligibles sus convicciones para dialogar e interactuar con prestancia y seguridad, independientemente de si se casaría o no con aquella persona “extraña” porque, como ha demostrado la sociobiología, uno no se casa con la persona más diferente sino con la más parecida a uno.

2. La fe probada cotidianamente en el terreno de la acción
La primera carta de Juan abre con una constatación y una afirmación: la fe cristiana está siendo transmitida en medio de una cotidianidad plena de impulsos, modas y fervores que, en cualquier momento, pueden desdibujar su rostro y la manera de desafiar lo que el autor denomina “el mundo”. Para nosotros hoy, el mismo conflicto lo hemos recibido, pero procesado y construido por las generaciones de creyentes que nos han precedido, por lo cual hace falta que, en la línea que traza el texto bíblico, actuemos en consecuencia. La palabra clave del documento es el amor, no la aceptación de determinado dogmas o creencias, que son los que suelen poner a pelear a las personas, pues el sentimiento de defensa, apologético, que invade a quien, primero, no conoce sus convicciones en profundidad, produce un fanatismo intolerable y, segundo, la escasez de amor puede llevar a la no aceptación de las personas, porque se trata no de que los demás acepten los contenidos de la fe antigua, sino más bien de que las comunidades estén dispuestas a recibir a las personas: no que ellos y ellas, los llamados inconversos, estén dispuestos a recibir la doctrina, más bien que nosotros tengamos la disposición de recibirlos como personas.
Ése es el énfasis juanino sobre el viejo mandamiento del amor, es decir, sobre la capacidad de ser incluyentes como Jesús lo fue. Por ello se dirige a las dos generaciones de cryentes con quienes tuvo trato para reconocer la manera en que enarbolaban no la doctrina, ni la teología, sino el amor de Jesús como bandera. De ahí que la ortodoxia no debería contaminar a la ortopraxis, esto es, a la sana costumbre de practicar el cristianismo, esa fórmula tan desgastada que todavía debe probar su efectividad. “Conocen al que es desde el principio”, dice a los padres. “Porque han vencido al maligno”, le dice a los más jóvenes (v. 13), con lo que se afirma la certeza de que hay un flujo de la fe en el sentido de la práctica sana de las creencias. El lenguaje simbólico de Juan busca consolidar el valor de la existencia cristiana en el mundo, de frente a él, no de manera esquizofrénica.

3. La fe actual y el futuro de la Iglesia
¿Importa hablar del futuro de la Iglesia o las iglesias? Porque a veces hay mucha mayor preocupación por el gobierno de la comunidad que por su testimonio, lo cual no deja de ser un signo de las verdaderas intenciones que nos dominan: la ambición de poder, la reproducción acrítica de prácticas tradicionales, la dificultad para hacer inteligibles las riquezas de la fe, etcétera. Lo que está en juego, más bien, es el grado de credibilidad en la eficacia de la fe para lograr lo que tanto se subraya: respuestas, cambios, transformaciones, porque el llamado mundo sigue viendo, atónito, cómo algunas de las diversas formas de cristianismo no se ponen de acuerdo, en primer lugar, para establecer suficientemente cuál es el verdadero sentido de las prácticas, rituales y hábitos cristianos, algunos de los cuales se han vaciado de significado para la época actual, dominada por otros criterios de vida. La obsesión de las iglesias por intervenir sólo en algunos espacios como la moralidad y la sexualidad, pero únicamente en términos represivos, ha hecho que las personas, casi por instinto, sientan repulsión por los representantes de la fe tradicional, del nombre que sea. Y es que los bienes más preciados en este campo son la libertad, la autenticidad y la congruencia, elementos que no se han trabajado lo suficiente para hacer sentir a las personas que la fe cristiana sigue vigente a pesar de su antigüedad.
Asimismo, la voz de las nuevas generaciones ha introducido la protesta generalizada que, guiada por la percepción de que la experiencia de la fe podría ser de otra manera, menos solemne y anquilosada, está ahí como una voz de juicio y un llamado a la revisión continua de la forma de ser cristianos/as en el mundo, porque acaso la frescura natural de las exigencias cristianas y su capacidad de cambio están siendo oscurecidas por los énfasis excesivos en una propaganda que realza los aspectos menos llamativos de la fe cristiana. Y acaso esa pérdida de pertinencia, por la familiaridad tan arraigada con los contenidos de la fe, tenga que ser sustituida con otras vertientes de la misma fe, que siempre han estado ahí, pero que no hemos querido retomar y transmitir explícitamente: la lucha irreductible por la justicia, la práctica desinteresada de la solidaridad y la conciencia de que el mundo es el espacio adonde Dios quiere que vivamos de la mejor manera posible, en paz y con una armonía que abarque desde los aspectos de la naturaleza hasta el trato cotidiano entre los seres humanos sin importar si se aceptan los dogmas establecidos o no. El futuro que importa es de la vida en el planeta, más justa y equilibrada, y no necesariamente el de las instituciones religiosas. El futuro de la Iglesia, como todo, está únicamente en el pensamiento y las manos de Dios.

La fe transmitida y el futuro de la Iglesia

24 de febrero de 2008

La fe: un tesoro invaluable
Parecería que es más importante hablar del futuro del cristianismo y no de la Iglesia, pero dado que ésta (en sus diversas formas y variaciones) es el rostro histórico de la comunidad de creyentes, resulta inevitable referirse a ella para sondear las posibilidades reales de transmisión de la fe a los hombre y mujeres de esta época y la que están por venir. Con el triunfalismo eclesiástico en proceso de ser sustituido por una actitud más humilde de diálogo y búsqueda de un testimonio coherente con las exigencias del Evangelio, las nuevas comunidades tienen ante sí un enorme abanico de posibilidades para explorar creativamente cómo hacer plenamente inteligible el mensaje de Jesús de Nazaret con todas sus consecuencias.La fe, entendida como un tesoro invaluable recibido gracias a los y las testigos fieles que durante 2 mil años se han esforzado por mantener viva la llama de la esperanza cristiana es justamente lo que está en juego a la hora de asomarse al futuro humano. Si las iglesias sobreviven o no como instituciones visibles, eso no hará mella en la exigencia de que los diversos grupos que reivindiquen de manera seria y crítica el legado cristiano tendrán que ofrecer respuestas y planteamientos consecuentes con la universalidad y vigencia de la obra de salvación de Dios en Cristo. La enseñanza comunitaria de esta herencia y de su valor debe obligar desde ahora a desarrollar nuevos caminos para que las personas vayan más allá de la mera repetición de fórmulas religiosas o espirituales que ya no alcanzan a reflejar con eficacia el amor de Dios por la humanidad. Por ejemplo, los desafíos de la destrucción sistemática del medio ambiente y las nuevas condiciones éticas para los sujetos en términos de decisiones ligadas a la reproducción de la vida humana, deben aparecer como asuntos dignos de atención en el momento de acercarse a la Biblia y a los textos doctrinales. Especialmente la primera tiene mucho que decir acerca del cuidado de Dios hacia sus criaturas. La teología, a su vez, que ha trabajado estos temas desde hace tiempo, deberá hacer llegar sus conclusiones al respecto a los miembros de las iglesias para romper con la tradicional y lamentable lejanía entre pensamiento y acción cristianos

Nueva educación: ¿nueva fe?
No se trata, entonces, de abandonar los moldes antiguos de la fe para dotarla de nuevos contenidos, sino más bien de capacitar permanentemente a las comunidades para estar a la altura de las circunstancias. En este sentido, es muy contradictorio el hecho de que el innegable aumento en la escolaridad de las nuevas generaciones de creyentes no influya en la seriedad con que debe estudiarse la Biblia, la doctrina cristiana, la historia dela Iglesia y la ética cristiana, por sólo mencionar algunos aspectos.
Esta realidad tan positiva debe encontrar cauces de expresión para que efectivamente incida en la renovación de la Iglesia, pues de lo contrario se seguirán viviendo dobles vidas en las que la vertiente religiosa sólo responda a “problemas espirituales” y la vida real siga su curso de manera ajena y, lo que es peor, refractaria a los impulsos transformadores del mensaje cristiano, identificado como está con un estado de cosas que debe mantenerse intacto, según la mentalidad de ciertos sectores eclesiásticos. Porque debe haber una mayor armonía entre conocimiento, información, devoción y espiritualidad para lograr superar el dualismo que aún sigue vivo en buena parte de las iglesias evangélicas.De no ser así, los movimientos cristianos seguirán siendo identificados con el moralismo predecible y el conformismo social. (LC-O)

Letra 63, 17 de febrero de 2008


EL MEJOR REGALO DE TODOS (SERMÓN PARA NIÑAS Y NIÑOS)
Consejo Latinoamericano de Iglesias
www.clailatino.org/predicaciones/nuevo_testamento/juan/316_4kids.htm
Traducción de Zulma M. Corchado de Gavaldá

Tema
La gracia de Dios. Cuarto domingo de Cuaresma
Objeto
Un paquete envuelto en papel de regalo
Textos bíblicos
Porque por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe; esto no procede de ustedes, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte" (Efesios 2:8-9, Nueva Versión Internacional, NVI).
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna (Juan 3:16 - NVI).

Miren este regalo tan preciosamente envuelto. ¿A alguno de ustedes le gusta recibir regalos? ¡Desde luego que sí! No puedo imaginar a alguien diciendo que no le gusta recibir regalos. Si fuera a darte este paquete y te pidiera que me dieras cinco dólares, ¿te estaría dando un regalo? No, si tienes que pagar por él o hacer algo para recibirlo, entonces no es un regalo. Cuando alguien te da un regalo, no te cuesta. No hay condiciones. Lo que tienes que hacer es aceptarlo. Eso hace que sea un regalo.
¿Cuál es el mejor regalo que has recibido? ¿Fue tu primera bicicleta? Tal vez fue un XBox 360® o un Sony Playstation®. Para algunos de ustedes puede haber sido un carro de control remoto y para otros puede haber sido un muñeco de peluche. En un grupo como éste, podemos tener diferentes ideas de lo que es un buen regalo, pero hoy deseo hablarte sobre el mejor regalo que se ha dado jamás.
¿Cuál ese regalo? Es el regalo de la vida eterna. Es el regalo de Dios y que es dado a todo aquel que desee recibirlo. La Biblia dice: "Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna." Todo el que cree: esos somos tú y yo. El mejor regalo de todos es para ti y para mí.
Cuando alguien te da un regalo, no es correcto preguntarle: "¿Cuánto te costó?". Pero en este caso, la Biblia nos dice cuánto costó el regalo de Dios, y el costo es muy grande. Le costó a Dios su único Hijo. ¿Puedes imaginarte cuánto amor tuvo que sentir Dios por nosotros para que enviara a su único Hijo a la tierra a morir para que tuviéramos vida eterna? ¿Puedes imaginarte cuánto amor nos tuvo Jesús se dispuso a morir en la cruz para que pasáramos la vida eterna en el cielo?
Vida eterna, ¡qué regalo! Y todo lo que tenemos que hacer para recibirlo es creer y aceptar a Jesús como su Salvador.

Oración: Gracias, Padre, por el mejor regalo de todos. Gracias por Jesús, quien nos amó tanto que pagó el precio por nuestro pecado para darnos el regalo de la vida eterna. Amén.

Recursos adicionales
· Página para colorear 1:
El mejor regalo de todos (ABDA Acts)
· Página para colorear 2:
El mejor regalo de todos
· Página para colorear 3: Juan 3:16
· Búsqueda de palabras: El mejor regalo de todos
· Revoltura de palabras: El mejor regalo de todos
· Crucigrama: El mejor regalo de todos

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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (III)
Guillermo Sánchez Vicente
http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

No le cuesta esfuerzo al autor, en cambio, compatibilizar la ética cristiana con la mística (a la que no menciona con este término, pero que describe acudiendo a la tradición teológico-espiritual de la iglesia ortodoxa; p. 125, 126; ver también las notas al capítulo VIII); una compatibilidad difícil de encajar, a nuestro juicio, en el mensaje de Jesús; otro tanto ocurre con el panteísmo, al cual, según él, «todas las religiones llevadas a sus últimas consecuencias tienen forzosamente que acercarse» (p. 146).
Consideramos que el principal conflicto interno de la historia del cristianismo no consiste en la oposición conocimiento/acción; siendo ésta importante, es de una trascendencia mucho menor que la de la dicotomía fundamental, que gira en torno al concepto de autoridad: por tanto si hay una corriente que se ha impuesto a lo largo de la historia, ésta ha sido la humanista, que confía la conciencia a autoridades humanas (tradicionalmente sacerdotes, líderes religiosos, papas y similares; hoy se les suman no pocos teólogos erigidos en Autoridad Académica) y que estaría en abierta contradicción con el cristianismo genuino (véase:
Jeremías 17: 5, 7; Mateo 23: 8ss; etc.). Le ha plantado cara la corriente que promulga que la autoridad se dirige de Dios a los creyentes sin más intermediarios que la Revelación y el Espíritu. La primera corriente es generadora de realidades históricas autoritarias (y totalitarias); la segunda, de procesos que favorecen la libertad (por ejemplificarlo en una época concreta, léase nuestra reseña de la película Lutero). El supuesto enfrentamiento conocimiento/acción se supera en la praxis cristiana, por lo que es inadecuado decantarse por una de las dos corrientes. Pero ante la dicotomía autoridad humana/autoridad divina sí que nos parece necesario apostar decididamente por la segunda.
La interpretación de Marina, demasiado ligada a la teología católica y ortodoxa (oriental), no acaba de profundizar en el carácter paradójico del pensamiento bíblico, a pesar del título del capítulo V (“Las paradojas de la experiencia cristiana”). El análisis es sugestivo, pues el autor expone con agudeza la traición que significa el asalto del pensamiento platónico (“gnóstico”) a la teología cristiana, en un proceso paralelo a las formulaciones dogmáticas y eclesiocráticas del romanismo. Pero al adscribir a la corriente gnóstica algunos textos de Pablo o la doctrina de la justificación por la fe que reivindicó la Reforma protestante, nos anuncia ya el reduccionismo ético al que JAM somete al cristianismo. Se advierte aquí la principal deficiencia del ensayo: Marina profundiza en las teologías cristianas pero, a pesar de aproximarse al texto bíblico con honestidad, respeto y no poca fe, soslaya uno de los ejes fundamentales del mensaje de Jesús, cual es el escatológico, como luego explicaremos. Y yerra estrepitosamente al considerar que «el ciclo gnóstico del cristianismo se cerró con el Vaticano II en el campo católico» (p. 69), al ignorar la pesada carga dogmática y eclesiocrática presente en los documentos emanados de aquel concilio (ignorancia habitual entre la mayor parte de quienes se interesan por estos asuntos).
Para el autor, el proyecto de Jesús, el Reino de Dios, es «gigantesco e impreciso» (p. 86). Subraya el impulso rebelde que contiene la fe cristiana, impulso que ha modelado el concepto de libertad en la Modernidad. De gran interés es la contraposición que hace JAM entre libertad de conciencia cristiana y las limitaciones a la libertad propias de la concepción griega, señalando cómo incluso en el protestantismo (que abrió la vía a la libertad) se cayó en la tentación de imponer una “verdad” religiosa (p. 117-120).

El Reino de Dios
El capítulo final, “¿Por qué soy cristiano?”, es «un trozo de biografía intelectual» (p. 137), en el que expone su comprensión personal del Reino de Dios como despliegue de la actividad creadora del hombre dirigida hacia el Bien. Enlaza así con el eje filosófico de toda su producción intelectual (la inteligencia creativa) y con la tesis final de su Dictamen sobre Dios
(la deriva ética de las religiones como signo de esperanza).
Las conclusiones resultan un tanto decepcionantes, sobre todo para quien esperase otra cosa en función del título de su libro. Afirma Marina: «Esta dimensión divina de la realidad tiene un vocero, un anunciador». Sería de esperar que un cristiano lo identifique con Jesucristo. Pero para JAM es «el ser humano. Sin él no habría Dios. […] Dios es el modo como la conciencia humana –algunas conciencias humanas– profieren, expresan, conceptualizan esa realidad misteriosa que nos mantiene en el ser y nos impulsa» (la humanistización a la que somete Marina al cristianismo no es más que una nueva versión, aunque por un camino algo diferente, de las conclusiones de Feuerbach en La esencia del cristianismo). Y, a pesar de haber apostado por el modelo ético y desechado el “gnóstico”, Marina abdica incomprensiblemente ante este último afirmando: «Ésta fue, creo yo, la gran intuición de Tomás de Aquino» (p. 146, 147).
El pensador se mantiene en este ensayo fiel a su optimismo, como reconoce al final del mismo: «Todo lo que he dicho […] es una verdad privada. Es, ciertamente, una verdad optimista y megalómana. Si Jesús tiene razón va ser posible mi gran sueño: transformar en todos los registros de nuestra vida el esfuerzo en gracia. Amén» (p. 149). A pesar de que planea en la obra cierto agnosticismo, cierta interpretación subjetivista y escéptica sobre la realidad de Jesús como alguien vivo hoy, Marina hace una apuesta pascaliana por la fe (una fe particular, como insiste en recordar): «Jesús hizo también una promesa. La agapé acabará triunfando sobre el mal y sobre la muerte. […] La tarea de los cristianos, como dice la carta de Pedro, es “acelerar la venida del Reino de Dios”» (p. 149).

Fe cristiana y tradición religiosa (Jue 2.1-10; Mt 5.17-32), L. Cervantes-Ortiz

17 de febrero, 2008

1. Jesús y la tradición religiosa de su pueblo
Jesús de Nazaret no surgió de la nada, pues tuvo detrás de sí toda la tradición religiosa, teológica y espiritual de su pueblo, una tradición de lucha y conflicto por encontrarse verdaderamente con el rostro del Dios vivo y verdadero en medio de todas las circunstancias históricas que orientaron y relanzaron la fe de Israel de formas a veces imprevisibles. Cuando murió Josué, por ejemplo, se marcó el fin de la etapa heroica del antiguo Israel, pues ahora se aproximaba a derroteros marcados por nuevas formas de organización. La continuidad entre los patriarcas, caudillos y más tarde, el surgimiento de los jueces y juezas, no sucedió sin contratiempos, pues los liderazgos en ese pueblo no debían caracterizarse solamente por el carisma que tuvieran, sino también por su apego y obediencia a la ley divina. Moisés, en su papel de legislador, gobernante y profeta, enfrentó las crisis inherentes a su labor con una energía inusitada que mucho echó de menos el pueblo a medida que avanzaban los acontecimientos.
La conformación de una tradición de fe en Israel (lo que se denomina fe bíblica) incluyó toda una serie de creencias, memorias, rituales, prácticas y símbolos que hicieron de las diversas comunidades que aceptaban la fe Yahvista un conglomerado social que se encintraba esparcido por buena parte del mundo conocido en la época de Jesús. Él mismo tuvo que conocer las virtudes y defectos de sus tradiciones y echar mano de las primeras para atreverse a desafiar a los defensores de la ortodoxia y proponer una nueva manera de encontrarse con Dios. Su continuidad y discontinuidad con Juan el Bautista se dio a conocer cuando sus acciones, gestos y milagros fueron más allá de la mera conexión metafórica con el mundo rural y pusieron en entredicho lo mismo que habían planteado siglos atrás algunos profetas del siglo VIII como Amós, Isaías y Miqueas: la necesidad de dar marcha atrás en el control religioso-político de las clases pudientes oportunistas y al servicio del invasor extranjero de turno. Roma tenía sometidas las conciencias de los religiosos profesionales y las nuevas generaciones miraban extasiadas las formas de vida helenizantes, ajenas por completo a su cultura, pero extendidas debido al esbozo de globalización que significó el predominio de la cultura y la lengua griegas.
Jesús, como integrante de la vertiente contestara de la nueva generación, fue capaz de lanzar todo un programa de recuperación de las virtudes de su tradición, pero también de poner sobre la mesa sus limitaciones, precisamente aquéllas que alejaban al pueblo pobre e ignorante del Dios liberador de Egipto, cuya imagen ahora estaba oscurecida y mediatizada por los excesos de la religión institucionalizada y sus representantes.

2. Aprender de los símbolos cristianos, no de las modas religiosas exteriores
Pero para proponer cambios al interior de una tradición, primero hay que conocerla bien y es algo que alguna vez propuso audazmente el escritor Fernando del Paso a las autoridades educativas: en este país de régimen laico, deberían enseñarse los contenidos de las grandes tradiciones religiosas,[1] debido a que las propias instituciones no lo llevan a cabo correctamente, y cometen un doble error, dado que si no enseñan adecuadamente las propias creencias, cómo van a divulgar las demás tradiciones, si viven en permanente competencia con ellas. Así, se cierra un círculo fatal: ni se conoce lo propio (lo bueno y lo malo), ni mucho menos lo de los demás. Se trata de un diálogo de sordos (o de fanáticos ignorantes, para decirlo con todas sus letras). Por ello, es preciso que entre nosotros hagamos el enorme esfuerzo de beber en todas las fuentes que nutren, o deberían nutrir nuestra fe e identidad: la Biblia, sí, pero también la historia del judeo-cristianismo y, por supuesto la del protestantismo y demás derivaciones, pues la forma en que experimentamos el cristianismo tiene un apellido histórico que se ha ido construyendo en diálogo permanente con la cultura y sus transformaciones hasta llegar a ser lo que es hoy.
Un elemento fundamental, en ese sentido, son los símbolos cristianos antiguos, paleocristianos algunos de ellos, y con los que ahora no queda más remedio que encontrárselos en los museos. Mencionaremos tres de ellos: primero, el famoso pez, que ahora ve uno frecuentemente en las defensas de los automóviles y que se venden muy bien en las tiendas cristianas de regalos, perdón, en las librerías religiosas que llevan ese nombre; segundo, las dos primeras letras de la palabra Cristo en griego; y tercero, El Buen Pastor de las catacumbas romanas.
Ya en el protestantismo, hay que echar mano de una consigna, el principio protestante, que consiste en enjuiciar proféticamente todo aquello que, con pretensiones de absoluto, intente suplantar las acciones de Dios, incluyendo las propias conductas y tradiciones protestantes.

2. Jesús y la tradición cristiana
Lo primero es ver a Jesús en sus relaciones positivas y negativas con las tradiciones de su pueblo. Él reforzó la autoridad de la Ley antes de cuestionar los usos a los que estabas sometida. Lo segundo es apreciar la forma en que la tradición cristiana es capaz o no de ser el vehículo adecuado para transmitir el mensaje propio de Jesús. Según John Leith, la tradición de Jesús de Nazaret es obra del Espíritu Santo. Pues como dice Outler,

Esta “tradición” divina, o paradosis, fue un acto divino en la historia humana, y es renovado y actualizado en el transcurso de la historia por obra del Espíritu Santo de Dios, el cual Jesús comunicó a sus discípulos en la última hora en la cruz El Espíritu Santo —”enviado por el Padre en mi nombre” (Juan 14.25)— recrea el acto original de la tradición (traditum) por medio de un acto de “tradicionización” (actus tradendi), y así la tradición de Jesucristo llega a ser una fuerza viviente que va a permanecer para darle a la fe el estímulo para responder y crear testigos actuales. Este actus tradendi es el que transforma el conocimiento histórico de un hombre acerca de Jesucristo —un evento ya sucedido— en una fe vital en Jesucristo: “¡Mi Señor y mi Dios!”
[2]

Además, y en estrecha relación con los postulados de la Reforma calvinista, señala:

Jesucristo es la tradición y el acto humano de vehicular en la tradición lo que Dios hizo "por nosotros los hombres, y por nuestra salvación" en Jesucristo, siempre está subordinado a él. Para los protestantes y para la comunidad reformada, esta subordinación ha sido expresada en la suprema autoridad que ha sido atribuida en la vida de la Iglesia al Espíritu Santo al hablar por medio de las Escrituras. Los primeros reformadores colocaron a la Biblia por encima de toda tradición humana. Su protesta contra las tradiciones humanas aberrantes de su época parecía sugerir que la tradición no poseía ningún valor. Al parecer, sólo la Biblia respaldaba a su religión. Pero la Biblia nunca estuvo completamente sola: Calvino mismo habló en gran manera sobre la autoridad de la Biblia, pero él siempre leyó y escuchó la Biblia en términos de las tradiciones. Revisó su liturgia con base en las prácticas litúrgicas de la iglesia antigua, y desarrolló su política con un gran aprecio por la política practicada en aquélla. Escribió la Institución con la estructura del Credo de los Apóstoles, estudió la Biblia y llevó a cabo su labor teológica con la ayuda de incontables intérpretes y teólogos de siglos anteriores. Calvino no rindió culto a la Biblia o a la Iglesia y sus tradiciones, sino al Dios que visitó a su pueblo en Jesucristo.[3]

De esta manera, los reclamos y aseveraciones sobre la tradición deben pasar también por los filtros del Nuevo Testamento, a fin de ubicarlos en su justa dimensión para que se comprenda bien el surgimiento de las diversas formas de comprensión del acontecimiento de Cristo (tradiciones) que conformaron al cristianismo desde sus inicios. Sólo así podrá aprenderse a dialogar con las diversas tradiciones cristianas y religiosas.

4. ¿Qué tradiciones nuestras enjuiciaría Jesús hoy?
Leonardo Boff ha enumerado una buena cantidad de patologías eclesiásticas y Rubérn Montelongo elaboró una tipología de rostros del presbiterianismo en el mismo sentido. Porque al criticar las tradiciones externas, como la católico-romana, somos muy estrictos, no así al interior. Como escribe, Gabriela Rodríguez, a propósito de la muerte de Marcial Maciel: “Para mí, que no soy una mujer de fe y poco me interesan los dogmas y liderazgos católicos, el escándalo del fundador de la Legión de Cristo contribuye de manera drástica al descrédito del Vaticano, de una institución eclesial cuya influencia en la cultura y en las políticas públicas de la región de América Latina ha sido un obstáculo para el ejercicio de los derechos humanos de mujeres, niñas, niños y adolescentes, que tiende a incrementarse en nuestro país, sobre todo por el arrebato gubernamental del PAN”.
[4]
¿Cuáles serían, en nuestro caso, las tradiciones que caracterizan nuestro paso o influencia en la vida social? O dicho en otras palabras, ¿qué tradiciones enjuiciaría Jesús hoy en nuestro caso y pondría en evidencia para proyectar lo que debe mantenerse y transmitirse a las nuevas generaciones? Enumeremos sólo algunas:

a) la tradición del divisionismo disfrazado de crecimiento eclesiástico
b) la tradición del moralismo hipócrita y vergonzante, sustituto de una ética veraz y consecuente que tolera el pecado para unos cuantos poderosos y exige vidas impolutas para quienes no les queda más remedio que la sumisión;
c) la tradición del dualismo enmascarado de exigencia espiritual e irrespetuosa de los valores corporales y la alegría de la vida;
d) la tradición de la esquizofrenia conventual que nos enseña a cerrar los ojos ante el mundo, siendo que es allí adonde se frota la fe, saca chispas, y se curte para probar su eficacia;
e) la tradición de la castración espiritual que no muestra la enorme diversidad de caminos para el desarrollo de un cristianismo real, no de manual;
f) la tradición de la enajenación religiosa, enemiga de la actitud liberadora genuinamente evangélica
g) la tradición del sectarismo trasvestido de pureza espiritual, que nos convierte en clubes selectos adonde hay que acreditarse socialmente para formar parte verdaderamente de la comunidad;
h) la tradición del miedo a insertar de verdad la fe transformadora en un mundo cuyas motivaciones profundas seguimos sin entender gracias a que subrayamos hasta la náusea la culpabilidad de las personas, sin mostrar la salida a ella, propia del Evangelio;
i) la tradición de la acepción de personas, herejía escondida detrás de un cuidadoso celo por la conformación uniforme de la iglesia como comunidad;
j) La tradición del proselitismo encubridor del verdadero interés por las vidas presentes de las personas, llenas de problemas y urgencias, no por el destino final de sus almas incorpóreas;
k) la tradición del biblicismo analfabeto y de la exaltación de la ignorancia, enemigo del despertar de conciencias a la luz del Evangelio y sus virtudes.

Ante un panorama como éste, es muy grande la responsabilidad en cuanto al legado cristiano que se enseña a las nuevas generaciones, pues de ello depende el rostro que tenga la fe de los creyentes en el presente y en el futuro inmediato.
Notas
[1] Fernando del Paso, "Religión y educación", en La Jornada, 5, 16 y 17 de marzo de 2002, www.jornada.unam.mx/2002/03/15/020a1pol.php?origen=opinion.html.
[2] A. Outler, Christian Tradition and The Unity we Seek. Nueva York: Oxford University Press, 1957, p. 111, cit. por J.H. Leith, Introduction to the Reformed Faith. Richmond, John Knox Press, 1985.
[3] J.H. Leith, op. cit.
[4] G. Rodríguez, “¿Lo encubrió Wojtyla o miente Ratzinger? “, en La Jornada, 15 de febrero de 2008.

Fe cristiana y tradición

17 de febrero, 2008

Un viejo conflicto
Si hay una palabra satanizada en el ambiente evangélico latinoamericano es tradición, porque se asocia, inevitablemente, a un práctica religiosa anquilosada y carente de frescura y autenticidad. Se asocia también a la presencia de cinco siglos de catolicismo hispanocatólico, el cual incluso no se ha visto como otra forma de cristianismo en el afán de subrayar la diferencia de la fe evangélica o protestante. Sin embargo, con esta manera de pensar se pasa por alto el hecho de que toda religión se articula y transmite mediante tradiciones que, con el paso del tiempo, expresan con mayor o menor intensidad creencias específicas que producen y norman las conductas y hábitos de las y los creyentes.
Los evangélicos hemos experimentado el añejo conflicto entre tradición y novedad a partir de la insistencia misionera en la realidad bíblica de la conversión, entendida como condición sine qua non para afirmar el compromiso con el Evangelio de Jesucristo y, sobre todo, las consecuencias existenciales del mismo. Así, la labor evangelizadora del protestantismo ha subrayado su rechazo frontal de las formas tradicionalistas de aceptar y vivir la fe, y a cuestionado permanentemente la transmisión automática de la fe a las nuevas generaciones. Sólo que eso mismo le ha sucedido a las iglesias evangélicas, que ahora, luego de casi 200 años de presencia en América Latina, enfrentan la necesidad de hacer inteligible la experiencia original de encuentro con Jesús a los nuevos contingentes que las conforman. En medio de todo ello, estos espacios litúrgicos, educativos y misioneros han sido el escenario de fuertes confrontaciones entre ambas tendencias: las tradicionales y las renovadoras, pues los viejos estilos eclesiásticos se resisten a transformarse, a contracorriente de la crítica, que interpretaba la actitud conservadora como cerrazón ante las intenciones divinas de cambio. En suma, que se incurrió en lo mismo que se criticaba, y la institucionalización de las nuevas iglesias poco a poco las dotó de un rostro tradicional, incluso en el sentido más positivo del término.

Jesús y la tradición
Como explica John H. Leith, la fe cristiana es inseparable de la tradición, puesto que ésta puede y debe ser vivida por su herederos de la manera más creativa posible, sin menoscabo de la fuerza y el impacto de sus contenidos. De este modo, el Evangelio de Jesucristo se hace presente en cada generación o etapa histórica, reclamando para sí lo mejor de la cultura para hacerse comprensible a las personas. El respeto de Jesús por algunos aspectos de la tradición judía no fue obstáculo para que, a partir de ella, sentara las bases de una nueva relación con Dios, marcada por el acceso a la libre gracia de Dios, y en conflicto con las autoridades religiosas de su tiempo.

Actualizar la tradición cristiana
Rechazar el tradicionalismo es una postura esencialmente correcta que debe medirse por aquello que se proponga para sustituirlo, pues de lo contrario sólo se tratará de intercambiar tradiciones y ponerse en riesgo de repetir experiencias o situaciones cuyas pretensiones de absoluto siempre deberán denunciarse con energía, máxime cuando quienes las promuevan sean determinados grupos de poder interesados en perpetuarse.
La fe cristiana siempre se transmite mediante tradiciones de mayor o menor valor, las cuales prueban su capacidad para vehicular el contenido del Evangelio de Jesucristo únicamente en los frutos que produce. Por ello es preciso revisarlas para reforzar los aspectos que presenten mejor los valores del Reino de Dios y, al mismo tiempo, cuestionar y abandonar los que pretendan sustituirlo. Esta es una tarea ineludible para cada generación de creyentes comprometidos con su fe. (LC-O)

jueves, 7 de febrero de 2008

Letra 62, 10 de febrero de 2008


ESCRITURA Y PALABRA Y EL PADRE NUESTRO, DE JEAN ZUMSTEIN
(Comunidad Teológica de México, 2008)

Los estudios bíblicos producidos en América Latina están marcados por una búsqueda permanente de contextualización social o política del mensaje de los textos sagrados ante situaciones urgentes que demandan respuestas inmediatas. Quizá por ello, el perfil teórico de las y los biblistas pareciera, visto desde otras latitudes, limitado por esta necesidad. Trabajos como En la dispersión, el texto es patria, de Hans de Wit, han demostrado la vigencia de este tipo de estudio en su ambiente, a pesar de su inevitable militancia eclesiástica y social. Por ello, como complemento de esta perspectiva, algunos eruditos europeos han escrito obras muy valiosas para reflexionar sobre el papel de la Biblia en el mundo actual. Es el caso del profesor suizo Jean Zumstein, quien con Escritura y Palabra, primero de sus dos trabajos incluidos en este volumen, lleva a cabo una serie de observaciones minuciosas que responden, inicialmente, a la problemática bíblica que su país comparte con el resto de Europa.
Zumstein observa, con mucha sensibilidad los enormes desafíos que la época actual plantea al lugar de la Biblia como texto sagrado del cristianismo y encuentra que la cultura contemporánea la ha hecho a un lado progresivamente, de manera paralela a la disminución de la presencia social de las iglesias. Aunque la inmigración latinoamericana hacia el Viejo Mundo está cambiando el rostro de algunas comunidades cristianas, la problemática que aborda Zumstein toca de lleno el abandono de la Biblia que se vive también en América Latina. Por razones diversas, muchas iglesias evangélicas han trasformado el eje de la liturgia, vida y misión, que anteriormente eran las Sagradas Escrituras y ahora esa función la cumplen prácticas mágicas e incluso chamánicas. Las iglesias históricas, a su vez, comparten algo de la experiencia de sus pares europeas y enfrentan, sobre todo en las nuevas generaciones de militantes, una enorme indiferencia hacia el estudio serio de la Biblia, aunado esto a la crónica falta de lectura en general que aqueja a nuestros países.
De los vicios de lectura e interpretación bíblicas que analiza Zumstein (el fundamentalismo, el psicologismo, el biblicismo de algunos documentos ecuménicos y la especialización excesiva), acaso los dos primeros sean los más visibles entre las comunidades latinoamericanas, y no porque el ecumenismo no esté presente o deje de crecer el número de instituciones dedicadas al estudio serio de la Biblia, sino porque en el nivel más popular están más de moda ideologías y modas como la llamada guerra espiritual, las teologías de la prosperidad y otras más que se sirven de un manejo excesivamente superficial del contenido de la Biblia. El fundamentalismo sigue muy vivo, sobre todo porque de ese campo religioso procede la bibliografía estadounidense más traducida al español. El psicologismo, a su vez, se aprovecha de las necesidades más urgentes de las personas para aplicar recetas bíblicas inmediatas que hacen a un lado, simultáneamente, la seriedad terapéutica especializada y una hermenéutica bíblica contextual y crítica.
La cuádruple propuesta de lectura renovada que propone Zumstein es aplicable en todo el espectro cristiano porque asume de frente las complicaciones culturales de la posmodernidad y el carácter poscristiano de la cultura occidental. Así, la valentía para afrontar las distancias espacio-temporales, la honestidad intelectual, la búsqueda de pertinencia y el respeto por la universalidad del lenguaje son herramientas indispensables para lograr que la Biblia siga vigente, sin colocarla en el altar de la idolatría (a espaldas de los avances científicos) ni tirarla en el desván de las cosas inútiles por anticuadas.
Como una muestra de la lectura renovada que practica Zumstein, el segundo libro es un estudio breve, pero profundo del Padre Nuestro, la Oración del Señor. Sabedor de su peso específico en la teología y la tradición espiritual de la Iglesia de todos los tiempos, comienza su estudio subrayando algunos aspectos lingüísticos básicos (especialmente las diferencias entre Mateo y Lucas), la manera en que se relaciona con otras plegarias judías, para que, poco a poco, encuentre aplicaciones sumamente pertinentes en cada análisis de las peticiones específicas. Particular profundidad logra Zumstein cuando relaciona cada una de ellas con el horizonte propio de Jesús y su mensaje global y, sobre todo, cuando insiste en superar la recitación convencional para alcanzar nuevamente la frescura y el impacto transformador de esta oración sin par, origen y raíz de la espiritualidad de los Evangelios. En ese sentido, el análisis proyecta una aplicación espiritual muy notable cuando se refiere a la forma en que la Iglesia antigua optaba por concluir la oración, dado su carácter de oración abierta, esto es, como propuesta de acercamiento a Dios para expresar las necesidades humanas coyunturales.
La sección sobre el pan cotidiano tiene un tono muy especial, a la luz de las condiciones paupérrimas de muchas comunidades que rezan el Padre Nuestro mecánicamente sin percibir suficientemente el potencial liberador y revolucionario de las palabras con que Jesús enseñó a orar a sus seguidores. Lo mismo se puede decir del concepto de tentación que maneja Zumstein, tan lejano de la espiritualidad epidérmica y anecdótica de tantos predicadores populares. Su visión global es impecable, pues como señala el subtítulo, está oración está en el corazón de nuestra vida, por lo que pronunciarla resulta todo un evento de evocación y conexión con Jesús, el Salvador.
En nuestro continente, han sido algunos poetas quienes mejor han sintonizado y tratado de actualizar las dimensiones de esta plegaria. Entre los más valiosos está el Padrenuestro desde Guatemala, de la teóloga guatemalteca Julia Esquivel, todo un clásico en el ambiente ecuménico. También puede citarse el poema de Juan Gelman (“Oración de un desocupado”) que Leonardo Boff colocó como epígrafe de su libro sobre este tema. Los Padres Nuestros latinoamericanos, toda una tradición popular, reflejan el apego a las palabras de Jesús que la gente siente como más suyas, en medio de tantas ofertas religiosas alienantes.
Por todo lo expuesto, saludamos este volumen doble de Zumstein con gratitud y expectación.

(LC-O)
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (II)
Guillermo Sánchez Vicente


http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

En lo relativo a la ciencia, y sobre todo tras Kuhn y Feyerabend, ya no resulta tan plausible hablar de “la verdad científica”, al menos dotándola de superioridad epistemológica sobre cualquier otra clase de “verdad”; hay axiomas e incluso paradigmas que se aceptan por fe.
En cuanto a la ética, hablar de “doble verdad” (tanto en el sentido epistemológico como en el moral) parece peligroso: es un planteamiento que suele conducir al desprecio de una de las dos “verdades” (en el enfoque de JAM, la religiosa, claro) y/o a la hipocresía. Si la “verdad religiosa” no tiene el mismo rango que la otra, entonces es fácil caer en la tentación de pensar que no es aplicable en todos los casos (pero el que sea una “verdad privada”, en tanto que es personal, no implica que su aplicación haya de restringirse a ámbitos privados; lo que implica es que no puede imponerse al resto de las personas).
Desde una perspectiva bíblica no se puede hablar de una doble verdad, sino de una única verdad manifestada en planos distintos, pero no necesariamente siempre separados en la vivencia cristiana. Lo relevante es comprender que en ambos planos el cristiano genuino funciona con los mismos valores: los del Reino, por supuesto. Estos valores incluyen el respeto radical hacia aquél que no los comparte, es decir, quien sólo vive en el mundo y con los valores del mundo.
Aborda Marina el problema de la resurrección de Jesús. Sin pronunciarse al respecto, esboza los enfoques teológicos propuestos en la teología a partir de Bultmann, reconociendo que el estado actual de la cuestión, desde el punto de vista académico, es «muy confuso» (p. 99). Concluye que «la inevitable tensión entre experiencia personal y canon acaba resolviéndose siempre en una apelación a la experiencia» (p. 100), experiencia que Marina confía en que venza finalmente entre tanto lío teológico. Se deduce así que el autor se alinea en las corrientes que espiritualizan todo lo sobrenatural en el Jesús de los evangelios, a pesar de que él mismo recuerda la rotunda afirmación de Pablo: «Si Cristo no está resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe» (1 Corintios 15: 14). Una afirmación categórica tristemente olvidada (junto con la profunda argumentación que la acompaña) o, peor aún, manipulada por no pocos teólogos modernos, y que merecería más atención al abordarse el tema, ya que en ella reside la impresionante síntesis entre sana teología e imparable impulso ético de la fe cristiana.
El ensayo aclara con sabiduría algunos conceptos religiosos, tradicionalmente pervertidos. La fe, en la Biblia, es básicamente confianza: «El fiel tiene que ser Jesús, o Dios, es decir, quien hace la promesa. Así pues, el cristiano lo que tiene que ser es confiado» (p. 112). En realidad, «el “acto de fe” que estudia la teología no es un fenómeno real, sino un constructo teológico» (p. 113). Y su explicación sobre el concepto bíblico de amor es de lo más acertada: «Cuando los cristianos primitivos repiten insistentemente “Dios es amor”, tendemos a interpretar esta frase en clave sentimental. Nos equivocamos porque el cristianismo es muy poco patético. Amar no es un sentimiento, sino una acción. Una acción creadora de lo bueno» (pp. 121, 122).

Dos cristianismos
El capítulo IV, “Pretensiones de verdad de las religiones”, es especialmente interesante. Marina analiza la tensión provocada por los dos grandes modelos de interpretación de la experiencia cristiana: la que él denomina “gnóstica” (vinculada a la especulación teológica, a la ortodoxia, a lo eclesiástico, y no necesariamente a la corriente religiosa conocida como gnosis) y la moral (asociada a la ortopraxia y la acción). En un sintético repaso a la historia del cristianismo, concluye que es la primera corriente la que se ha impuesto a lo largo de la historia. La exposición de JAM, tan atractiva por otro lado, no deja de resultar confusa, pues no vislumbra con nitidez el indisociable vínculo que en el pensamiento bíblico une el pensamiento y la acción, si bien él mismo reconoce la permanente interpenetración de ambos modelos, la relación dialéctica e interdependiente de Verdad y Bien.

Asumir la fe ante nuevos desafíos (Josué 24), L. Iván Jiménez J.

Los nuevos retos para la fe

10 de febrero de 2008

Los retos permanentes
La fe en Cristo enfrenta retos de manera permanente, pues cada situación, coyuntura o circunstancia, eventualmente demanda una respuesta clara y pertinente capaz de demostrar que se está consciente de la importancia real del Evangelio para la vida personal y colectiva. Porque sin este crisol continuo, se corre el riesgo de la monotonía y la rutina, y como creer o vivir mediante la fe es una apuesta vital, no podría ser de otra manera. De ahí que cada creyente deba tomarse el “pulso espiritual” todo el tiempo y, a la vez, advertir cuál es la situación que prevalece a su alrededor para darse cabalmente cuenta de qué aspectos de su espiritualidad deben transformarse y adaptarse para cumplir con el seguimiento de Cristo.
En ese sentido, confesar la fe es dar testimonio de la manera en que se entiende la acción dinámica de Dios en las vidas humanas y en la historia. Acaso la comprensión mecánica de esto sea la causa de que mucha gente se queje de que “su religión” no responde a las circunstancias que vive y de que se asuma la importancia de las creencias sólo en términos de prohibiciones o de definiciones de lo que es bueno y de lo que es malo. Por ello, los autores del Nuevo Testamento se preocuparon tanto por el tránsito de una generación a otra para que la memoria de la acción de Jesús de Nazaret encontrara nuevos cauces de aplicación a las urgencias humanas. Los apóstoles insistieron no solamente en organizar nuevas comunidades cristianas, sino en que éstas tuvieran la capacidad y el aplomo para enfrentar los aspectos cambiantes del mundo en que vivían. Algunos creyentes soñaban, por ejemplo, con que el Imperio Romano cediera su lugar histórico a un nuevo régimen en el que se superasen las injusticias y desigualdades. Cuando llegó el momento, teólogos como San Agustín salieron al paso para interpretar la nueva situación que estaba por vivirse: él, en particular, encontró que lo único eterno sería la ciudad de Dios, un espacio adonde la voluntad de Dios se cumpliese plenamente.

Capacidad de respuesta de la fe
De manera similar, cada generación de creyentes vive el enorme reto de no perder de vista la capacidad transformadora y de renovación de la fe misma. Porque cuando se supone que ésta no hace más que mantener el estado de cosas de una manera conservadora, las nuevas generaciones caen en la tentación de ver su legado de fe como una herencia inservible o pasada de moda. Lamentablemente, en muchos círculos decir la palabra cristianismo evoca sólo una serie de ritos y prácticas ajenas al ritmo de la vida en su constante evolución. Las nuevas mentalidades tienden a desembarazarse de aquello que no les resulte funcional. Y por ello la fe cristiana vive hoy una de sus crisis más severas.

Atender el pasado para hoy y mañana
Los 2 mil años de cristianismo deberían cumplir una función educativa para quienes dicen ser portadores de la fe. Es preciso adaptar el coraje con que los personajes bíblicos se pusieron en marcha para responder a las exigencias de Dios. El mundo sigue ahí, generando problemáticas en las que las recetas del pasado ya no pueden aplicarse sin más.
Como parte de esta generación, ya no es posible únicamente condenar los usos y hábitos actuales como alejados de la voluntad divina. Hay que desarrollar una espiritualidad acorde con los tiempos, consecuente y crítica a la vez, que subraye los valores del Reino de Dios con energía, pero dispuesta a entender que lo sagrado en el mundo tiene otro rostro y que la humanidad se encuentra en otra etapa de su libertad y creatividad, sin acudir a juicios ligeros ni a falsos aires o actitudes de superioridad espiritual.

Letra 61, 3 de febrero de 2008

POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA (I) Guillermo Sánchez Vicente http://javzan.freehostia.com/resennas/rl_porquesoycristiano.htm

En el panorama intelectual español el conocimiento del hecho religioso está tradicionalmente reservado a autores cercanos a los ámbitos eclesiásticos, y los pensadores “laicos” manifiestan por lo general una ignorancia pasmosa sobre estos asuntos; en el mejor de los casos, exhiben conocimientos secundarios que, a modo de tópicos o eslóganes, toman prestados de otros autores. Reconforta por tanto encontrar que un ensayista tan solvente como José Antonio Marina (“JAM”, según se identifica en su libro) se haya documentado prolijamente, estudiando de primera mano a los principales teólogos de la historia del cristianismo y buceando en los textos bíblicos.
A fin de aligerar la lectura del ensayo, ha decidido prescindir de notas en la edición impresa, pero se pueden leer, a modo de bibliografía comentada por apartados, en su página web, donde también encontraremos un resumen del libro:
www.joseantoniomarina.net. Marina considera imprescindible abordar la cuestión del cristianismo: «Mi idea de la filosofía como servicio público me impide elegir los temas», afirma (p. 13); de modo que ante el “problema” que constituye la religión en el mundo actual, se propone tratarlo con su habitual rigor analítico, claridad divulgativa y honestidad intelectual. Porque Marina “se moja” y responde abiertamente a la pregunta que formula en el título de su obra (a diferencia de lo que hiciera en Dictamen sobre Dios, que ya reseñamos en su día).

Jesús y la verdad
Comienza su ensayo ofreciendo una breve pero jugosa vislumbre del Jesús de los evangelios, tanto a la luz de lo que éstos nos ofrecen, como a partir de las principales interpretaciones teológicas. No oculta los problemas epistemológicos que plantea Jesús como personaje histórico, pero tampoco algunos de los excesos de la crítica autoerigida en oráculo de la verdad histórica, esa crítica que de forma prepotente (y sin consenso entre los autores, por supuesto), decide qué ha de creerse y qué no en el texto bíblico. Señala, por ejemplo, cómo las dataciones que tan categóricamente atribuyen algunos autores a los evangelios «representan más una hipótesis erudita que una constatación documental» (p. 25), o lo ridículo de ciertas teorías sobre los supuestos orígenes legendarios de Jesús.
En el inicio del cristianismo hay una experiencia: «La fe en Jesús es –desde el punto de vista psicológico– fe en la experiencia contada por sus discípulos» (p. 40). De ahí que resulte imprescindible explorar el concepto de experiencia. Según JAM, «la inteligencia humana es un dinamismo imparable y expansivo» (p. 46). «No sé de dónde proceden esos grandes designios, diseños o proyectos» (p. 47), dice. Entre ellos incluye la religión, en una curiosa versión de la teoría de la proyección de Feuerbach: «Al hombre se le ocurrió la posibilidad de que hubiera Dios o dioses, lo mismo que se le ocurrió el triángulo isósceles y la teoría de la relatividad» (p. 48). Parece negar así cualquier revelación, pero acepta la religión en la medida en que la función moralizadora de las religiones «ha supuesto una benéfica limitación de la arbitraria acción del poderoso… hasta que ellas se convirtieron en poderosas» (pp. 50, 51). Marina las contempla en su dimensión histórica y evolutiva, de ahí que las considere «una creación compartida y coral» (p. 51).
De la relatividad de la experiencia surge el problema de la verdad, que analiza en su teoría de la doble verdad (subtítulo del libro). Marina diferencia verdades universales y verdades privadas. Al primer campo pertenecerían la ciencia y la ética, y al segundo la estética y la religión. A la adecuación entre el contenido de una afirmación y la realidad la denomina “verdad material”; ésta sólo se convertirá en “verdad formal” cuando se haya demostrado experimentalmente, alcanzando un «estado suficiente de verificación» (p. 55). Sin caer en el relativismo subjetivista, Marina acepta, siguiendo a Popper, que toda afirmación científica puede y debe ser susceptible de una refutación. Pero su excesiva confianza en la ciencia y en la autofundamentación de la ética le conduce a otorgar a éstas un estatus de cierta infalibilidad que parece contradecir su propia teoría: «El campo de la aplicación de una verdad privada es estrictamente privado. Una persona religiosa puede acomodar su vida a sus creencias, puede explicarlas, pero en lo que afecta a los demás tiene que someterse a los dos grandes niveles de verdades universales: La verdad científica, La verdad ética» (p. 62; cursiva añadida).
Marina ha dedicado gran parte de su producción intelectual a justificar la universalidad de estos ámbitos del saber humano. Hay que valorar positivamente su defensa de unos valores absolutos, sobre todo en el plano ético, pues de lo contrario se incurre en un paradójico absolutismo del relativismo. Aun así, hablar de someterse a verdades científicas y éticas podría resultar peligroso, como trataremos de mostrar.
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MARCIAL MACIEL (1920-2008): “UN HOMENAJE A LA ESQUIZOFRENIA”

Ha corrido ampliamente la noticia, dentro y fuera de los círculos religiosos: en la ciudad de Houston, a los 87 años, falleció Marciel Maciel, fundador de la orden de los Legionarios de Cristo. Ante esta muerte, una sensación de enorme ambigüedad (en el mejor de los casos), está queriendo ser acallada desde los ambientes afines a su causa, con la amenaza de que en un tiempo perentorio alcanzará los altares debido a que, como Jesús de Nazaret, ¡fue objeto de incomprensión, calumnias y persecución! De suceder esto, se consumaría uno de los mayores fraudes de la historia reciente del catolicismo, pues no suena justo, ni mucho menos razonable, que alguien relacionado, de manera documentada y fehaciente, con la pederastia infantil y el abuso psicológico, además del autoritarismo y el consumo de drogas, se incorpore al santoral católico.
Y es que, más allá de cualquier simpatía o rechazo del significado de la orden religiosa en cuestión, identificada con el legado cristero que representó Maciel (dada su relación familiar con algunos jerarcas que protagonizaron la guerra que azotó a México en los años 20 del siglo pasado), y que siempre se relacionó con las altas esferas del poder político y económico, queda una sensación de profunda indignación, sobre todo a partir de la forma en que empresarios católicos como Lorenzo Servitje (propietario de la fábrica de pan Bimbo) presionaron al Canal 40 de televisión para impedir que algunas víctimas de pederastia dieran su testimonio sobre lo que habían padecido en las escuelas de la orden religiosa (Véase: Jaime Avilés, “Bimbo en el Vaticano y otras minucias”, en La Jornada, 10 de mayo de 1997, www.jornada.unam.mx/1997/05/10/tonto.html).
Su estrecho contacto con la familia del ex presidente Ernesto Zedillo se evidenció cuando de oficinas gubernamentales salieron llamadas para impedir también dichas emisiones. En cuanto a Vicente Fox, se sabe también la manera oportunista en que Maciel se relacionó con la primera y la segunda esposas del ex presidente, según conviniera a sus intereses. En alguna ocasión la señora Martha Sahagún abiertamente salió en defensa de Maciel y su labor religiosa y educativa, dedicada, como tantas otras, a servir a las elites económicas del país, aunque claro, con una actitud abiertamente permisiva, como explica Bernardo Barranco: “Mientras que por un lado se enarbolan los valores de la familia como ‘iglesia doméstica’, se oponen al divorcio, la eutanasia, el aborto, a la ordenación de mujeres sacerdotes, al fin del celibato, etcétera, utilizando paradójicamente todos los medios tecnológicos y publicitarios modernos como la televisión; por otro, son laxos con otro tipo de conductas, como la conducción de las empresas, explotación e impactos ambientales. Se acude a la tradición como fuente de legitimación de los valores pero se aceptan fatalmente comportamientos tácitos a los mismos” (La Jornada, 1 de febrero).
El doctor Fernando M. González, investigador de la UNAM y autor del libro quizá más documentado y crítico sobre Maciel y los Legionarios (Marcial Maciel. Los Legionarios de Cristo: Testimonios y documentos inéditos; un fragmento puede leerse en:
www.nexos.com.mx/articulos.php?id_article=1027 &id_rubrique=364; reseña de Alberto Athié en: www.hojaporhoja.com.mx/ notadeapoyo.php?Identificador=6134&numero=), dijo en una entrevista radiofónica que si dicho personaje, a más de no ser otra cosa que un brillante empresario educativo (que fundó el Instituto Cumbres y la Universidad Anáhuac (1964), así como la Universidad Francisco de Vitoria en España y otros colegios en zonas subdesarrolladas de Bosnia, Chile, Colombia, España, Estados Unidos y Venezuela), es beatificado, se trataría de un auténtico “homenaje a la esquizofrenia”, pues la doble vida que vivió: por un lado, como iniciador, a muy temprana edad (1941), de la orden que lleva el nombre de Cristo, y por el otro, como pederasta y adicto a las drogas, representa uno de los casos conocidos más patológicos al interior del catolicismo.
Además, subrayó González, independientemente de la fe de cada quien, resulta insoportable el hecho de que los delitos cometidos por Maciel y su gente permanezcan impunes. Mencionó también que la complicidad de la curia vaticana se comprueba porque desde fechas tan lejanas como 1948, 1954 y 1956, Maciel fue acusado de robo de documentos, consumo de drogas y pederastia, respectivamente, y nunca se hizo nada al respecto, únicamente para no dañar la imagen de la Iglesia. Sale así a la luz una realidad tristemente negada: la Iglesia Católica toleró los excesos de Maciel por más de medio siglo.
Todo ello es puesto en entredicho por el escritor católico Francisco Prieto, quien en Felonía, una obra de teatro publicada recientemente (México, Jus, 2007), expone literariamente las dimensiones religiosas y espirituales del caso. Él mismo explica que Felonía, obra en dos actos, parte de una molestia profunda de la conciencia de un católico como el autor mismo se asume, “y cuando uno decide escribir el hecho se empieza a imaginar cómo es posible que alguien sea así. Es decir, ¿cómo se puede vivir en esas flagrantes contradicciones. Al menos el tipo de literatura que hago es una literatura que pretende desvelar las luchas en el interior de la persona, todas mis novelas y obras de teatro tiene ese aspecto en común, porque hago una literatura de personajes” (http://www.milenio.com/index.php/2007/06/13/80253/; véase también: www.proceso.com.mx/getfileex.php?nta=53335).
El apoyo que recibió Maciel durante el pontificado de Karol Wojtyla, en nombre de la evangelización, contrasta con la sanción, mínima en opinión de muchos (“sanción eufemizada”, según González), que recibió por parte del Vaticano en mayo de 2006, en el sentido de que no podría oficiar misas y debía dedicarse a la oración (cf. B. Barranco, “La debacle de Marcial Maciel”, www.jornada.unam.mx/2006/05/21/index.php?section=opinion&article=018a1pol), y en 2007, cuando se suprimió el voto de silencio sobre la crítica al funcionamiento interno de la orden, algo que atenta contra el Derecho Canónico católico, según explicó González. La Jornada publicó, en abril de 1997, un reportaje amplio sobre el tema.
Los testimonios de antiguos miembros de la orden, como el de José Barba, profesor del Instituto Tecnológico Autónomo de México, acerca de que enfrentan demandas millonarias en España y Estados Unidos, muestran la forma en que se sigue victimizando a quienes en su adolescencia fueron las víctimas del abuso psicológico y sexual, pues fueron obligadas no sólo a no ventilar lo sucedido, sino también a mentir sobre las virtudes y valores promovidos por la Orden religiosa. Un sitio web (http://www.regainnetwork.org/) está dedicado a la búsqueda de recuperación de quienes sufrieron abusos dentro de los Legionarios de Cristo.
Como se ve, el juicio público al que ha sido y será sometida la figura de Maciel todavía tiene un largo trecho por recorrer. (LC-O)

Creer como parte de una nueva generación, L. Cervantes-Ortiz

3 de febrero, 2008

Deuteronomio 6.4-25; II Timoteo 2.1-13
1. Las nuevas generaciones del pueblo de Dios en la Biblia
Tal como dan testimonio los textos bíblicos, las nuevas generaciones de integrantes del pueblo de Dios reciben un llamado específico de Dios para ubicarse en el marco de la historia de la salvación. El Deuteronomio ofrece un panorama triple de la situación de Israel ante su Dios libertador. En primer lugar, el libro remite a los acontecimientos iniciales, fundadores, cuando Moisés, el gran líder religioso y político, dirige los destinos de la comunidad. En segundo término, Dt 6 se anticipa a la siguiente generación que vendría después y preguntaría por los actos liberadores de Dios. En tercer lugar, la época del rey Josías es la etapa histórica en que se redescubre la Ley de Dios y que demanda también una liga con los acontecimientos previos.
Moisés y sus contemporáneos vieron con sus ojos la salvación de Dios: fueron protagonistas y testigos de una acción extraordinaria de Dios, acaso la más notable del Antiguo Testamento. Ante sucesos así, la fe no tiene argumentos para declinar su observancia y, por el contrario, funda una auténtica tradición de cambio. Con todo, la consolidación de dicha experiencia debía contemplar la capacitación psicológica, espiritual y cultural para poder entrar a la tierra prometida por Dios. La gran tragedia es que ni siquiera Moisés lo logró porque ella representaba nuevas condiciones para las cuales la nueva generación dirigida por Josué estaba más capacitada. Pero éste debía también estar a la altura de las circunstancias, pues luego de la liberación vendría la construcción de una nueva sociedad.
Pero la tercera lectura de los hechos es la que quizá expone un mayor conflicto, pues las condiciones del pueblo luego de la monarquía hicieron que la ley divina pasara a un plano diferente. Josías intentó recuperar no sólo la estabilidad política de su nación, sino también confrontar a las nuevas generaciones con el pasado glorioso de las acciones de Dios en la historia. Algo nada fácil, pues los sedimentos de vida del pueblo y, sobre todo, el surgimiento de clases dominantes que prácticamente habían apostatado de la fe, habían puesto en entredicho la fe originaria que ahora los profetas se encargaban de desempolvar, sin mucho éxito en ocasiones. Josías fracasó, la monarquía ligada a David desapareció y el pueblo marchó al exilio para comenzar a reconstruirse de otra manera. El maridaje ideológico de esa generación con los impulsos autoritarios de la monarquía hizo que Dios los desarraigara por completo.

2. Timoteo y la segunda o tercera generación de cristianos
Pueden rastrearse varias generaciones de cristianos en el Nuevo Testamento. El primer estrato, relacionado con el ímpetu inicial de la vida y obra de Jesús de Nazaret, es difícil de reconstruirse y entenderse, si no es a la luz de las mentalidades azotadas, por un lado, por el espíritu apocalíptico, es decir, de cansancio y desencanto espiritual ante la supuesta falta de intervenciones divinas en la historia del pueblo. Los apocalípticos no creían ya en el advenimiento de políticos mesiánicos en la estela del mito de David y su linaje. Hasta que se escriben los textos (en una segunda generación) se recupera el lenguaje y la imaginería davídica, pero para aplicarla a la figura de Jesús: su mensaje es leído en la clave de la introducción de un Reino calcado de las esperanzas mesiánicas de una parte importante del Antiguo Testamento.
Por ello, el advenimiento de nuevos grupos de creyentes, nuevos en muchos sentidos, porque a la segunda generación de seguidores de Jesús les correspondió, por ejemplo, ser testigos de la destrucción de Jerusalén en el año 70, suceso que marcó para siempre su conciencia. Con todo, esos mismos desafíos hicieron que la generación de escritores de los primeros textos, comenzando con Pablo, interpretaran el compromiso cristiano de manera que pudieron dar un paso adelante en la respuesta de la fe en medio del Imperio Romano, condenado también a caer, según se lee en Apocalipsis 18. Pero la vida cotidiana de los nuevos/as creyentes era un asunto fundamental para los apóstoles y pastores. De ahí que hay que ver la forma en que los discípulos de los apóstoles (primero, los Padres Apostólicos y luego los Padres de la Iglesia) se propusieron fortalecer los contenidos éticos de la fe para no dar la razón a los perseguidores acerca de los excesos de las comunidades.
Las dos cartas a Timoteo, ubicadas en el espectro del legado paulino, manifiestan la profunda preocupación de aquella generación por que no queden desprotegidos de una estructura teológica, espiritual y moral sólida que responda a las demandas del régimen de vida de ese momento. Por eso, el lenguaje de Pablo a Timoteo es específico, diáfano y directo para hacerle saber el grado de responsabilidad que tendría como parte de una nueva generación de creyentes. Tomar la estafeta de líderes como Pablo no debió ser muy sencillo, especialmente ante los conflictos que se vivían en el interior de las comunidades que luchaban por darle lugar a todos los miembros, incluyendo a las mujeres. Sólo que la propia descendencia espiritual de Pablo radicalizó algunos postulados de tendencia autoritaria y centralizadora. Pero, en medio de todo, la continuidad se dio para actualizar la fe en nuevos tiempos.

3. Cristianos evangélicos de tercera o cuarta generación: ¿qué hacer?
Porque esa es la disyuntiva para nosotros hoy también: continuidad o discontinuidad, en varios sentidos. Si la experiencia de fe que vivieron los primeros evangélicos en este país les hizo consolidar una perspectiva sólida ante el ambiente, resultaba casi inevitable que los sucesores, al no ser exigidos por la fuerte oposición, moderaran la intensidad del fervor, al grado de que el contacto con la religión mayoritaria resulta hoy más tolerable. De ahí que los desafíos deberían ubicarse en otros terrenos, pues el acomodo cultural de la fe cristiana heterodoxa no es tan sencillo para los grupos más jóvenes. Porque el otro aspecto es la actitud sectaria o de diferenciación, que en una época se concentró en el moralismo y en las prohibiciones, que hoy no resultan más que un estereotipo. Estos dos aspectos negativos, precisamente por eso, tendieron a agotarse con el paso del tiempo, y ahora la exigencia es hacia la positividad de la presencia evangélica, es decir, sus aportaciones reales a la vida social.
El cristianismo, como religión histórica, enfrenta el dilema de que al brotar de un encuentro transformador, el impacto de éste en las vidas de los sujetos no puede reproducirse automáticamente en los hijos o nietos, pues la experiencia es insustituible, de ahí la importancia de la educación para desarrollar una genuina cultura bíblica que permee el ambiente evangélico, pues ya es tiempo de subrayar los aspectos éticos de la fe evangélica o protestante. Por ello, los y las jóvenes evangélicos requieren reubicar su identidad para salir de los estereotipos que se esperan de ellos y están en posibilidades de sorprender con un horizonte ético más fresco y auténtico. Porque, al compartir las características y expectativas propias del momento, o sea, la carencia de ilusiones en general, el refugio más sencillo es someterse a los dictados de las modas y la ideología predominante, como siempre, pero con el agravante de que puedan ser desmovilizados precozmente. La tercera o cuarta generaciones de evangélicos latinoamericanos tenemos la responsabilidad de hacer visible el Evangelio de Jesucristo, pero sólo a partir de un auténtico encuentro con él mediante la Palabra y el testimonio.
Pero el reto sigue ahí: conseguir que la eficacia del Evangelio se manifieste en su capacidad de traspasar el tiempo y que nosotros seamos el filtro vital por medio del cual se traslade a las vidas de las nuevas generaciones de creyentes para que asuman el lugar que Dios espera de cada uno.

Una nueva generación de creyentes

3 de febrero de 2008

Cada nueva generación de creyentes enfrenta nuevas pruebas y desafíos ante los que debe, como dice el apóstol Pedro, “dar razón de su esperanza”. Y es que parecería que con la mera repetición de argumentos, ideas o creencias basta para demostrar que se está a la altura de los tiempos, pero lamentablemente no es así. En el antiguo Israel, cada nueva generación debía confrontarse, primero, con la voluntad de Dios, y, después, con las exigencias del momento. Así, el libro de Deuteronomio, escrito muchos siglos después de los sucesos que narra, intenta que el pueblo reoriente su experiencia y afine las perspectivas de su fe. Por ello, reaparece el relato de la entrega de la Ley de Dios, pero ahora a una generación de creyentes que ha pasado la prueba de un régimen monárquico que se ha dividido por su incapacidad para gobernar de acuerdo con los designios divinos, es decir, con justicia y pleno derecho para todos los miembros de la comunidad. El rey Josías trató de conducir al pueblo por las sendas que indicaba la antigua palabra de Dios, pero enfrentó, como siempre, la oposición de las clases dominantes y de un sacerdocio acostumbrado a los privilegios y comodidades de la repetición monótona y poco actualizada de la tradición religiosa
Semejante situación puso al pueblo de Dios al borde del colapso, pues a la situación interna, plagada de corrupción e indiferencia por la voluntad de Dios transmitida por los profetas, se le agregaba el peligro externo, la inminente ocupación por parte de las hegemonías políticas y militares del momento: Asiria y Babilonia. De manera similar, la Iglesia de hoy enfrenta problemas internos y externos. En particular, hacia dentro, la necesidad de fortalecer la fe de sus nuevas generaciones, porque a veces se pretende culpar al “mundo” de los problemas que la propia Iglesia se crea cuando no sabe cómo y por dónde conducir la fe de sus nuevos o mas jóvenes miembros. La reiteración de fórmulas que tal vez funcionaron en el pasado no necesariamente responde a la manera en que hoy las juventudes cristianas se sitúan en la sociedad para afirmar su fe en el Evangelio de Jesucristo.


La situación actual
Las nuevas generaciones de creyentes reciben de las generaciones anteriores un legado que prueba su eficacia ante otras circunstancias, y aun cuando el contenido de la fe sigue siendo el mismo, lo que se ha transformado es el sentido y la orientación que debe tener la fe, pues, por ejemplo, el ambiente de mayor libertad y tolerancia que se vive hoy, contrasta bastante con la época de represión y autoritarismo con que se vivía al interior de la Iglesia. Además, el mayor nivel educativo de la actualidad obliga a expresar las creencias mediante recursos que consideren seriamente los nuevos paradigmas de pensamiento y acción.
Las sociedades juveniles, que en otro tiempo aglutinaron a los contingentes de renovación eclesiástica, afrontan hoy enromes problemas de identidad, misión y ubicación en las filas de la Iglesia. Concebidas, en parte, como mecanismos de control de la energía juvenil en el ambiente eclesiástico de antaño, ahora se encuentran agobiadas por la necesidad de redefinir su función eclesiástica para que, efectivamente, canalicen el ímpetu característico de la juventud y lograr superar el esquema que las hace ser, en ocasiones, meros clubes o espacios de esparcimiento y recreación.Una gran exigencia en este terreno es la fuerte lucha que la Iglesia debe librar para que sus nuevos miembros, por un lado, asuman de la mejor manera la lid espiritual de quienes les han precedido y, por el otro, vayan más allá de la banalidad propia de la juventud actual, sometida como está al bombardeo de las modas tecnológicas y de pensamiento que han sustituido las ilusiones de cambio de otras épocas. (LC-O)

Letra 60, 27 de enero de 2007

INTRODUCCIÓN A LA VIDA Y TEOLOGÍA DE JUAN CALVINO, DE SALATIEL PALOMINO L.
Boletín Informativo del Centro Basilea de Investigación
y Apoyo,
octubre-diciembre de 2007

Como parte de una colección de libros dirigidos al pueblo evangélico hispano en Estados Unidos, coordinada por el doctor Justo L. González, la editorial Abingdon ha anunciado la aparición de este importante libro, lo cual constituye todo un acontecimiento pues es el primer trabajo sobre el reformador francés publicado por un autor mexicano. El doctor Palomino López ha hecho una gran contribución a los estudios calvinistas en general, pues esta obra resume la investigación de varias décadas de docencia, reflexión y trabajo eclesiástico, y viene a llenar un gran hueco debido a la ausencia crónica de estudios originales sobre teología reformada en español, especialmente ante la cercanía del jubileo del reformador en 2009.
Luego de más de 20 años de la publicación de Calvino vivo, en el cual apareció “Herencia reformada y búsqueda de raíces”, ensayo que podría reconocerse como el origen remoto de este nuevo libro, la sequía en este campo teológico es inmensa, pues ni siquiera se ha reeditado la antigua antología de Calvino compilada por el doctor español Claudio Gutiérrez Marín. La carencia de textos introductorios a la teología reformada apenas se ha visto compensada con la traducción al portugués de Introducción a la tradición reformada, de John H. Leith, traducido también al español en Colombia, pero con una circulación muy restringida. Resulta obvio señalar que el número tan limitado de obras no basta para cubrir el amplio espectro reformado (o presbiteriano) en América Latina, pues incluso fuera de este campo confesional se requiere una mejor comprensión del papel que cumplieron Calvino y sus seguidores en la conformación y consolidación de la Reforma, dentro y fuera de Europa.
De ahí que un libro tan equilibrado como el de Palomino merezca una mayor difusión, particularmente en las iglesias latinoamericanas, sobre todo por la enorme necesidad de una panorámica que vaya más allá del esquema conservador a que a sido sometida la comprensión de la vida y obra de Calvino. Es por ello que, aun cuando el libro fue pensado para su difusión en Estados Unidos, seguramente circulará ampliamente por todo el continente. La estructura del volumen es como sigue:

Introducción
Primera parte: Instrumento escogido por Dios. Vida y obra de Juan Calvino
Cap. 1: Hombre del Renacimiento: los años formativos
Cap. 2: Hombre de letras: la influencia del humanismo
Cap. 3: Hombre de fe: su encuentro con la Reforma
Cap. 4: Hombre de Dios: el ministerio pastoral y teológico
Segunda parte: Un hombre con mentalidad teológica. El pensamiento de Juan Calvino
Cap. 5: La centralidad de la Escritura: Calcino como expositor
Cap. 6: En las trincheras: Calvino como pensador teológico contextual
Cap. 7: La Institución de la religión cristiana: Calvino como teólogo sistemático (I)
Cap. 8: La Institución de la religión cristiana: Calvino como teólogo sistemático (II)

Tercera parte: Un latino de corte universal. Pertinencia de la teología de Calvino para la iglesia hispana/latina de hoy
Cap. 9: La influencia de Calvino
Cap. 10: La reapropiación del pensamiento de Calvino en perspectiva latina

Como se puede apreciar desde el índice, el libro explora los aspectos esenciales de la vida y obra de Calvino y permite que cualquier lector(a), primerizo o avanzado, obtenga una visión amplia y consistente de la importancia del reformador en la historia de la Iglesia. Palomino cumple ampliamente su propósito, el cual esboza con modestia en la introducción: “Apuntar de manera sencilla y breve los rasgos más sobresalientes de la obra y enseñanza de Calvino. Pero esto se hace en concordancia con los estudios más autorizados sobre la materia, de modo que la persona que lea este material pueda luego dirigirse a otros estudios y discusiones de los temas tratados, y hacerlo con comodidad y hasta con familiaridad”.
El doctor Palomino, quien recientemente cumplió 40 años de haber recibido la ordenación pastoral, ha publicado también El movimiento carismático. Una confrontación crítica (1985) y Yo seré tu Dios. Estudios sobre la teología del pacto (1987), ambos publicados por la casa presbiteriana El Faro, y múltiples ensayos y artículos. Fue decano y rector del Seminario Teológico Presbiteriano de México, así como pastor de diversas iglesias. Vive en Estados Unidos desde 1999 y actualmente es pastor de la iglesia presbiteriana Canto de Esperanza, en Berwyn, Illinois. (LC-O)
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POR QUÉ SOY CRISTIANO, DE JOSÉ ANTONIO MARINA
José Andrés Gallego
www.elcultural.es/HTML/20051215/Letras/LETRAS16120.asp

Este es un libro, sobre todo, convincente, y ello gracias a la capacidad argumental del autor y a la fluidez de su estilo. En realidad, no dice por qué es cristiano, sino bajo qué condiciones está dispuesto a dejar que se le considere cristiano. No es, pues, una apología del cristianismo, sino una crítica basada en la "Teoría de la doble verdad" del autor, que es el subtítulo del libro.
José Antonio Marina niega la posibilidad de que conozcamos las cosas tal como son "en sí" y eso supone que, en rigor, ni siquiera podemos saber si son "en sí". Por tanto, la verdad es aquéllo que "verifico"; verbo que etimológicamente significa "hacer verdadero", o sea "construir" una verdad como verdad. El sentido común le hace ver que muchos de nosotros coincidimos en aceptar como verdaderas -o sea en "hacer verdad"- muchas cosas, sobre las que basamos nuestra vida en común. Y a eso lo denomina "verdad pública", en contraste con aquellas "verdades" de cada uno de nosotros que no son "verificables" por los demás. Esas otras verdades son "privadas" y sólo pueden mantenerse como privadas. Pues bien, las creencias religiosas son verdades privadas para los que las tienen (o las "hacen") y no pueden constituir una norma de comportamiento común. La única norma de comportamiento común que vale la pena es la de que nos hagamos el bien los unos a los otros.
Marina da un paso más e interpreta la historia de la Iglesia a la luz de esa teoría de la doble verdad. El resultado es éste: Jesucristo existió pero no podemos "verificar" su verdadera historia, ni mucho menos que sea hijo de Dios y, además, Dios. No tiene fundamento, por tanto, creer que fundara la Iglesia, de cuyo desarrollo, por ello, sólo es verdad "pública" que se ha convertido en una estructura de poder. Con esto, la Iglesia ha dado lugar a un "cristianismo gnóstico", el de los que se creen únicos poseedores de la verdad. Consecuentemente, el autor aconseja a los católicos que tomen conciencia de la inverificabilidad de su fe y, en vez de hablar de fe, hablen de que tienen confianza: confianza en que se cumplirá la promesa que se atribuye a Cristo, sobre todo la de construir el Reino de Dios. Para José Antonio Marina, el Reino de Dios es justamente la vida física -mortal, la de ahora, la que todos consideramos verificable- sólo que transida por el hacer el bien de los unos a los otros.
Varios de los textos en que se apoya permiten una interpretación muy distinta y, además, uno disiente de bastantes puntos concretos -sobre todo los de carácter histórico-, pero no de la coherencia del razonamiento. El problema siguiente es que, de acuerdo con la noción de verdad de Marina, tampoco hay seguridad de la verdad "pública", o sea, la que todos o casi todos compartimos. No faltan filósofos que han llegado a la conclusión de que, si se duda de la existencia de Dios, hay que dudar necesariamente de la existencia de todo lo demás. Por ahí anduvo Sartre.Y lo peor es que algunos han llegado a la misma conclusión existencialmente y lo que cuentan es que se han sentido abocados a la más espantosa situación. Al dudar de Dios, han dudado de la existencia de todo lo distinto de ellos mismos. Y eso aboca a una espantosa conciencia de soledad; una soledad que incapacita para saber si existe en realidad lo que tengo delante y hacia lo que dirijo mis pasos porque tiene "sentido". Y no deja el escape de dejar de existir; porque su propia naturaleza de duda implica que, si Dios existe, ya no puedo dejar de existir. Ahora hay que resolver este otro asunto. Personalmente, le agradecería a José Antonio Marina que echara una mano y añadiera el capítulo que lo resuelva.

Apocalipsis 1.9, L. Cervantes-O.

29 de agosto, 2021   Yo, Juan, soy su hermano en Cristo, pues ustedes y yo confiamos en él. Y por confiar en él, pertenezco al reino de Di...